Nancy Balza | [email protected]
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“Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate” reza uno de los carteles pegados en la puerta de entrada a la habitación que hace de estudio de Ana María Zancada. “Abandonad toda esperanza los que aquí entrais”, según la traducción de la frase que alude a las puertas del Infierno que imaginó Dante Alighieri en La Divina Comedia. Pero dar ese paso en la casa de la locutora, escritora y biógrafa santafesina significa ingresar, no al Infierno -aunque tampoco a la calma del Paraíso-, sino a su lugar en el mundo donde por estos días conversan “rebeldes olvidadas” y “julietas huracanadas”.
“Las rebeldes olvidadas” es el libro que presentó hace pocos días en el Museo Histórico Provincial Casa Diez de Andino, acompañada por el escritor, periodista y crítico teatral Roberto Schneider -un intercambio entre amigos alejado de cualquier formalidad-. Coeditado por l’aire y Palabrava (lideradas por Graciela Prieto Rey y Patricia Severín), la obra reúne relatos de patriotas latinoamericanas o lo que es lo mismo, mujeres que lograron salir del molde por su bravura aunque no recibieron ningún reconocimiento. Semblanzas sobre mujeres al fin, tema que, como dirá luego, la apasiona y sobre el que viene reuniendo material desde hace al menos cuatro décadas.
Así lo testimonian las cajas y carpetas que -calcula- deben reunir alrededor de 1500 biografías, que en algún momento comenzó a clasificar: “Ahora están, por un lado, los nombres de mujeres santafesinas, por el otro las nacionales, las internacionales y las americanas”. Otras cajas contienen la materia prima de las efemérides que durante dos años -2015 y 2016- publicó con el nombre de “Mujeres, día por día” en el suplemento Nosotros de este diario.
De todo esto habló -con esa cálida voz que ya es marca registrada en radio y televisión- con El Litoral en su estudio, donde está el escritorio; la puerta-ventana desde donde ve amanecer; frases, viñetas y recortes aplicados en paredes, estantes y aberturas; sus archivos “en papel”, pero también la computadora con la que se terminó amigando. Y Lucy, la gata siamesa que la acompaña.
“Ella duerme conmigo toda la noche y se levanta conmigo a las 5 de la mañana”, cuenta acerca del animal más “malhumorado” que tuvo alguna vez.
- ¿Por qué te levantás a las 5 de la mañana?
- Porque trabajo acá de 5 a 8. Por ahí (una ventana que da al este) veo el amanecer, aunque tengo los vidrios tan llenos de papeles que en algún momento no voy a ver salir el sol.
En esos papeles hay frases: “Para tener valor hay que tener valores”, de Boris Spivacow que fue el fundador de Eudeba; “Todo recuerdo es presente”, “Guardo dentro de mi todo lo que viví y amé en la vida”. “Y esta es mía: ‘Si todavía estamos aquí, allí estaremos’ “, sonríe esta mujer que a los 78 años ni piensa en quedarse quieta. “Es importante hacer, tener proyectos. Y si se tiene la suerte, como tengo yo, de haber encontrado algo que me apasiona, hay que aprovecharlo al máximo”.
- ¿Qué es lo que te apasiona?
- Investigar sobre la vida de las mujeres que han tenido que pelear para conseguir algo. La historia está llena de mujeres que dieron su vida por un objetivo, por algo que creían que era la verdad. Como estas rebeldes a las que nadie tuvo en cuenta, no figuraban en ningún lado, no recibieron una pensión, ni siquiera hubo alguien que les cerrase los ojos cuando se morían porque estaban solas.
- ¿Cómo llegaste a estas mujeres que no son las más conocidas en los libros de historia? ¿Qué tienen en común?
- Llegué a ellas buscando y leyendo. Y tienen en común el anonimato porque han trabajado solas, fueron ignoradas y de la mayoría ni siquiera se sabe dónde están sepultadas porque quedaron olvidadas en el polvo del camino. Ni siquiera le tuvieron la mano en el último minuto y eso me duele (dice, conmovida) porque vivo cada momento que ellas se sacrificaron y dieron todo para que nosotras podamos estar ahora acá. ¡Y todo lo que nos falta! Me pongo en el lugar de las mujeres que iban a una guerra y tenían que soportar su propia naturaleza femenina. Son cosas que parecen insignificantes pero inciden muchísimo. No se cómo hacían estas mujeres, como María Remedios del Valle, que tenía menos que nada pero salía al campo y socorría a los heridos sin importar las balas. Y ahí terminó, olvidada.
- ¿Es la historia que más te conmovió?
- Me llegó mucho porque es el símbolo de lo que ha sido la vida de la mujer -con más o menos- debido al entorno. Esta mujer no tenía nada y a pesar de que Belgrano le dijo “al campo de batalla no”, ella salió. Fue una desobediente. Ayudó a que al menos el soldado que estaba muriendo tuviera una palabra de consuelo y no sintiera lo que supongo que será la soledad de la muerte.
- Las historias que contás son de Argentina y de América Latina.
- Y en “Las rebeldes olvidadas II” ya entro en España, donde hubo muchísimas mujeres bravas.
En nombre de Neruda
No es el único proyecto que amasa Zancada. También tiene en preparación “Las Julietas huracanadas” y tal vez no lo sepa pero le brillan los ojos cuando empieza a hablar de ellas.
- ¿Quiénes son esas Julietas?
- Y, por ejemplo, la Delfina, la esposa de Pancho Ramírez y también las mujeres que salieron detrás de Bolivar que si hago una lista de sus amantes no se puede creer. Si San Martín fue un cojonudo, no sabés lo que era Bolivar. Hay como 30 mujeres en la lista que encontré y fui sacando de los libros. Pero este hombre, ¿cuándo tenía tiempo de ir a la batalla? ¿Y con qué energía?
- Es la historia que no cuentan los libros escolares.
- (Risas) Esta va a ser lectura para mayores.
- Por qué el nombre de “Las Julietas...”
- Porque encontré una poesía de Neruda donde habla de las Julietas enamoradas; él que fue un enamorado del amor. Me gustó el apelativo, pero éstas que cuento son huracanadas porque seguían al hombre que querían y se metían en los campos de batalla. Una de mis fuentes más importantes para la Delfina es el libro de Leoncio Gianello que es una hermosura. Eran huracanadas porque, en ese momento, salir detrás de un hombre era arrojar por la ventana toda su reputación, marginarse de la sociedad y a estas mujeres no les importó. Manuela Sáenz, que fue la última amante de Bolivar, tiene una historia impresionante. Ella murió en Paita (Perú) y Neruda le dedicó una poesía. Otra fue Anita Garibaldi (Ana María de Jesús Ribeiro da Silva) que siguió a su esposo cuando iba en pos de la libertad de América, y ella detrás acarreando hijos. También está Victoria Romero, la esposa del Chacho Peñaloza que, por entrar detrás de él en una batalla recibió un sablazo que le desfiguró la cara y ni siquiera se sabe dónde murió.
- Volviendo a “Las Rebeldes olvidadas”, en la presentación aclaraste que no es un libro de historia.
- No, para nada. Había historiadores en la presentación pero que no crean que quiero hacer historia. Yo cuento, relato, saco de la historia los personajes que me gustan y apasionan. Quise estudiar Historia en su momento y no pude. Por entonces apareció la oportunidad de un concurso en LT9 y como siempre me gustó el teatro, participé. Salí elegida junto con “Cacho” Galé y entré a la radio. Pero siempre seguí leyendo historia porque me apasiona. Y de a poco fue saliendo esto de que todos los protagonistas son hombres, los panteones nacionales están llenos de hombres. Y las mujeres, ¿qué hacían mientras los hombres salían a conquistar la gloria? Hacían un montón de cosas más pero hasta hace 10 ó 20 años no estaban en ningún lado.
"Las mujeres nos damos tiempo para cumplir con la profesión pero volvemos a casa y nos sacamos la toga para limpiar el piso, lavar los platos y cuidar a nuestro bebé. Estas mujeres que están en el libro no sabían de limitaciones. Llevaban el crío al hombro”.
De ellas habla
“Cuántas marcharon junto al ejército, para estar junto a sus hombres, cargando sus críos, contra las inclemencias del tiempo y las enfermedades, testigos de la muerte no solo de su hombre sino de sus propios hijos, cavando tumbas improvisadas a la vera de los caminos, con sollozos mudos porque no había tiempo para debilidades. Fueron muchas, sin nombre, sin rostros, figuras que sepultó el viento del olvido. Y ellas seguían allí, entibiando el improvisado lecho, dando a luz a sus hijos con gritos ahogados que se perdían en las soledades de las montañas o en los bosques. Las sin nombre, sin rostro, sin voz (...)”. De prólogo de “Las rebeldes olvidadas”.