Por Osvaldo Agustín Marcón
Por Osvaldo Agustín Marcón
“Es necesario distinguir la diferencia que hay entre el dolor provocado por la desigualdad que sufren las mujeres -y los hombres menos viriles- y el del precio que pagamos por ‘ir de machos por la vida’. Ambos pueden ser de intensidad similar pero el primero, provocado por la desigualdad, nos reporta beneficios mientras que el segundo es auto-infligido y por tanto opcional” (Lozoya-Gómez, 2015).
El párrafo citado dispara varias cuestiones entre las que se destaca la discusión sobre el grado de libertad de los varones para encajar en el modelo masculino hegemónico, con sus roles específicos de proveedor, protector, procreador y autosuficiencia. Al respecto cabe tener presente la variedad de argumentos provenientes de los antiguos debates sobre los determinismos (filosóficos, psicológicos, etc.) que, dado que ponen en duda el libre albedrío de los humanos, son también aplicables a este caso. En otros términos, permitirían afirmar que tampoco a los varones les es posible actuar de modo absolutamente libre, razón por la cual su autonomía personal es siempre relativa.
Si la libertad nunca es absoluta, menos lo es en situación de Mercado, aún cuando en las zonas centrales de esa situación la libertad tenga más posibilidades. En los términos mencionados, diríamos que en tales lugares el libre albedrío está menos determinado. “Ir de machos” por la vida desde esos lugares protagónicos constituye más una opción que una imposición, sin que por ello dejen de pesar los referidos condicionamientos. Sin embargo en las zonas periféricas tales modos de estar en el mundo son más impuestos que elegidos, es decir que constituyen determinaciones antes que meros condicionamientos. Por lo tanto la ecuación costo-beneficio toma formas distintas en un caso y en el otro.
Así, “ir de machos” enfundados en un traje de alta gama no equivale a hacerlo encapuchados en gastados buzos imitados de alguna marca famosa. Ambas posiciones involucran ejercicio de poder. Pero mientras que en un caso el sujeto dispone de una amplia variedad de recursos operativos en relación con este contexto social, en los otros no cuentan con ese capital. Pasar a la acción, en una situación y en la otra, implica el desarrollo de conductas diferentes aún cuando la cuestión de fondo repita el mandato que originario (“Ir de machos”).
Así, vincularse con el mundo “a lo macho” es mucho más que ser varones pues ese modo también puede ser ejercido por mujeres. Claro está que, de todos modos, en la cultura hegemónica predomina el ejercicio a cargo de un tipo de varones (blancos, heterosexuales y burgueses, según la conocida caracterización de diversos autores). En el contexto de reglas impuestas por el Mercado, esa hombría se expresa mayoritariamente en conductas con bajos niveles de conciencia ética (o marcada falta de escrúpulos) ante el costado dañino que las reglas del Mercado acarrean. Esa especie de supervivencia de los más aptos, sin discusión de las condiciones de base que colocan a unos en el fortuito lugar de los simbólicamente musculosos y a otros en el también azaroso lugar de los más débiles, se ha transformado en expresión de masculinidad. Ganar mucho dinero, rápidamente y como sea, es la máxima de un “macho de mercado” que se precie de tal.
No obstante subrayemos, pues hace al objeto de este artículo, que esa posición resulta menos negativa en términos de costo-beneficio para ese “macho de mercado” que para el “macho periférico” (joven en situación de conflicto penal). Aunque pueden encontrarse excepciones, para los primeros el balance es positivo mientras que para los segundos es usualmente negativo. “Ir de machos” tiene costos que van desde las consecuencias conocidas como “analfabetismo emocional” (Goleman, 1995), es decir una gama de limitaciones para reconocer, aceptar, gestionar, expresar y crear emociones; hasta otros despliegues, de mucho mayor riesgo, que ponen en juego la vida de esos jóvenes “machos”. Si se negaran a adoptar tal posición, su virilidad sería puesta en duda, inclusive desde sus pares.
Tenemos allí, entonces, una cuestión que convendría atender muy especialmente. La asociación entre la referida actitud y el despliegue de conductas que coagulan en situaciones de conflicto penal contiene decisivos elementos de género. Este modo de estar-en-el-mundo-a-lo-macho promete unos beneficios que, después, solo son entregados a un sector dominante de varones blancos.
Pensar-cómo-pensamos las situaciones penales juveniles constituye una vacante substancial, ni única ni decisiva, pero importante para ensayar nuevos modelos de pensamiento y acción que se repliquen en los diseños de las políticas públicas específicas.