Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz
La marcha por la Constitución y Libertad arrancó en Plaza Congreso alrededor de las tres de la tarde. La Argentina liberal, republicana y democrática estaba en la calle. Con sus luces y sombras. También con sus símbolos: retratos de Rivadavia, Sarmiento, Mitre, San Martín y Belgrano. Se estableció que no habría discursos y que el destino final sería Plaza Francia. También se acordó el recorrido: por avenida Callao. La encabezaban los principales dirigentes de la época. El perfil antifascista era evidente y notorio. No era un tema menor en septiembre de 1945. Salvo para los fascistas, claro está, algo atribulados por las derrotas de sus líderes en Europa, pero muy deseosos de desembarcar en estos pagos.
Los manifestantes enfilaron por Callao. La organización fue perfecta. En las bocacalles jóvenes con brazaletes controlaban posibles provocaciones, en particular, las provenientes de los cachiporreros de la Alianza Libertadora Nacionalista. A la altura del Hotel Savoy los manifestantes saludaron a Ricardo Rojas y Adolfo Güemes, dos próceres del radicalismo. A la altura de Corrientes se sumaron más manifestantes. Ya casi llegando a Viamonte la columna era multitudinaria. Desde un balcón, el general Arturo Rawson uniformado y eufórico saludó a los manifestantes que respondieron con aplausos. Cerca de Plaza Francia, según Félix Luna se sumó a la manifestación el embajador norteamericano. El historiador Joseph Page no dice lo mismo. De todos modos, si Braden no estuvo físicamente, estuvo “espiritualmente” como se dice en estos casos. Importa consignar en homenaje a los matices que no todos los dirigentes de la oposición comparten ese entusiasmo por el embajador yanqui y sus ínfulas antifascistas. Radicales intransigentes y sabatinistas han expresado sus recelos e incluso su desagrado por esta insólita injerencia en los asuntos internos de un embajador forjado en los tiempos de la política del garrote. Insisto una vez más en lo que significaba para el mundo y para la Argentina en particular la derrota del nazifascimo en 1945. Y el rol desempeñado por EE.UU. en esta empresa.
Una marcha exitosa
Esa noche y la mañana siguiente las páginas de los titulares de los diarios nacionales no disimulan su entusiasmo por lo que califican el éxito de la marcha. Títulos en letra catástrofe, fotos panorámicas, declaraciones de políticos opositores crean un clima necesario para suponer que las horas de Perón y la dictadura militar que encabeza están contadas.
El lema clásico de que el barco se hunde y las ratas huyen parecía aplicarse al pie de la letra. Ese fin de semana alrededor de treinta almirantes retirados encabezados por Domecq García reclaman del gobierno un acto de renunciamiento. Radicales y conservadores tránsfugas dejan los cargos. Entre otros, el caudillo conservador Ramón Cárcano. Los reclamos de entrega del poder a la Corte son cada vez más insistentes. El socialista Sánchez Viamonte es quien mejor justifica jurídicamente esta decisión.
Las movilizaciones callejeras más ruidosas las protagonizan los estudiantes. A fines de agosto Perón ha intentado seducirlos con un discurso dirigido a ellos empleando la segunda persona del plural. Fue uno de sus grandes fracasos políticos. Para los dirigentes de la FUA Perón no solo es el jefe visible de los nazis en la Argentina, sino que además es la “solución” y la salida política de la dictadura militar instalada el 4 de junio de 1943, la misma que intervino las universidades, disolvió los centros de estudiantes e ilegalizó a garrotazos al movimiento estudiantil.
¿En que condiciones o con qué argumentos un estudiante liberal, de izquierda, progresista, podía apoyar a un caudillo militar que reunía las más detestables prácticas políticas? ¿Quién se decía peronista en septiembre de 1945? ¿Por qué apoyar a un coronel que no disimulaba -como nunca las va a disimular- sus simpatías con Mussolini?
Después de la marcha los estudiantes arrecian su ofensiva contra el régimen militar. Los principales facultades de la UBA, la UNL, La Plata, Tucumán y Córdoba son tomadas en defensa de las libertades y contra el fascismo. Algunos carteles en los pórticos de las facultades reclaman la caída de la dictadura. El régimen responde con más represión. “Haga patria, mate un estudiante” y “Alpargatas sí, libros no”, son las consignas que se imponen desde el poder.
Los acontecimientos se precipitan. A la semana siguiente de la Marcha los generales Rawson y Osvaldo Martín intentan dar un golpe de Estado pero son detenidos. La base militar de la asonada es Córdoba. Todo parece estar bien planificado, pero los conspiradores subestiman el poder de Perón. Por su parte, Rawson supone que los militares en actividad lo acompañan y que el pueblo lo adora. Detenido en un regimiento dispondrá del tiempo necesario para meditar acerca de su formidable error de cálculo.
Se precipitan los hechos
Los desbordes políticos lo habilitan a Perón para reinstalar el estado de sitio. Allanamientos, desalojos de los estudiantes, censura a la prensa, políticos detenidos. Todo en vano. Los episodios represivos parecen más una muestra de debilidad de la dictadura que un acto de fortaleza. La gente está en la calle, los abogados presentan recursos de habeas corpus, los jueces dan lugar a ello. El mes de octubre se inicia con expectativas diversas, pero la certeza por parte de la oposición de que las horas de Perón están contadas parecen ser cada vez más consistentes.
El jueves 4 de octubre, en la esquina de Perú y Avenida de Mayo, una banda de matones de la Secretaría de Trabajo asesina al estudiante afiliado a la UCR, Aarón Salmún Feijóo. El joven tenía 19 años y a esa hora se dirigía a la facultad de Ciencias Exactas para asistir con víveres a sus compañeros estudiantes que habían tomado la casa de estudios. Lo acompañaba su hermano David que salvó milagrosamente la vida. Fue él quien al comprobar que su hermano estaba muerto se dirigió la Comisaría Segunda en busca de auxilio y para hacer la denuncia. El comisario Carlos Sánchez Toranzo procedió con la ecuanimidad que distinguía a esta policía cuya identificación con el coronel Perón era indisimulable: lo detuvo a David.
El velorio de Salmún Feijóo convocó a una multitud. Las columnas marcharon en silencio desde Barracas a Recoleta. En el cementerio habló en nombre de la FUA el dirigente radical Néstor Grancelli Cha. Esto ocurrió el sábado 6 de octubre. Los reclamos de renuncia de Perón parecían ser unánimes.
Amadeo Sabattini, desde Villa María declara que Perón está liquidado y que hay que dar vuelta la página. Es lo que piensan todos. O casi todos. El lunes 8 de octubre, cumpleaños de Perón, parece iniciarse la cuenta regresiva. Los militares por lo pronto están de hecho en estado de asamblea. El general Ávalos, titular de Campo de Mayo, entiende que la aventura ha llegado a su fin. El martes 9 de octubre la opinión publica se entera que Perón ha renunciado a los cargos de ministro, secretario de Trabajo y vicepresidente. La historia parece concluir con un final feliz. El coronel aventurero y demagogo ha caído. Todos están convencidos de los mismo, incluso el propio Perón según cartas privadas reveladas muchos años después de estos hechos. Sin embargo, lo que debería ser el final de una historia va a ser en realidad el inicio. Diez días después el escenario no será diferente, será absolutamente diferente. Pero esa ya es otra historia.