Por Marcela Brizuela (*)
Por Marcela Brizuela (*)
@MarceBri-OK
El ser humano siempre tuvo la percepción de ser observado por la mirada atenta de un ser omnipresente. En el hinduismo, a través de Shiva, una deidad de tres ojos -el tercero en la mitad de la frente, que destruiría todo lo que viera cuando ése ojo se abriera-. En el budismo, en la iconografía de sus textos y templos de Nepal, suele presentar el símbolo de un ser que mira hacia el frente con un ojo de oro en el centro de la frente. En el Egipto antiguo, por medio del “Ojo de Horus” (o el “Ojo de Ra”), se decía que el ojo izquierdo era la Luna y el ojo derecho el Sol, lo que le permitía una visión de totalidad absoluta. En el judaísmo y otras religiones de Medio Oriente, el Ojo que todo lo ve es un símbolo representando un ojo en la palma de una mano, que se lleva como amuleto de protección contra el “mal de ojo” provocado por la envidia del ojo enemigo. Para el cristianismo, el Ojo que todo lo ve es “el Ojo de la Providencia”, simbolizado dentro de un triángulo, representando la ubicuidad de la Santísima Trinidad y la omnipresencia divina en su vigilancia constante sobre su creación. En la actualidad, la cultura popular basada en teorías de conspiración, al “Ojo que todo lo ve” lo interpreta como un eufemismo para referirse a la vigilancia global, promovida especialmente por el gobierno de Estados Unidos.
¿Quién nos ve cuando nos miran?
Somos contemporáneos de la posmodernidad y creemos ser libres por manipular a nuestro arbitrio, artefactos y dispositivos tecnológicos que nos permiten decidir qué mostrar y qué ocultar. Sin embargo, cada uno de nosotros es una mínima unidad de información expuesta, aún en el mínimo acto de realizar una compra o pagar un servicio en el sistema online. Nos solicitan datos que van desde la fecha de nacimiento, el número de DNI, hasta la cantidad de miembros que componen el grupo familiar; solicitándonos el ingreso de una clave alfanumérica que les garantiza que no somos un robot. Sobre toda esa información, “el ojo” de las corporaciones posa su mirada vigilante y ante el indicio de que estamos por fuera de las normas establecidas, proceden a castigarnos. Pues vivimos bajo “la mira” de un sistema basado en pautas como: visibilidad y control; ideas que permitieron consolidar lo que Michel Foucault denominó el panoptismo, un sistema de vigilancia permanente para ejercer el poder a nivel general y particular; manipulando la percepción y configurando formas de control y castigo; entrecruzando cuestiones como la visibilidad, la mirada y la asimilación.
La visibilidad alcanza su máxima expresión en el proyecto de una sociedad informacional, que algunos la denominan sociedad técnico-científica o sociedad de la información, y consideran que nos beneficia con el acceso a un gran volumen de información; una comunicación a nivel planetario; el aumento del bienestar y la seguridad; la mejora de la eficacia y calidad de los servicios; y la generación de nuevas industrias. Por otro lado, están los que declaman la cara amarga de dicho orden social, porque nos expone a vivir en una brecha de desigualdad digital; en una sociedad dependiente; en el uniformismo cultural; concluyendo en la pérdida de la privacidad, esa que nos expone al alcance de las miradas de todos y nos constituye en esa “gran familia de ojos” de la que habla Marshall Berman (1) donde las decisiones dependen de un entramado virtual y digitalizado y los datos se expanden en el éter de la comunicación mundial, vía Internet, cual autopistas de la información (2), dando lugar a la mirada que ejercen aquellos que demandan mecanismos de control y que nunca sabemos quiénes son realmente, porque si bien nos miran a todos, ellos se encuentran ocultos a nuestra mirada; concluyendo en ese efecto que es la asimilación, donde los vigilados hacemos propias las prohibiciones y terminamos autocensurándonos en las expresiones, acciones y opiniones, para no ser presas del castigo de las corporaciones que ejercen el poder.
Nos presumen culpables
En una entrevista realizada a Michel Foucault, titulada “El ojo del poder”, él sostiene respecto a la idea del panóptico: “No existe en ella un poder que radicaría totalmente en alguien y que ese alguien lo ejercería él solo y de forma absoluta sobre los demás; es una máquina en la que todo el mundo está aprisionado, tanto los que ejercen el poder como aquéllos sobre los que el poder se ejerce” (3).
Al decir de Foucault, el concepto de panoptismo refiere al dispositivo de la visibilidad absoluta y controlada; donde lo que se llega a controlar son más las intenciones que las acciones. De hecho, en la sociedad informacional se ejerce el control social mediante las cámaras de vigilancia y los códigos de identificación que nos imponen los centros informacionales estatales y financieros. Con el pretexto del control social, se consolida la vigilancia y el examen en forma constante, bajo la premisa de que somos culpables hasta tanto se demuestre lo contrario. En este sentido, es oportuno citar un cuento de Franz Kafka titulado “En la colonia penitenciaria”. En el relato, hay un investigador que es invitado a una colonia penitenciaria para observar y emitir opinión acerca del procedimiento judicial y la aplicación de la pena capital que se llevan a cabo en ese lugar. El punto nodal del cuento es el que hace referencia al proceso judicial. No se le hace conocer al condenado su sentencia ni tampoco se le concede el derecho de defensa:
“—¿No conoce su sentencia?
“—No -respondió el oficial-. Sería inútil anunciársela. Ya la sabrá en carne propia.
“—Pero por lo menos, ¿sabe que ha sido condenado?
“—Tampoco. No se le dio ninguna oportunidad de defenderse -dijo el oficial-, y volvió la mirada, como hablando consigo mismo, para evitar al explorador la vergüenza de oír una explicación de cosas tan evidentes” (4).
La pena que se aplicaba era a través de una máquina que producía una muerte inhumana, donde se colocaba al sentenciado boca abajo y el artefacto le grababa la sentencia en el cuerpo, con unas agujas que penetraban cada vez más hondo en la piel, hasta que al cabo de doce horas, el condenado moría habiendo comprendido su sentencia durante la ejecución, porque la sintió en carne propia. Cuando el individuo sentía en su cuerpo las palabras, comprendía lo que hizo y lo que le hicieron. El panoptismo del que habla Foucault parte de ese modelo de proceso judicial, donde todos somos presuntamente culpables, y somos castigados sin que se nos dé el derecho a la defensa.
Así es como vivimos con la percepción de estar “en la mira” de una voluntad externa y superior, ya sea por una deidad anclada en las creencias, o de un entramado tecnológico devenido en ese mecanismo que Foucault entiende como panóptico. Está en nosotros ser capaces de poder fugarnos del foco de la mirada que oprime, y de asimilar una percepción que configure una mirada distinta a la que predomina. Una mirada que nos absuelva de las supuestas culpas.
(*) Comunicadora Social (Uner).
>>> Referencias:
(1) Berman, Marshall. “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad”. Ed. Siglo XXI. Buenos Aires. 1989.
(2) Ferrer, Chrístian. “Mal de ojo”. Ed. Colihue. Buenos Aires. 1997.
(3) Foucault, Michel. “El ojo del poder” entrevista en Jeremías Bentham. El panóptico. Barcelona. La Piqueta. 1980. Pág. 18.
(4) Kafka, Franz. “En la colonia penitenciaria” en “El cuento fantástico y de horror”. Selección y notas de Jaime Rest. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina S.A. 1977. Pág. 168.