Por Luciano Lutereau (*)
Por Luciano Lutereau (*)
En su artículo sobre las teorías sexuales infantiles (1908) Freud dice que lo primero que llamaría la atención de unos extraterrestres que visitaran nuestro planeta, es el modo en que los humanos separamos formas de vida en función de la diferencia sexual.
Al igual que un ser de otro planeta, esa especie de extraterrestre que es el niño no se interesa por esta cuestión sino de manera secundaria. Su inquietud primera es por el origen de los niños. “¿De dónde vienen los hijos?”, es la pregunta que despierta la curiosidad infantil (Freud habla incluso de un “esfuerzo de saber”) cuyo correlato es la incredulidad en la palabra del adulto. Dicho de otra forma, a partir de la herida narcisista que implica esta inquietud, algo en el lazo entre el niño y el adulto se rompe.
El niño ama al adulto, pero no le cree. Freud llama a esta encrucijada “complejo nuclear de la neurosis”. Que el neurótico no cree en la palabra de quien ama lo demuestran los celos histéricos y la duda del obsesivo. Toda la clínica de la neurosis se ordena a partir de esta división entre creencia y amor: “¿Me querés?”, “¿Estás seguro?”. En el niño, se verifica a nivel de la pregunta por el porqué de las cosas, con las que no se busca un saber sino interrogar el estatuto de la palabra de quien se espera... una decepción.
Sin embargo, aquí no termina la cuestión. La incredulidad del niño respecto de la palabra del adulto se desplaza a la primera teoría sexual infantil: que no es la creencia de que todos los seres tienen pito, sino que aquellos que no tienen... ya les crecerá, porque les “falta”. Esta asignación universal de la falta, basada en la renegación, es el primer saber inconsciente en la infancia (y en la neurosis: la interpretación fálica del deseo).
Complejo de castración
Ahora bien, esta coordenada propia de la llamada “fase fálica” se complementa con la noción de castración. Cuando en el artículo “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924) Freud habla del complejo de castración en el niño no se refiere a que alguien lo amenace con la idea de que le van a cortar el pito. Que la castración sea un “complejo” quiere decir que diversas vivencias ocasionales revelan una misma estructura: el entendimiento de haber hecho algo que “al adulto no le gusta” y la representación de un castigo. Por eso, el complejo de castración tiene como referente la “masturbación”; a través del castigo se castra la culpa. En última instancia, se trata de la estructura que hace que un niño pueda entender que hay una relación entre un acto y su consecuencia. A un niño de dos años no tiene sentido decirle: “Si no te bañás, no comés” o “Si no comés la cena, no tenés postre”. A los cuatro años, estas expresiones cobran sentido. ¡Es el complejo de castración! Y que el varoncito lo desmiente implica que, incluso sin cenar, al irse a dormir pedirá el postre. Y seguramente diga: “No lo voy a hacer nunca más”. ¿Puede haber algo más renegatorio que creer que una promesa (a futuro) cancela el pasado? En fin, hay adultos que nunca atraviesan esta etapa, que demuestra que la constitución del sujeto, para el psicoanálisis, es en términos éticos.
Para concluir, quisiera contar una anécdota personal. Hace poco, antes de dormir, tuve con mi hijo una charla profunda de hombre a hombre: por un lado, me preguntó cómo hacen caca los chanchos con una cola tan chiquita; por otro lado, hablamos de mujeres, es decir, de su mamá. Mi hijo no me cree cuando le digo que su mamá es más grande que yo. Primero me miraba con esa cara que pone cuando decimos mentiras en broma, pero esta vez no hay reciprocidad: está solo ante el “dato”. “Vos sos más grande, sos el papá y los papás son más grandes que las mamás”, me dice. Le digo que quizá eso vale para el tamaño físico, pero no para la edad. ¡No me cree! Se lo explico con el argumento de que fuimos al cumpleaños de una amiga del jardín que, entonces, es más grande que él. “Pero nosotros somos niños”, dice con razón. Mi pequeño investigador no está dispuesto a creer más de lo que sabe. Ni algunas cosas que ya presiente. Esa pequeña diferencia que separa a hombres y mujeres a veces puede llamarse también “edad”, por eso es un rasgo que siempre nos escandaliza cuando vemos parejas que muestran lo que se desmiente. Esto explica también por qué la pareja del varón maduro con una mujer joven se interpreta en términos paternales (o de fantasma de seducción) y la relación del varón joven con la mujer madura produce fascinación y rechazo al mismo tiempo.
*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante”, “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina” y “Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres”.