Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
Freud decía que cuando una niñita descubría lo que le faltaba, se enojaba mucho, fundamentalmente con su madre, por haberla parido incompleta y a partir de allí, desarrollaba el “complejo de castración”, sufriendo un sentimiento de incompletud y desarrollando una envidia por el pene.
En 1931 y 1932, plantea que para la niña, el complejo de castración tiene tres salidas: 1) la represión de la sexualidad, con la inhibición de sus futuras capacidades sexuales; 2) la no aceptación de la ausencia de pene con el consecuente desarrollo de un complejo de masculinidad y 3) la aceptación de la ausencia de pene, la niña está conforme con sus órganos sexuales y desarrolla el carácter femenino.
El complejo de castración se da en ambos sexos, y de él emergen distintas conductas que caracterizan las relaciones entre hombres y mujeres a lo largo de su existencia.
En momentos en que existe gran tensión en esa relación, como consecuencia de los intensos reclamos femeninos de distintos cambios en la relación histórica entre los sexos, creo que es interesante poner sobre el tapete implicancias psicológicas de esa relación y para ello nada mejor que recurrir a Freud y a Lacan que son quienes más han desarrollado el estudio y la descripción de causas y efectos en la complejidad de la relación entre los sexos.
Edipo en el hombre y la mujer
En el varón, el complejo de castración comienza cuando descubre la zona genital femenina, evidenciándose la falta de pene. A partir de allí, comienza a representarse la pérdida de su propio pene y la amenaza de castración.
Cuando descubre que la madre no tiene pene, comienza a aceptar la existencia de seres sin pene.
Aquí interviene de manera importante la aparición del padre en una relación triangular de madre, hijo, padre, donde el hijo comprende que su objeto sexual, la madre, resulta intervenida por el padre que lo desplaza y en ese desplazamiento se dibuja en el inconsciente del niño el riesgo de castración, en el proceso de sustitución de él, por el padre. Así nace el complejo de Edipo, que es en definitiva, la muerte del padre para yacer con la madre.
Cabe señalar que el complejo de castración no responde solamente a la infancia, y puede aparecer en cualquier momento de la vida, por ejemplo en la posibilidad del fracaso en la aproximación al sexo femenino.
El complejo de castración en la mujer se organiza de manera diferente, dice Rómulo Lander en un trabajo presentado en el XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis en 2002. Cuando la niña descubre la diferencia anatómica y admite que no tiene pene, sus efectos son inmediatos, experimentando el deseo de tener lo que vio y sabe no tener. Al hacer este descubrimiento, la niña se aparta de la madre, responsabilizándola por la incompletud.
Entra al complejo de Edipo esperando encontrar en el padre el falo que le falta y la complete.
Este objeto incestuoso, “padre”, está prohibido por la ley ancestral del incesto, pero no hay la amenaza de castración que pesa sobre el varón, motivo por el cual el romance de la hija con el padre se alarga no disolviéndose este deseo edípico sino años después.
El complejo de castración en el cortejo nupcial
Lacan en 1958 sostiene que hay que diferenciar con relación a la “lógica del falo”, la significación donde el órgano es el referente con su presencia visible, del significante fálico, donde “el falo es el significante del deseo del otro” y donde ambos sexos, lo poseen y no lo poseen.
Tanto el hombre como la mujer, para gozar del cuerpo del otro, tienen que transformar al otro en sentido metafórico en su falo.
Éste es un punto crucial en la lógica de la relación porque si bien biológicamente el hombre tiene el falo, el goce no se produce sin el cuerpo del otro, tanto en el plano físico como en el imaginario. En esta medida, con su aceptación o su rechazo, la mujer le da o le quita el falo al hombre.
La comprensión de esta circunstancia es fundamental en la característica igualitaria de la relación entre los sexos, pero donde los procesos de acercamiento de unos y otros son diferentes.
El hombre trae a cuestas su complejo de castración, y su aproximación siempre es de tanteo de un camino seguro que aleje el complejo de castración (todos los actos de cortejo) mientras que en la mujer, que entra a ese proceso ya castrada (porque no tiene falo) se remite a aceptar o no la propuesta masculina.
Esta simplificación, no académica, del proceso de acercamiento entre los sexos, puede explicar de algún modo los extremos del debate personalizado por Calu Rivero con sus acusaciones a Juan Darthés por sus presuntos arrebatos acosadores en el transcurso de las filmaciones de una serie televisiva.
Creo que lo más importante como mensaje, es la comprensión de que si el varón -por su trama psicológica- está compelido a la cautela de una serie de mensajes de aproximación, que bien pueden ser interpretados como acoso según las circunstancias, no es menos cierto que la mujer como receptora de esos mensajes tiene el derecho de decir que no, y esto debe ser respetado.
También es cierto, que la mujer que da y quita el falo en la versión del significante, activa señales simbólicas que tienden a concitar el interés masculino a través de las apariencias, como la exhibición del cuerpo, o partes del mismo, en el vestido, en las posturas, en los movimientos, en los gestos, en las palabras, que se leen como invitaciones a la aproximación.
Por estos motivos, reconociendo la naturaleza de ambos sexos, es menester la cautela en el juzgamiento de situaciones que entrañan ese espacio tan lábil de la aproximación y la aceptación o rechazo del cortejo nupcial.
El complejo de castración se da en ambos sexos, y de él emergen distintas conductas que caracterizan las relaciones entre hombres y mujeres a lo largo de su existencia.
Si bien biológicamente el hombre tiene el falo, el goce no se produce sin el cuerpo del otro, tanto en el plano físico como en el imaginario. En esta medida, con su aceptación o su rechazo, la mujer le da o le quita el falo al hombre.