Por Santiago de Luca
Por Santiago de Luca
En el cuento de Borges “El inmortal” los dos personajes (ya inmortales y ya trogloditas) se despiden en busca de la mortalidad en las puerta de Tánger. Uno había sido Homero y había compuesto la Ilíada. Ahora, trabajado por un tiempo infinito, es algo peor que la nada. No es por casualidad que estos buscadores de aguas que den la mortalidad, se separen en las puertas de Tánger. Las diferentes puertas de la Medina (la ciudad antigua árabe) son caminos diferentes que propone el destino en cada recorrido. Un dado con nuestro propio rostro. La rosa de los vientos. Un día se sale disparado al encuentro de un amigo olvidado. Otra puerta te lleva al mar. Otra te empuja en dirección de Fez y hacia la escritura. No se lo puede saber hasta que no se cruza la puerta. La Medina está amurallada por muros que se hicieron en la época de las invasiones portuguesas y las diferentes puertas son los puntos de encuentro entre el interior y el exterior. En sus arcos, también hay espacio para el arte de la curva. Atravesamos la puerta de la Medina y es otra cosa que atravesamos.
Siempre depende el punto de la perspectiva, de la dirección. Con las puertas también. Por ejemplo, la puerta que está en la entrada de la Kasbah, que es la parte alta de la Medina, donde residía el poder militar y político del Sultán y que es otra Medina dentro de la Medina, ya que a su vez la Kasbah tiene tus propias murallas y puertas dentro de las murallas y las puertas. Sin embargo, lo importante es la puerta. La puerta por la que se ingresa en lo alto a la Kasbah separa esta fortaleza del barrio llamado el Marshan. O el barrio Marshan de la Kasbah. Una cuestión de perspectiva. Por eso, es decisivo en la articulación interior-exterior de las puertas la dirección que se tome. La misma puerta cuando se entra a la Medina se llama “La puerta de la Kasbah”, pero cuando se sale de la Kasbah la misma puerta se llama “La puerta del Marshan”. La carga simbólica y sugestiva de las puertas de Tánger fue un imán para los escritores de todas las puertas del mundo. Jane y Paul Bowles, Ángel Vázquez, Mohamed Chukri, Truman Capote, Marguerite Yourcenar, Jean Genet, Juan Goytisolo o William Burroughs, entre otros muchos, como los personajes borgeanos, se despidieron en estas puertas y dejaron la letra escrita sobre la ciudad blanca.
También varios de los relatos del libro de Arlt, “El criador de gorilas” suceden en el Zoco Chico, en el interior de la Medina, y en el Zoco Grande, afuera de la Medina, saliendo por la puerta del Fahs. En el cuento “Halid Majid el achicharrado”, se lee “En la orilla del Mediterráneo, sobre las murallas, recostada a lo largo de los antiguos cañones portugueses [...] más allá de la Puerta del Castigo”. Aquello era sencillamente delicioso. Las puertas de Tánger entraron en la literatura de Arlt. Imposible sustraerse a su amor brujo. Siguiendo la historia internacional de la ciudad (Tánger tuvo un Estatuto Internacional único en el mundo que generó una vida cosmopolita), en otro relato del mismo libro, “Historia del señor Jefries y Nassin el Egipcio”, Arlt toma las diferentes puertas culturales que son las religiones que conviven en Tánger: “Era lunes, uno de los cuatro días de la semana que no es fiesta en Tánger, porque el viernes es el domingo musulmán, el sábado, el domingo judío, el domingo cristiano”. Tal vez le haya faltado añadir que los otros días son el domingo de los escritores. Y así tenemos toda la semana como una gran puerta hacia la imaginación.
Poetas argentinos también atravesaron con su poesía las puertas de Tánger. En el libro “Calcomanías” de Oliverio Girondo hay un poema titulado “Tánger” y está fechado en mayo de 1923. En algunos de sus versos se puede leer: “Calles que suben,/ titubean/ se adelgazan/ para poder pasar,/ se agachan bajo las casas,/ se detienen a tomar el sol/ se dan de narices/ contra los clavos de las puertas/ que les cierran el paso”. Pero la puerta no entra en la calcomanía. Una parte siempre queda fuera de la imagen. Esa parte que hay que atravesar solo para saber qué rumbo toca cada día. Alfredo Bufano, otro poeta argentino que escribió poemas sobre Marruecos, celebra también la puerta de Bab el Assa, desde donde se detenía a observar el cielo de Tánger. El viento del Levante, que enloquece y atrae a los poetas. A causa de este viento que se filtra por las puertas, se dice que entre Tarifa y Tánger es el espacio donde hay más densidad de locos. Se sabe, el clima de Tánger no es bueno para la salud, pero fértil para la pasión.
Tánger tiene algo de puerta, de puerto y de letra escrita sobre las servilletas. Ya no en las grandes puertas de la ciudad, sino en las pequeñas puertas de las casas más remotas se esconden mundos paralelos, insospechados y con olores irrepetibles. El té a la menta que apacigua el pensamiento, el salitre, las especias y el azahar, la Dama de Noche, acechando en los jardines de El Monte Viejo. El mejor olor de Tánger es el olor de la tinta de los calígrafos sobre el papel. Ahí, hay otras puertas. La puerta de la literatura que, como la pipa de kif, abre las puertas de eso que indica, de manera borrosa, la palabra alma y que nadie puede definir. Le entregamos parte del alma a la puerta porque antes ya le entregamos el cuerpo. No se puede saber hasta que no se atraviesa la línea. El caminante cree atravesar las puertas de Tánger, pero el atravesado es uno. Y cuando se va, cree despedirse. Las puertas saben que no es así. Algo quedó. El lector cree leer el libro. Pero también es leído.