Alejandrina Argüelles
No pueden hacer una obra que tenga similar categoría artística, que alcance igual fama y que tenga a la vez ese mensaje “políticamente correcto”, esa pavada de los últimos tiempos.
Alejandrina Argüelles
No es nueva esta cosa de querer modificar obras de arte. Intervenirlas, inspirarse en ellas y ponerle otro nombre: es lícito. La cosa es justamente cuando se cuelgan de la fama de la obra, usan su nombre para tener público, para tener un artesanado que no son capaces de crear per se.
Es casi obvio decir que me he inspirado en esa boutade tan comentada en estos días, referida al cambio del final de la famosa ópera Carmen “porque sería una apología del femicidio”. Y que tan bien definió Sebreli: es oportunismo puro, justamente por lo que señalo más arriba: no pueden hacer una obra que tenga similar categoría artística, que alcance igual fama y que tenga a la vez ese mensaje “políticamente correcto”, esa pavada de los últimos tiempos. Creo que además de oportunismo es plagio.
Párrafo aparte pero necesario: ojalá nadie más mate a nadie, ni a mujeres, ni a varones, ni a ancianos, ni a gays, ni a policías, ni a curas, ni a travestis, y mucho menos a niños. Englobo a todos en una sola palabra: asesinato, si no, deberíamos agregar ancianicidio, policidio, gaycidio y otros neologismos innecesarios. Las palabras en sí no cambian nada, son hojarasca para hacer ruido. Las palabras ayudan a cambiar cuando muestran situaciones que son la raíz del mal: por ejemplo dar los nombres de falsos garantistas, de los que dejan libres a violadores y asesinos y asesinas; de policías que no toman denuncias, no controlan las restricciones etc etc.
Este triste final inventado para la ópera Carmen deja impoluta a la ópera y acelera la caída en el olvido de quien lo hizo, o tal vez quede su nombre en la lista de los oportunistas. Esa lista que viene de largo tiempo atrás y se recuerda cada tanto para arrancar una sonrisa que ponga a un lado la indignación. El más emblemático tal vez es Il Braghettone, apodo que el ingenio mediterráneo le puso a un sujeto servicial que se hizo eco de las protestas de un cura atónito al ver tantos desnudos en el Juicio Final de la Capilla Sixtina terminado, y pidió a un tal Daniele de Volterra que cubriera “esas partes” de la obra de Miguel Angel. Lo hizo, o empezó a hacerlo, momento en que para siempre su nombre se perdió en el olvido sustituido por el de “Il Braghettone”.
En rigor de verdad el Papa no había dado esa orden, al contrario quedó maravillado por la obra. El escrupuloso fue el maestro de ceremonias y se atrevió a decírselo a Miguel Angel, siempre dispuesto a la respuesta colérica o irónica. Esta vez el genio agregó en el ángulo inferior derecho del “infierno” un personaje, Minos, con la cara del que lo criticó y con orejas de asno. Ya no hubo protestas válidas; es más: el Papa Paulo III lo festejó. Y allí está per secula seculorum el que quiso ser más papista que el Papa o como se diría hoy, políticamente correcto.