Guillermo Domínguez Aleffa
Guillermo Domínguez Aleffa
Qué difícil resulta sentirse privilegiado cuando la gracia que se dispensa se da a manos llenas sin distinción de personas. No obstante, el jueves por la noche quienes se sentaron en las butacas del Teatro Municipal 1º de Mayo para escuchar a la Orquesta Sinfónica Provincial y al Coro Polifónico no pudieron evitar sentirse privilegiados.
Con el histrionismo de un maestro de ceremonias de chistera y botas de charol, las manos sin batuta del maestro Enrique Diemecke rindieron un acabado homenaje a Claude Debussy en la conmemoración del centenario de su fallecimiento: todo el concierto fue una lección de impresionismo musical puro y simple, ejecutado con emoción profunda, soltura expresiva y justa precisión.
Es posible que el repertorio, extenso en su belleza y bello en su extensión, pueda haber generado la inquietud de quienes son más afines al sentimiento explosivo y desbordante, algo que la composición de Debussy no nos obsequia casi nunca de forma literal.
Los cuatro movimientos de la “Petite Suite para Orquesta” fueron un claro anuncio del clima general del concierto, donde una orquesta concentrada pintó con trazo fluido cuatro cuadros vívidos gracias al trabajo de los vientos y al buen diálogo con las cuerdas.
Sin embargo, fue durante el “Preludio a la siesta de un fauno” cuando los sonidos se transformaron en imágenes y color. Quienes hubieran a la sazón levantado la mirada para observar los lienzos anulares de Nazareno Orlandi que coronan el techo del teatro, tal vez hubieran podido ver cómo las figuras de esa evocación luchaban, envueltas en sonido, contra su aparente inmovilidad.
En el final de la primera parte del concierto estuvo la clave: el aplauso se contuvo y un silencio expectante creció siguiendo la mano del maestro Diemecke en señal de extraña comunión entre público y ejecutantes, hasta que las palmas pudieron brindarse generosas.
La segunda parte del concierto, un tanto más extensa que la primera y ejecutada sin pausas a pedido del director, no defraudó al público con su carga musical y emotiva.
En los “Nocturnes”, las sirenas polifónicas que nadaron en los palcos laterales nos transformaron en nuevos Ulises. Sin estridencias, prestaron su voz a las caricias sonoras de algas y labios de verdeazul, y nos recordaron que no siempre el destino de las sirenas es convertirse en espuma al romper el alba. Perfecto complemento y acabada metáfora para “la Mer” que siguió.
Aquí merecen especial mención las arpas y la percusión. Sin ellos el agua no hubiera sido agua, ni la alba alba, ni el viento viento.
El aplauso final fue muestra suficiente de un público complacido y satisfecho.
Nota de color: la carta entregada en mano por el maestro Diemecke a la secretaria de Cultura de la Provincia extendiendo a Santa Fe la invitación para participar del programa “Colón Federal”.
Reflexión: la Sinfónica seguirá obsequiando privilegios. Está en nosotros explotarlos al máximo cada vez que la orquesta se sube al escenario. Al fin y al cabo, sin público no hay espectáculo. Y encima es gratuito.
Agradecimientos: Al maestro W. Hilgers y a todos quienes planearon este homenaje impresionista. A los tritones del Coro Polifónico por su apoyo moral. la culpa es de Debussy que sólo compuso para sirenas.