El Litoral
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La policía custodió celosamente el ingreso de los socios tatengues a la tribuna de Cándido Pujato. Empujones, amenazas con palos y caballos.
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Eran las 19 y cientos de simpatizantes del Club Unión todavía no habían ingresado al estadio para ver a su equipo frente a Gimnasia y Esgrima La Plata. La larga columna de socios que se había formado sobre calle Cándido Pujato, en el acceso a la tribuna General del 15 de Abril, no avanzaba. Y los ánimos se comenzaron a caldear.
En el cielo ya se veían los fuegos artificiales que se habían programado para festejar la salida del equipo de Madelón en su debut como local. Esto molestó aún más a los hinchas que tras cumplir con su jornada de trabajo o sus obligaciones cotidianas, llegaron a la cancha un lunes a la tardecita sobre la hora, para disfrutar del espectáculo, y no podían acceder al mismo.
Del otro lado de un celoso vallado de hierro, policías a caballo y uniformados con cascos y palos de goma impedían el avance de los socios que, con su carnet en mano, pedían que les permitan llegar a los molinetes de acceso al estadio.
Los controles dispuestos por las fuerzas de seguridad tenían como objetivo el exhaustivo cacheo de cada uno de los simpatizantes, a quienes además les pedían su DNI. Más atrás de la primera columna de policías había otros sujetos de civil grabando en video todo lo que ocurría.
Hasta que en un momento todo se desmadró. Adentro de la cancha había comenzado el partido y los miles de socios que todavía no habían ingresado al estadio empezaron a empujar a la masa de gente y, como era de esperar, la policía comenzó a reprimir a los primeros que habían quedado expuestos ante las fuerzas de seguridad, empujados por el resto.
En eso se escuchó un grito cerrado de “gol” desde adentro del estadio. Era el cabezazo del colombiano Yeimar Gómez Andrade que besó la red pero fue anulado por posición adelantada. Pero afuera, los hinchas imposibilitados de entender lo que ocurría, enfurencieron aún más.
Allí había niñas y niños, y mujeres, además de hombres. Todos recibieron palazos, topetazos de los caballos y empujones por igual. Hasta que la policía de a caballo se corrió a un costado y comenzaron a liberar el paso por tandas para descomprimir la situación.
Tras el momento de tensión, algunos padres que habían asistido con sus hijos se quejaron ante las autoridades “por ser tratados como inhumanos”. La lógica de la cancha parece seguir muy distante de la de la vida cotidiana. Y los inocentes que pretenden ir a vivir un momento de alegría junto a su equipo pagan las consecuencias.