Gabriel Rossini
“La evaluación que los votantes hacen de la economía nacional, donde juegan un papel decisivo las expectativas, anticipa más claramente el voto que la economía personal.”
Gabriel Rossini
El aumento hasta el 9,2 por ciento del desempleo en el país -que alcanzó el índice más alto de los últimos diez años- debería volver a poner la cuestión del empleo en el centro del debate electoral, si es que la mayoría de los ciudadanos consideramos al trabajo como el principal ordenador de la sociedad.
La cuestión tiene varios puntos por destacar. Lo primero es que a ningún santafesino debería sorprenderle esta pérdida de puestos de trabajo porque, por ejemplo, ya fue reflejada por el informe de actividad que elabora el centro de estudios de la Unión industrial de Santa Fe.
Es cierto que el índice de desempleo del aglomerado Santa Fe se mantuvo unas décimas por encima del 5 por ciento, producto de medidas vinculadas al tipo de empleo en nuestra ciudad y al impulso de políticas activas de parte de los estados; sobre todo en el sector de la construcción. Como también lo es que el sector privado no solo no genera nuevos puestos de trabajo sino que los destruye.
En este contexto, por razones de estrategia política-electoral, el gobierno nacional ha decidido disimularlo con promesas de mejoras. Tal vez el ejemplo más claro del camino tomado fue el presidente Macri a la vuelta de sus vacaciones, asegurando que desde hace varios meses crecía el empleo en la Argentina de a varios miles por mes. O, más acá en el tiempo, el jefe de Gabinete aseverando en el Congreso Nacional que desde hacía 9 meses la economía argentina generaba empleos.
Pero la realidad que los santafesinos de a pie perciben a diario es otra, tal como lo reflejan las encuestas oficiales, que además son utilizadas por el gobierno para diferenciarse del anterior, que las manipuló para inventarse una realidad propia distinta a la que se vivía.
La estrategia del gobierno nacional no es nueva y fue estudiada por la ciencia política, tal como la describió el doctor en Ciencia Política Carlos Gervasoni, en una columna del quincenario “El Estadista”.
Al momento de votar -escribió- “los votantes no evalúan su propia situación económica personal o familiar, sino la del país en su conjunto. Esto es, una persona pobre y desempleada tenderá a apoyar al Gobierno si percibe que la economía nacional va por buen rumbo (tal vez suponiendo que tarde o temprano eso terminará beneficiándolo), mientras que un votante de altos ingresos puede, no obstante su cómoda situación personal, tener una visión negativa de la evolución de la macroeconomía y emitir un voto opositor...La evaluación que los votantes hacen de la economía nacional, donde juegan un papel decisivo las expectativas, anticipa más claramente el voto que la economía personal.”
Y continúa: “¿Cómo pudo Menem ser reelegido con el 50% de los votos en un año, 1995, en que la economía cayó el 3% y el desempleo alcanzó un altísimo 18%? Indudablemente la mayor parte de los votantes sufrían económicamente al momento de votar, pero de todas formas la mayoría de ellos decidieron apoyar al gobierno. Pareciera que no votaron con el bolsillo”.
Tal vez en eso están pensando los funcionarios del gobierno nacional cada vez que, para justificar el empeoramiento de algún índice como fue esta semana el del empleo, aseguran que lo que vendrá será mejor. Generar expectativas a futuro para ganar tiempo antes de las elecciones de octubre, mientras esperan que algo pase. El problema es que la realidad, tarde o temprano, termina imponiéndose.
Es cierto que el índice de desempleo del aglomerado Santa Fe se mantuvo unas décimas por encima del 5 por ciento, producto de medidas vinculadas al tipo de empleo en nuestra ciudad y al impulso de políticas activas de parte de los estados; sobre todo en el sector de la construcción. Como también lo es que el sector privado no solo no genera nuevos puestos de trabajo sino que los destruye.