Por Fernando Segura M. Trejo (*) y Diego Murzi (**)
Por Fernando Segura M. Trejo (*) y Diego Murzi (**)
Télam
La noche del 10 de octubre 2017 dejó sellada los pasajes directos al Mundial de Rusia. Este deporte, considerado el global game por excelencia, es capaz de movilizar las más altas esferas de intereses económicos y políticos así como las más nobles, o por el contrario, las más oscuras emociones. El fútbol no es sólo fútbol, es "algo" que nos dice mucho sobre quiénes pretendemos ser y cómo lidiamos, tanto colectivamente como en el plano individual, con un espectáculo masificado.
En el plano estrictamente futbolístico ya están clasificados 23 de los 32 aspirantes, la selección argentina entre ellos. Esta vez difícilmente se pueda pensar que el elenco nacional llega a Rusia por sus virtudes futbolísticas colectivas, así como tampoco que el objetivo sea fruto de un trabajo deportivo coherente, sostenido y constante. Tampoco Argentina llega al Mundial por "magia" – como lo sugirieron altos dirigentes de AFA tras la presencia en Quito de un "brujo" especialmente financiado por los mandamás del fútbol local: el motivo principal de la clasificación tiene el rostro de un jugador, Lionel Messi.
La clasificación estuvo en un riesgo real por un sinnúmero de motivos, hace un año y que conservan toda su actualidad. La traducción en el lenguaje periodístico de esos motivos, sirvió además para sumar más desequilibrio en un plantel castigado anímicamente y en una opinión pública futbolera que se revela cada vez más alejada de la comprensión estrictamente deportiva y más próxima a reproducir ideas de sentido común que involucran el folclore, el aguante o el nacionalismo. Así, el "periodismo" asumió un rol de enemigo para los jugadores argentinos, que consumada la clasificación desplegaron cánticos (homofóbicos) contra la prensa. En efecto, el periodismo envuelto en el deporte, y en el fútbol en particular, lejos de ser un "analista" neutro y objetivo, es un actor con intereses directos y con aspiraciones de audiencia. Mientras en Argentina las ansias por condenar a Messi y compañía circulaban con fuerza en los días previos al partido con Ecuador, los pares corporativos en Brasil repetían que una Copa del Mundo sin Argentina y sin Messi no sería lo mismo. Puede decirse, inclusive, que hasta festejaron la actuación del astro argentino en Quito en el país vecino.
La otra doble nota de la jornada sudamericana fue la eliminación de Chile y la ilusión peruana de volver a un Mundial desde 1982. Perú se desvive en los festejos y la expectativa, mientras que en Chile se buscan culpables, como siempre ocurre en estos escenarios. Pero el exitismo y un intento de mirada global no deben impedirnos de ver el crecimiento de muchos actores. Venezuela, tempranamente eliminada, demostró en sus últimos tres partidos que no solamente puede complicar a históricos en Sudamericana, sino que muy probablemente aparezca en una futura edición. Sus equipos juveniles están sembrando el trabajo.
Los dramas, ya sean por la euforia, el "fracaso" o la "injusticia", según la exageración que se le dé al caso, suceden en todos los continentes.
Holanda, tres veces finalista, no pudo alcanzar ni la repesca, y eso no la quitará del mapa del fútbol, ni de la historia o de su futuro. En la región de CONACAF se dio otro verdadero batacazo. Que Estados Unidos quede afuera de un Mundial organizado en Rusia, cuestionado por la forma de su atribución y que su reemplazante, Panamá, se beneficiara con un gol fantasma frente a Costa Rica, dará mucho de qué hablar. La justicia norteamericana ya metió las manos en la gestión "administrativa" del fútbol mundial. Cabe esperar que las presiones se acrecienten para un mayor uso de la tecnología, como acontece con los deportes made in USA.
Prueba de las frustraciones que en algún momento pueden convertirse en satisfacción, está Egipto. Máximo ganador de la Copa Africana de Naciones, no clasificaba a un Mundial desde Italia 1990. En un país fragmentado por regímenes autoritarios, tentativas de asaltos del poder, aspiraciones revolucionarias, la tragedia de Port Saíd en 2012 y una multitud de jóvenes que construyen gran parte de su identidad a partir del fútbol, Egipto vuelve a una Copa lleno de euforia popular. El fútbol ofrece, siempre, ganadores y perdedores en sus definiciones. Australia acabó en este sentido con el sueño de ver a una destrozada Siria en Rusia 2018.
El fútbol está sirviendo para generar ilusiones, ahí donde otras esferas fallan rotundamente. El fútbol puede, en algunos contextos, dar esperanzas, pero también puede confundir emociones y generar dramatismos exagerados.
(*) Doctor en sociología - Universidad Federal de Goiás, Brasil – CIDE, México – ONG Salvemos al Fútbol)
(**) Sociólogo – CONICET – IDAES/UNSAM – ONG Salvemos al Fútbol)