Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
Los argentinos, o buena parte de ellos, resisten términos de la realidad que impliquen cambios fundamentales en la conducta colectiva.
El “ajuste”, que con ahínco rechazan, no tiene otro significado, que el progresivo y necesario proceso de adecuación de estructuras sobredimensionadas en el Estado, y aún en el ámbito privado, que sobrepasan las posibilidades de financiamiento que los recursos permiten, en un tiempo permanente, no accidental.
La sobredimensión estatal y la incompetencia de muchas empresas privadas, alimentadas por un insostenible sistema de subsidios, ha permitido correr las consecuencias de la incoherencia hacia adelante, generando una artificialidad manifiesta a partir de endeudamiento, emisión monetaria e inflación, que en algún momento debe detenerse, porque la situación o las situaciones que genera ese círculo vicioso, se manifiestan en el déficit estatal, emisión sin respaldo, inflación, especulación financiera, pérdida de inversión productiva, pérdida o no creación de empleo, fuga de capitales, aumento de la pobreza y la indigencia.
Si el diagnóstico en este sentido es claro -es técnico-, con independencia de la política, tarde o temprano implicará la toma de decisiones políticas tendientes a su reversión.
No hay muchos caminos en esta dirección. Las terapias van desde la ortodoxia liberal monetarista, consistente lisa y llanamente en un shock de contracción del gasto a límites susceptibles de ser financiado con recursos genuinos -esto es un “ajuste ortodoxo”- o una política de heterodoxia gradualista, donde se implementen al mismo tiempo correcciones estructurales contractivas, con políticas activas tratando de estimular la inversión tanto pública como privada , en aquellas áreas con ventajas competitivas, para el abastecimiento interno y la exportación .Esto es un “ajuste gradual”.
Sin duda Macri y su equipo económico han optado por esta segunda alternativa, apostando a un proceso de confluencia donde la sobredimensión del gasto se financia con endeudamiento externo e interno del Estado, mientras se va ajustando el desquicio tanto estructural como de gestión que dejó el gobierno de Cristina Kirchner, apuntando la inversión pública hacia una mejora de la infraestructura, que convertida en externalidad, beneficie el desempeño competitivo de las empresas, convocando inversiones que sostengan ese enfoque a través de una mejora real del crecimiento.
El término “ajuste”, que desvela a sectores empresariales y gremiales vinculados al Estado y a los subsidios, no debería constituirse en un “demonio”, porque más allá del gasto improductivo en sectores que no agregan valor, “el salario” de estos sectores es un “factor de consumo” indispensable para el conjunto de la economía.
En esta instancia el concepto de “ajuste” debería centrarse mucho más en el de “productividad” de la mano de obra y evolución y cambio productivo tanto de las empresas como del Estado, con un objetivo de eficiencia y competitividad de productos y servicios.
El mundo de la cuarta revolución industrial, que es cada vez más rápido e implacable, no tiene contemplaciones con las economías nacionales que se quedan, que no son capaces de comprender la realidad de un progreso científico tecnológico cada vez más acelerado, donde buena parte de los actores económicos deben capacitarse en tiempo real con las transformaciones. Y donde las estructuras, metodologías de trabajo e instituciones tienen que tener la suficiente flexibilidad para adaptarse, y no quedarse afuera.
El tan temido “ajuste”, que conceptualmente es racional cuando algo está desajustado, debería resultar bienvenido como oportunidad para los argentinos de subirse al tren de ese progreso tan acelerado, que puede transformar positivamente a nuestra sociedad, pero que en su rauda marcha, no espera.
El término “ajuste”, tal como lo usa la izquierda opositora al gobierno, es una deconstrucción, tendiente a cambiar el concepto que se tiene del mismo. De normalización de algo anormal, hecho este “benéfico” frente a la crisis económica estructural que padece el país desde hace muchos años, lo transforman en una categoría “maléfica”, que utilizan sin ningún sentido racional para oponerse a cualquier alternativa, aún gradual, que implique mejorar las posibilidades de la economía argentina.
La especulación es que en su larga decadencia, Argentina alimente la perspectiva de una explosión social incontrolable en el marco de su sistema jurídico político. Esta situación sería la condición objetiva de una remanida revolución popular, a la que contribuiría paradigmáticamente cualquier circunstancia que conduzca a estar peor, resultando así mejor, para lograr el objetivo revolucionario.
El concepto de “ajuste” debería centrarse mucho más en el de “productividad” de la mano de obra y evolución y cambio productivo, tanto de las empresas como del Estado, con un objetivo de eficiencia y competitividad de productos y servicios.