Roberto Schneider
Roberto Schneider
Desde estas mismas páginas hemos sostenido que suele no ser frecuente encontrar -y disfrutar mucho- en el teatro con un solo actor que en escena tiene la responsabilidad de contar una historia, entretener, conmover y viajar a una dimensión imaginaria. El unipersonal es uno de los géneros más difíciles de abordar y para emprender la tarea una sola palabra define esa verdadera aventura: talento. En “Aquel tiempo de hoy”, espectáculo escrito, dirigido y actuado por Rubén Clavenzani y presentado en ATE Casa España, esa premisa se cumple de manera admirable.
Desde el título mismo se convoca la temporalidad más absoluta. Desde el pretérito se llega al presente y queda sólo la intriga del futuro. De entrada nomás, lindísimo. Sobre la escena el actor abre el juego para atrapar al espectador en un estupendo viaje por el tiempo para recordar aquellos inventos que marcaron de un modo u otro el devenir de la humanidad. Los aspectos escenoplásticos y la utilería de Alfredo Godoy Wilson y la música original de Gustavo Caprile son el preciso sostén para que el protagonista cumpla con la premisa de emprender un viaje “por el tren de las comunicaciones en el que el teatro, el cine y la televisión son los protagonistas. Ese tren de muchos horizontes es el tren de la vida, el teatro, el placer, el fracaso, la esperanza, la creación y el amor”.
En “Aquel tiempo de hoy” se muestra a un actor que se lanza a contar una historia que, además, es también la propia. Y que juega con enorme sabiduría para entregar lo que mejor sabe hacer: actuar. Así, Rubén Clavenzani logra que teatralmente la intensidad cobre una fuerza arrolladora, porque cuenta esa historia construida con lo que el corazón le fue dictando. El sentimiento está a flor de piel y dos menciones que son dos homenajes resultan conmovedoras: Juan Carlos Rodríguez F. (el Flaco) y Julio Beltzer. Dos figuras indiscutibles de la escena santafesina convocadas por la emoción más pura.
La totalidad tiene un ritmo incesante y Clavenzani dicta una cátedra de actuación. El autor, actor y director logra ganar una apuesta difícil, como lo es reivindicar el teatro de las palabras en un tiempo de imágenes espectaculares muchas veces vaciadas de contenidos; también la de plantear problemas profundos en una época de banalidades consumistas y la de hablar del individuo en días de tensiones sociales. Para conseguirlo tiene muy en cuenta su rápida empatía con el espectador; su ingenio, su chispa. Para que asomen también la melancolía y algunas notas de soledad. Entonces, el milagro sucede. Una vez más un gran actor conmueve y logra la ovación. Porque supo encadenar con espontaneidad las distintas situaciones y sugerir, sin exagerarlo, el inmutable transcurrir del tiempo.