Leonardo Pez
La banda pop rock revalidó su buen momento el jueves por la noche en el Centro Cultural Provincial. El repertorio combinó clásicos y novedades, al ritmo de un enérgico Joaquín Vitola. Abrieron la velada Chino Mansutti y Los Cronopios.
Leonardo Pez
La sala Carlos Guastavino del Centro Cultural Provincial empezó a vibrar a las 21.45 del jueves con los primeros acordes de “Nos vemos”. Un Gonzalo Mansutti en actitud rockera, con voz grave y frenesí en la compañía de guitarras y baterías, abrió la noche en la que Indios se presentaría por primera vez en la ciudad. La flamante agrupación liderada por el ex Farah anotó entre sus filas a Fabricio Galoppo (guitarra), Ariel Oscar Embón (bajo), Matías Lemos (teclados) e Ignacio Kalbermatten (batería).
“Somos Los Cronopios”, dijo el Chino, lector de literatura distópica y acostumbrado a bautizar proyectos con guiños literarios, a medida que se iban desplegando piezas de su segunda placa, “Lo que queda de la casa” (“Ibuprofeno”, “También tampoco”). El trayecto revisionista hizo una primera escala en “Sanar”, donde Galoppo se lució en un potente solo de guitarra, y dio paso a un intervalo más íntimo y cercano, con “Tiempo” y “He-Man”. Cada vez más cómodo en el escenario -en Mansutti esto implica soltarse y hablar con el cuerpo y los gestos-, el cantautor explicó al “público sub 30 de Indios” quién fue He-Man y comenzó a despedir un recital de cuarenta minutos con canciones de sus tres discos como solista y con una obligada referencia a Farah. La potencia se incrementó con un final versátil en donde el músico rapeó (“Revolución”), grooveó (“Sacame de encima”) y homenajeó al tango que tanto lo marcó en “Fríos de agosto”. Con la furia del joven Kalbermatten en los parches, se bajó el telón y empezó la cuenta regresiva para el número principal.
Indios con proyección
A las 22.45, comenzó la mutación del escenario en asfalto. Luces parpadeantes, del rojo al azul, combinadas con sirenas de ambulancia y policía, fueron la intro audiovisual y escenográfica del ingreso de Indios. En el medio, Joaquín Vitola, vestido de remera y pantalón chupín negros y con medias y cinto rojos. Elegantes y descontracturados, lo acompañaron: adelante, Nicolás de Sanctis (guitarra) y Patricio Sánchez Almeyra (guitarra); detrás, Guillermo Montironi (bajo), Agustín Majdalani (teclados) y Manuel Caizza (batería). “En el asfalto hay” cantó el frontman en la apertura del recital, y cada elemento nombrado componía la escena, reflejo del arribo del grupo pop rock a la capital del país. “Casi desangelados” fue el primer hit interpretado en Santa Fe, dando paso a “Me da miedo el amor” y “Minuto 0”.
A cuatro años de su álbum debut, Indios alcanzó proyección y solidez musical, asociado a Babasónicos y Coti Sorokin, y con un cuidadoso trabajo de imagen. Hay un juego permanente entre la iluminación y los músicos, por lo que el público ve en la mayor parte del espectáculo la silueta de un Vitola que se entretiene con movimientos sugerentes (Sandro, Moura, Dárgelos) y sombras chinescas hasta que todo se funde en negro.
Miren a los chicos
El boliche se armó en el recinto, y la escena recortaba al cantante en el centro, invitando a los asistentes a sentirse adolescentes una vez más. El segundo hit, “Ya pasó”, mostró a Joaquín Vitola, con su característico falsete, y empezó a activar una energía particular en el ambiente. Luego de volver al asfalto con “Auto”, el público, por entonces tímido, se levantó de sus butacas para corear “Tu geografía”. El recital fluía, y los músicos se desplazaban entre las luces de colores, al ritmo de “Los chicos” y “Caramelos de miel”. Esta última (¿guiño a “¿Qué hago en Manila?”) encontró al vocalista solo con la guitarra, mientras el resto de la banda en actitud de fogón, cantaba y levantaba los brazos detrás de escena. La instrumentación regresó para “Vení”, preludio de “Laberinto”.
El momento más sólido y contundente llegó con “El extranjero”, el exponente más claro del viraje musical de Indios: psicodelia, solos de guitarras y distorsiones al servicio de una letra inspirada en el libro homónimo de Camus. La presencia de Nicolás de Sanctis se multiplicó cuando asumió el rol protagónico y cantó “Fugaz” y la promisoria “Luz azul” que, con gestos musicales del Bochatón de Peligrosos Gorriones, fue la famosa última canción que reclama bises. El público accedió al contrato y, ante el agradecimiento del grupo, se dispuso a escuchar las tres instantáneas finales en el recinto de calle Junín. En “Dolorosamente bella”, el frontman volvió a ejecutar la criolla con un registro vocal que recuerda a Frankie Langdon (Los Heladeros del Tiempo). Como indica cierta regla no escrita, para el final, quedó el hit. “Lucidez” trajo lo nuevo y preparó el terreno para la canción que todos querían escuchar, “Jullie”.