Ivana Fux | [email protected]
Después de quince años al frente de la Arquidiócesis, el obispo saliente de Santa Fe reclamó “unidad de los dirigentes” frente a temas de Estado como el combate de la droga. Habló del “olvido” que evidenció la inundación de 2003, y de las heridas que dejó la causa Storni. “En eso, he trabajado mucho tratando de tirar el ancla hacia adelante”, expresó.
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A sólo días de dejar la Arquidiócesis de Santa Fe después de quince años, José María Arancedo repasó los peores y mejores momentos de su pastoral. En diálogo con El Litoral, alertó sobre las problemáticas latentes de la ciudad, reflexionó sobre la clase política y sobre las heridas que dejó en la sociedad tanto la causa Storni como la inundación de 2003.
—¿Qué balance hace de su trabajo en Santa Fe?
—El balance es positivo. En la vida de uno, hay diversos momentos; ciertamente fue al principio con la inundación lo que más me sorprendió. Yo no conocía la ciudad, salía a caminar y me encontraba con gente que no sabía adónde iba. Hicimos abrir los colegios para que vayan evacuados; acá en la misma curia tenía personas que trabajaban y que no podían volver a sus casas. Hubo una solidaridad muy grande. Pero produjo heridas fuertes y dejó huellas que creo que se van sanando sobre todo en el cordón oeste. He tratado de potenciar mucho la presencia de sacerdotes para acompañar ese camino que fue difícil. Pero doy gracias a Dios de que incluyó ese momento rico durante mis quince años aquí. Tuve la oportunidad de crear la Mesa del Diálogo para recuperar la autoestima de Santa Fe. Fue, sobre todo, un encuentro desde la diversidad; no sólo religiosa sino política, y demostramos que era posible ese encuentro. Fueron quince años de trabajo; muchas decisiones, incluso, con el propio gobierno. Ha habido dificultades pero son las propias de la vida para quien trabaja y se compromete frente a una arquidiócesis que tiene sus complejidades.
—Siempre se dijo que esa inundación dejó a la vista una gran fragmentación de la sociedad santafesina. ¿Cree que con los años eso se saldó?
—Es cierto que la inundación mostró que lo que parecía que no existía, efectivamente existía. Que lo que estaba más allá, contaba. Y apareció en la crudeza de esa inundación. La Iglesia tenía presencia en esos barrios del oeste, pero evidentemente que ahí salió todo. Creo que hay un camino que se fue haciendo de sanar heridas; y en eso tiene que estar toda la sociedad sobre todo la parte política porque a veces fraccionar o dividir puede permitir sacar un aparente rédito pero que dura poco. Creo que se ha ido sanando. Se hicieron muchas obras, se creció en todo lo que es elevar las condiciones de vida de esos barrios. Pero falta mucho aún. No hay que pensar que todo está hecho; hubo un olvido. Tampoco, hay que agarrarse de eso; sino que hay que mejorarlo. La mesa del diálogo se proponía justamente eso; sanar una Santa Fe desconocida.
—¿Se logró la reconciliación entre la sociedad santafesina y la institución eclesiástica después del caso Storni?
—Aquello fue muy duro. Yo creo que sí. Hay cosas que el tiempo las va marcando. Anduve por todos los lugares; ha habido hechos tristes pero la mejor respuesta a ello es mirar con esperanza el futuro y no quedarse anclado en el pasado, sino saber que la Iglesia crece y camina. En eso, he trabajado mucho, tratando de tirar el ancla hacia adelante. La unidad está hacia adelante. Hacia atrás tenemos enfrentamientos. La verdad se va como construyendo; la vamos descubriendo en nuestro camino hacia adelante.
—¿Cómo vivió el cambio de signo político en el gobierno de la provincia? -consultó Cable y Diario.
—Fue una relación de respeto. Hubo diferencias en muchos aspectos pero en un contexto de respeto, autonomía y colaboración. Incluso de acuerdos. Estando el gobierno socialista hubo una huelga policial y fue el propio Ejecutivo el que me pidió intervención. Y todo salió adelante. Me agradecieron mucho. Lo hice como un servicio a la comunidad más allá del partido que estaba en el poder. La Iglesia no tiene que identificarse políticamente con ningún partido.
—Este gobierno socialista propone una reforma constitucional que plantea la neutralidad religiosa. ¿qué opina?
—Para mí, la palabra Dios tiene un gran significado. Los mayores cuando hablaban de Dios no era sólo desde un punto de vista de un credo; era algo más. Dios es Padre y principio, y nuestros mayores cuando aludían a él era para todos, no para un credo. Incluso, Santa Fe ha sido uno de los primeros lugares del diálogo interreligioso y ecuménico. Yo creo que quitar a Dios es falta de sabiduría, incluso política. La dimensión espiritual trascendente del hombre es un derecho. Es un tema para conversar, pero creo que es sabia la Constitución que habla de Dios sin una opción partidaria o de una religión determinada. Dice que Dios es fuente de toda razón y justicia; lo fue para nuestros mayores y muchos de ellos no eran católicos. Dios no ocupa el lugar de nadie; garantiza la dignidad de todos. Entonces, la dimensión espiritual y trascendente obliga a tener mucho cuidado. Un dirigente que no tenga en cuenta eso, hace una lectura muy parcial de lo que es la realidad del hombre. Y cuando no hay claridad en eso aparecen sustitutos; aparece la magia, lo irracional, y terminamos con cosas muy feas desde el punto de vista del manipuleo de conciencias porque se ha perdido la dimensión correcta de lo que es Dios como principio y Creador. La garantía de Dios preserva al hombre y a la misma naturaleza.
—¿Se agudizó el problema de la droga en Santa Fe? -consultó Cable y Diario.
—Creo que sí. No lo podemos negar. Quizá se blanqueó y apareció lo que había. Recuerdo cuando la Iglesia sacó un documento fuerte en el que decíamos que la droga estaba instalada y que mataba; muchos políticos nos decían que eso no era cierto. Pero la droga estaba en todos lados, y una vez que se instala, compra y mata. A veces había un descuido; decían que era un problema de los mexicanos, de otros, pero ya había entrado y estaba comprando gente, chicos. (La droga) trae plata y así se va perdiendo la cultura de trabajo. Ahora eso se ha como blanqueado.
—¿Se perdió la batalla?
—Creo que no. Creo que es una batalla que hay que darla y no meter a veces un mal concepto de libertad. No da todo lo mismo cuando la droga se la despenaliza; se da un mensaje de que no es algo malo, entonces “por qué me lo van a prohibir”. La droga no sólo destruye y avanza. Es un fenómeno del mundo actual y a veces no hay una dirigencia culturalmente preparada para estos temas.
—¿Esa clase política está a la altura de las circunstancias?
—No caben los juicios de blanco o negro. Hay ideas claras y se toma conciencia. A veces lo que puede pasar es que hay temas que requerirían de una política de Estado en la cual la dirigencia debería verse unida, por ejemplo lo de la droga. Si en estos casos, cada uno saca su rédito, pierde la dirigencia. Ver a los dirigentes unidos es el mejor golpe que se le puede dar a todo aquello que daña. Y a veces, esa unidad no existe.
—¿Qué perfil debería tener el nuevo obispo?
—Monseñor Fenoi tiene condiciones y una muy buena predisposición. No puedo darle consejos; va a ser la propia diócesis quien le mostrará un camino. Doy fe de que va a ser muy buen obispo; me voy tranquilo. Va a ser buen obispo, mejor que el que se va.
—¿Participaría en política?
—No, no creo. Por ahí a uno le piden opinión. Pero no participaría electoralmente.
—¿Qué le quedó pendiente en Santa Fe?
—Uno quisiera más sacerdotes, más laicos comprometidos... Pero, eso forma parte del mundo en el que estamos viviendo. Me voy tranquilo. La sensación es que espiritualmente hice poco o mucho, pero que en cada momento hice lo que se me pedía. Anduve un poco solo a veces, pero lo hice con mucho gusto.