Por Mariano Pereyra Esteban (*)
Por Mariano Pereyra Esteban (*)
@mletrador
La proclama que Friedrich Nietzsche realiza en su ensayo “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” es una descripción corrosiva que pone en duda a las concepciones de verdad y arremete contra las estructuras de la civilización humana. La tesis fundamental de esta proclama califica de ilusoria a la realidad y abre un punzante signo de interrogación que aún ronda, amenazante y sin respuesta, por el mundo del pensamiento filosófico. A principios del siglo XX, y en medio del avance de una modernidad avasallante, Howard Phillips Lovecraft capta la tesis de Nietzsche, la transforma en una estrategia argumental y luego la utiliza como punto de partida y basamento de su obra literaria. El resultado de esta transferencia derivará en una transformación histórica dentro del género de la literatura de horror.
El punto de confluencia permanente entre los dos autores es la noción de “insignificancia de la humanidad”. Para Nietzsche la existencia efímera y delicada de la vida humana es la motivación que lleva al hombre a la búsqueda de calma y seguridad por medio de la construcción de un mundo metafórico; para Lovecraft, esta insignificancia es la clave del horror.
El hombre, considerado en su existencia en el tiempo y el espacio, es un ser insignificante. Acerca de la intrascendencia humana en las eras del universo, Nietzsche afirma que el intelecto, capacidad primordial del hombre, es sólo un recurso “... de los seres más infelices, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia” (Nietzsche, 1873, pág. 1); en coincidencia, Lovecraft torna esta proposición en base argumental. Es habitual leer en las ominosas páginas de sus obras expresiones tales como: “El género humano es tan sólo una -quizá la más insignificante- de las razas altamente evolucionadas que han gobernado los misteriosos destinos de nuestro planeta. Según esto, hubo seres de forma inconcebible que habían levantado torres hasta el cielo y ahondado en los secretos de la naturaleza, antes que el primer anfibio, remoto antepasado del hombre, saliese de las cálidas aguas de la mar, hace trescientos millones de años” (Lovecraft, 1934, “En la noche de los tiempos”, pág. 219).
Así como el tiempo es utilizado como una constante de comparación que determina la condición efímera del hombre, el espacio es la que expresa, para ambos autores, su pequeñez. Para el filólogo alemán la humanidad es tan sólo un grupo de animales inteligentes, “habitantes de un astro ubicado en algún apartado rincón del universo centellante y desparramado en innumerables sistemas solares”. Animales altaneros, factibles de desaparecer tras una breve respiración de la naturaleza. Lovecraft complementa esta visión con una mezcla de terminología científica y expresiones arcaicas que ahondan la sensación de desamparo, y afirma, en reiteradas ocasiones, que este astro llamado Tierra es parte de “... un cosmos totalmente incógnito e incognoscible, en el cual la humanidad no constituye sino un átomo transitorio y despreciable” (Lovecraft, 1968, “Los Mitos de Cthulhu”, pág. 9).
Luego de aplastar a la humanidad con metáforas afiladas y careos impiadosos, los dos escritores llegan al apogeo de la destrucción de medidas antropomórficas y cargan contra el intelecto humano. El rasgo distintivo de la humanidad, su capacidad para generar conocimiento, el ápice divino que la destaca por sobre los demás seres vivos, es cruelmente reducido a un “complemento biológico”. Nietzsche, hablando del intelecto, ahora como elemento útil para la simulación, a modo de camuflaje, lo describe como “el medio, merced al cual sobreviven los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a quienes les ha sido negado servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos, o de la afilada dentadura del animal de rapiña”. (Nietzsche, 1873, pág. 2).
Por su parte, Lovecraft, traslada esta concepción a su obra y la refleja en el padecimiento permanente de sus personajes. Los desafortunados que fueron elegidos para formar parte de alguna sus historias, generalmente tienen un alto grado de formación, un nivel intelectual superior a la media y una curiosidad prácticamente suicida. Estos personajes transitan las páginas en una agonía mental producto del hallazgo de realidades inexplicables e inabarcables, que relativizan verdades antes inmutables y los sitúan en un espantoso desfiladero sin final, cuyas alternativas son la locura o el suicidio.
En este padecimiento, que el escritor denomina “angustia cósmica”, no hay descubrimientos alentadores, la realidad en la que vivimos es una situación pasajera, sólo un segundo en los infinitos milenios del universo. El intelecto humano no fue creado para soportar la verdad: el más breve acercamiento a un destello del cosmos real arrojará al intrépido investigador a la locura más radical y al posterior desdén de sus compañeros incrédulos.
Casi en correspondencia con lo expresado en “Sobre verdad y mentira...”, el escritor de Providence no sólo reconoce la ridiculez del intelecto humano sino que, con un dejo irónico, asegura que la limitación del intelecto es la causa fundamental de la supervivencia humana y por boca de uno de sus personajes afirma que “la cosa más piadosa del mundo es la incapacidad de la mente para asociar todo su contenido” (Lovecraft, 1928, “La Llamada de Cthulhu”, pág. 1) y abona el terreno del “olvido” o de las “metáforas muertas”, teorizado por Nietzsche. Tal vez, Lovecraft admite que el intelecto es sobrevalorado, como una reacción a la modernidad creciente de su tiempo, cada vez más volcada a un cientificismo gris y deshumanizado.
Las metáforas muertas se hacen evidentes en una sociedad en constante movimiento, en la que millones de seres humanos se agolpan en ciudades sucias y caminan, empastados de grasa industrial, por vidas plagadas de acciones mecánicas, justificadas en la mera supervivencia económica, pero mezcladas con rituales ancestrales que no se condicen con la realidad industrial del naciente siglo XX.
La ciencia avanza en métodos de eficacia productiva, en innovaciones tecnológicas y en estudios antropológicos, pero el hombre es sólo un engranaje, a veces prescindible, dentro de la cadena industrial, y el hambre, las enfermedades y el hacinamiento, crean imágenes de angustia masiva de una abyección apocalíptica. Las zonas rurales, desmanteladas, apenas subsisten como fortines renegados que producen lo mínimo para vivir y se aferran a conservadurismos extremos que conviven con cultos paganos hijos de la desesperación.
Ante esta situación, Lovecraft, hombre amante de la calma y la tranquilidad, encuentra en Nietzsche los argumentos para metaforizar su repulsión hacia el siglo XX y en ciertos pasajes de sus obras llega a emularlo en acidez y trasgresión, aseverando que la vida de nuestro sistema solar es resultado de un error o de un vano divertimento de seres superiores.
Los dos autores, desde esferas distintas, recrean la historia (o protohistoria) con la angustia cósmica del hombre como razón para la construcción de un cobijo de metáforas que enmascaran la verdad y lo protegen de la realidad. El escritor nos advierte que el mundo real alberga seres que, en caso de establecer contacto, nos provocarían un horror alienante no sólo por su lejanía de las formas humanamente conocidas, sino también por revelar, con su existencia, nuestra diminuta y efímera condición; Nietzsche no es tan benigno, su pensamiento desmantela a la realidad y nos deja, atónitos, ante el abismo.
La transformación de la tesis de Nietzsche en un recurso literario resultó en una fórmula que aplicó la estocada final a la literatura gótica. Los temores medievales fueron reemplazados por el horror cósmico, por el espanto cientificista constituido por malabares macabros, por el pavor a lo posible, a todo lo que no puede ser comprobado ni refutado por la razón. También es el fin de los miedos humanos, en la literatura dejan de morar los fantasmas para dejar lugar a entidades muy alejadas de lo antropomórfico, seres omnipotentes, inabarcables por la conciencia del hombre.
La revolución en el género de la literatura de horror, encabezada por escritores como Edgar Allan Poe y Arthur Machen, y acompañada por Ambroce Bierce y Algernoon Blackwood, fue profundizada por Lovecraft hasta el punto de generar un estilo que trascendió los estratos de la narrativa underground y se incorporó al canon que aún prevalece.
(*) Escritor. En 2009 ganó el Premio Juan Rulfo de Cuento (París, Francia) por “El metro llano”. Ha publicado:
“Los Ferrodontes y otros cuentos” (Ediciones B, México, 2011), y las novelas “Catorce Nueve” (Ed. Terracota, México, 2015) y “Escorpio”, que obtuvo el XX Premio de Novela Corta Salvador García Aguilar (Alicante, España).
Referencias Bibliográficas:
-Llopis, R. (1969). “Introducción a los mitos de Chulhu”, en Lovecraft H. y Otros (ed.) “Los mitos de Cthulhu, Lovecraft y otros”. Madrid: Alianza Editorial, págs. 3-28
- Lovecraft, H. (1928). “La llamada de Cthulhu y otros cuentos”. Madrid, Alianza Editorial (Colección Biblioteca Temática).
- Lovecraft, H. (1969). “En la noche de los Tiempos”, en Lovecraft H. y Otros (ed.) “Los mitos de Cthulhu, Lovecraft y otros”. Madrid. Alianza Editorial, págs. 205-258.
- Nietzsche, F. (1873). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”. Madrid. Editorial Tecnos.
-Zweig, S. (1925). “La lucha contra el demonio”. Madrid. Ediciones Acantilado.