Osvaldo “Coni” Cherep
Osvaldo “Coni” Cherep
He tenido el honor, y el gusto, de discutir públicamente durante algunas horas con Rogelio Alaniz en el marasmo de las redes sociales. El objeto de la discusión fue el concierto de Los Palmeras a los pies del Obelisco, y particularmente, la presunta utilización política electoral de este y otros eventos culturales que realizan los gobiernos. El Litoral me ha invitado a publicar mi posición frente a la expuesta por mi respetado profesor de Historia en la Facultad de Ciencias Jurídicas, y aún sabiendo que no tengo estatura intelectual para afrontar el debate en igualdad de condiciones, lo he aceptado en nombre de una convicción: el debate siempre enriquece, y las posiciones, todas, son relativas y complementarias.
Demasiado importante como para minimizarlo en un hecho político electoral
Primero arranquemos por la cumbia. Nací en un barrio de Santa Fe y la cumbia, a mi pesar, sonó siempre de fondo. Yo no lo advertía, incluso lo rechazaba, pero la cumbia es una de las pocas expresiones populares de verdadera identidad que tiene nuestra ciudad. No es la única, claro, pero tampoco tenemos tantas como para andar eligiendo.
A mitad del Siglo XX y mientras Santa Fe era una especie de Atenas de la cultura nacional -desde sus latidos surgían enormes figuras de la escena teatral, del cine latinoamericano o de las letras de habla hispana-, ya en los barrios sonaban cumbias que hacían mover los cuerpos de los (y las) santafesinas de la orilla.
Durante más de medio siglo, los “hombres cultos” de la ciudad, le negábamos a aquellos acordes -especialmente a los que se sostenían sobre bases de acordeón-, el verdadero valor de filiación que representaba en las mayorías populares de nuestros barrios.
La cultura popular, entonces, incluso durante los gobiernos del peronismo, eran aquellos fragmentos que elegíamos quienes transitábamos los medios de comunicación y que se correlacionaban directamente con la herencia de las tradiciones, que bien supieron sostener durante al menos dos siglos, los “dueños de la ciudad”.
En la currícula educativa, los alumnos aprendimos que la música santafesina era el folklore. Que nuestro sonido se encontraba exclusivamente en los acordes de Merceditas o del Paisano Santafesino, que había nacido en los pajonales donde crecen los sauzales, a orillas del Paraná. Con algo de suerte, algún docente incorporaba a Don Horacio Guarany entre las páginas a seguir y las canciones a escuchar en su lejano Alto Verde querido.
Resistimos a la cumbia, le negamos existencia, y como siempre, en todos los casos en los que los fenómenos identitarios resultan genuinos e ignorados, tarde o temprano, la cumbia terminó ocupando el lugar que le correspondía: el centro de la escena de la cultura de la ciudad.
No es cierto que la cumbia es un producto del mercado. Ni mucho menos. En Santa Fe, mucho antes del fenómeno menemista de la bailanta y de la explosión internacional del Bombón Asesino, en los bailes del Centro Gallego, de Villa Dora, de Santa Rosa de calle las Heras o de otra decena de clubes de toda la geografía de la ciudad, la cumbia era la música que elegía la mayoría de los santafesinos a la hora de ir a bailar. Ni el tango, ni la milonga, ni los valcesitos, ni el rock: era la cumbia.
La reivindicación que hizo y hace la gestión gubernamental el género, no es otra cosa que el reconocimiento oficial a un género musical que fue destratado durante décadas por las voces institucionales, y que siempre representó, nos guste o no, la “música de los negros”.
Lo que debe remarcarse es que no se trata de la única expresión que reivindica la gestión cultural que desde hace casi una década encabeza la “Chiqui” González. Una gestión que ha invertido en la recuperación de espacios públicos para la cultura santafesina, que ha consolidado la diversidad y ha fortalecido todas las expresiones culturales representativas de nuestra cultura, no merece ser simplificada en la puesta en marcha del proyecto de Los Palmeras y la Filarmónica de Santa Fe.
Es una de las tantas acciones culturales llevadas a cabo por la gestión cultural. Y su popularidad, termina certificando que, efectivamente, es representativa del sentimiento de los santafesinos. Nos guste, o no.
El Puente Colgante, el Obelisco y la utilización política
Es curioso que quienes cuestionan la utilización política (incluso electoral) de los conciertos de Los Palmeras con la Filarmónica, no se detengan en un hecho mucho más simple: desde hace muchos años, la cuestión electoral depende de factores e ingenierías mucho más profundas e inteligentes que el montaje de un concierto.
Es posible que haya quienes crean que la actividad circense, esté vinculada a la voluntad popular. En cualquier caso, es un planteo ingenuo y parcial. Tanto para quien lo observa, como para quien pretenda aprovecharlo.
La presencia de Los Palmeras y otros cincuenta músicos -la mayoría de ellos integrantes de la Sinfónica de Santa Fe- en escenarios tan importantes como las plazas Rosarinas, la costanera de Villa Carlos Paz, nuestra laguna Setúbal y nuestro Puente Colgante de fondo (muy de fondo, por capricho de un político celoso) o el más reciente del Obelisco, serán acontecimientos inolvidables e históricos que superan largamente cualquier expectativa electoral.
La obra, los arreglos sinfónicos y la masiva posibilidad de haber podido escuchar “su” música, combinada con el sonido de una orquesta, constituyen un paso adelante extraordinario. Para la cultura santafesina y para la consagración de su principal género musical, como corresponde, como expresión institucionalizada.
De la pluralidad, de la integración, del aprovechamiento que se haga de esta experiencia histórica, no dudo, nacerá una cumbia mejor, de mejor calidad musical, de mayor vuelo poético, y de “estéticas ecuménicas”. Así creció el tango, así el folcklore, y así el rock. De su reconocimiento como géneros musicales.
Santa Fe tendrá mejor cumbia cuando los que adoran ejecutarla estudien y se formen sabiendo que lo van a hacer. Cuando perdamos el prejuicio de creer que es un género menor. Cuando dejemos de mirarla con desprecio clasista, cuando “los cultos” la incorporemos naturalmente como sonido genuino. De procesos como éstos nacieron los Rubén Blades, los Juan Luis Guerra, las murgas uruguayas, la Tropicalia brasilera o el propio Astor Piazzolla.
Es política, claro. Es el reconocimiento a nuestra principal expresión musical. Y es una enorme puerta que se nos ofrece como espacio de integración.
Vincular a la cumbia, a Los Palmeras, al Bombón Asesino y a estos conciertos inolvidables, con los apetitos -legítimos, por cierto- de un dirigente político, es no comprender la profundidad del fenómeno.
Es la cultura popular. Lo mejor para los pueblos. En un sentido estricto. Nos guste o no.