Roberto Schneider
Roberto Schneider
Tiene que haber alguna sutil motivación psicológica que explique el fenómeno de “lo amoroso”, motivación que a pesar de esa sutileza es igualmente mágica, dada la repercusión que tiene en el público, su aceptación, su entusiasmo. Suele haber en la cartelera teatral santafesina, tan intensa, alguna expresión de este tipo de resultado en una obra. Nunca tan perfecta, tan espléndida y, por supuesto, tan amorosa, como en “Como flor de enredadera”, de Edgardo Dib, estrenada en La 3068, espectáculo que confirma con creces lo que sostenemos al principio. ¿Nostalgia, melancolía, deseo de recobrar lo perdido, de rechazar así la cualidad de terrible, de inexorable que tiene el tiempo en su fluir, ya que así está indicando que la existencia se acaba, tiene límites, concluye?
Algo de todo esto debe haber. Incluso en este hermoso espectáculo que motiva estas líneas, hecho de alegría, de chispa, de brillo, de cierta bienvenida dosis de burbujeo, y en un marco de irreprochable y sostenida hermosura visual. En una mesa de hule, un sifón Estambul; un repelente de mosquitos y una soberbia picada con queso, salamines y aceitunas bajo una enredadera que de verdad uno quisiera tener en su casa de tan mágica que resulta son el marco al que se agregan los sonidos de una típica noche de verano en la ciudad: zumbido de mosquitos, el canto de los grillos y alguna chicharra también. Y el calor, mucho calor con mucho abanico en la mano son el marco ideal para que Rubén von der Thüsen, Daniela Romano y Luciana Tourné otorguen carnadura a sus personajes, acompañados por el también mágico Esteban Coutaz, tocando la música en vivo.
Todos los nombrados se sumergen a menudo en las aguas de ese tiempo al que hicimos referencia para traer nuevamente y para satisfacción del espectador a célebres canciones, algunas probablemente alejadas en la marea de los días, otras todavía vigentes, como si las estuviese ya cubriendo un tul muy fino pero también sensible, el de la ternura, esa ternura que tantas veces experimentamos con respecto a lo que una vez fue nuestro y ya no nos pertenece.
No hay dudas, desde el encantador principio de este no menos encantador itinerario al recuerdo que ha ideado Dib -y que cuenta también con su dirección general y su autoría en algunos rubros técnicos- de que encierra, entre muchos otros, un tesoro del que particularmente somos muy sensibles: el amor al cine y al melodrama. Y dado que casi todas las canciones interpretadas han pertenecido o pertenecen a esa inefable magia de la pantalla (la grande y la chica también) que retrotrae a míticas figuras del espectáculo argentino, la mejor manera que uno encuentra en cuanto a soñar, el diseño de la obra construye esencialmente un melodrama con los mejores ingredientes. Hay que saber mucho de la especificidad para evitar lo kitsch, para recordar con ahínco y sobre la base de una historia reconocible. Como la suya, como la nuestra.
Todo en la puesta en escena es armonioso y todo sucede bajo una suerte de hechizo visual (es preciosa la enredadera creada por Lucas Ruscitti y Federico Toobe) al que es inútil querer sustraerse. Debemos agregar el impacto provocado por unas milanesas fritadas a la perfección dado el color oro que las envuelve. Todo tiene buen gusto y equilibrio y absolutamente todos los aspectos del espectáculo han sido cuidados. La música de Coutaz es una protagonista más y el vestuario y las luces cooperan para que el espectador sea llevado a un territorio único, en el que olvida todo lo que pueda afligirlo y donde renace, por suerte, en esta explosión de vida por suerte tan contagiosa.
Intentar el elogio de Rubén von der Thüsen insumiría un extenso espacio. Es un artista extraordinario que ha dado innumerables muestras de su talento en la historia del espectáculo santafesino. Para completar su propio historia canta, y lo hace de la mejor manera, para comunicar la compleja lectura de su atribulado personaje. Lo mismo sucede con Daniela Romano y Luciana Tourné. Ambas son cantantes de indiscutido prestigio y las dos han aprendido a actuar con solidez, entregadas con sutilezas al mundo de ensoñación propuesto por la historia y la dirección preciosa y armoniosa de Edgardo Dib. Cuando el espectáculo concluye -con la exquisita asistencia de dirección de Luchi Gaido y la aceitada producción de Leilén Bouchet- nos vamos alegres por haber presenciado ese esporádico viaje, como creemos haberlo dicho, a un pasado que, para felicidad de quienes hemos presenciado “Como flor de enredadera”, sin ser únicamente sus simples espectadores, no ha transcurrido del todo.