Daniel Zolezzi
Daniel Zolezzi
Desde antiguo, el comunismo practicó el delito para financiar su asalto al poder. En Rusia, antes de acceder a él, no trepidó en robar bancos -recordándose, por lo sangriento y por el volumen del botín- el robo al banco de Tiflis, capital de Georgia, en cuyo planeamiento intervinieron tanto Stalin como Lenin.
Entre nosotros, los Montoneros y el ERP -con el mismo fin, fallido en su caso- recurrieron al robo y al secuestro extorsivo, como lo hicieron en Colombia las FARC y, en Perú, Sendero Luminoso. Que algo de los dineros así habidos terminara en algún bolsillo en particular, va casi de suyo. Pero en aquellos casos, buena parte de esos botines fue -realmente a financiar la espiral de muerte y violencia que desencadenaron esos movimientos.
En cambio, cuando distintos movimientos de izquierda, apoyan hoy al kirchnerismo -y absuelven a su organizado sistema de saqueo- saben que éste no aspiraba a la dictadura del proletariado, sino a una autocracia oligárquica, cuyos dirigentes ostentan sin el menor pudor una riqueza proveniente del asalto a los fondos públicos. Claro está, que algún derrame benefició a tales movimientos.
Así, el ilícito ha dejado de ser un medio para financiar la revolución, para pasar a ser un fin en sí mismo. La sinceridad ideológica de estos “combativos“, que cubren su accionar con banderas leninistas o trotskistas resulta, pues, más que dudosa. No roban con un fin revolucionario. Como los K, se dicen revolucionarios para robar.
La mutación de movimientos originalmente ideologizados en bandas de narcotraficantes, es pública. Por ella transitaron, las FARC en Colombia, Sendero en Perú y el ETA en el país vasco. Pero la mutación inversa ya ofrece ejemplos. Así, sindicatos criminales trataron de recubrirse de ideología, luego de años de militar en el delito común.
Ejemplo cercano: allá por 2006, en San Pablo, Brasil, los líderes del Primer Comando de la Capital -tal el nombre de un poderoso sindicato criminal- declararon la guerra a esa ciudad, asesinando a mansalva a decenas de personas. Por entonces, los medios informaron que su jefe supremo, se había instruido en la cárcel, estudiando el marxismo y sus técnicas. Y ese jefe intentó dar cierto tono “clasista y combativo” a la matanza, procurando envolver el capitalismo de la droga en el ropaje de la “reacción de los oprimidos”.
En otras palabras: un guerrillero, con el tiempo, puede terminar robando para sí. Y un mafioso de estirpe, puede terminar disfrazando sus acciones de praxis revolucionaria.
En algún punto entre ambos, se sitúan las organizaciones de izquierda que justifican el latrocinio K en nuestro país o las que lo hacen en Venezuela con el chavismo. Saben perfectamente que, en ninguno de los dos casos, habrá “entrismo” ni “paraíso socialista”.
Ahora, en lo estrictamente institucional, podremos, tal vez, catalogarlo definitivamente, cuando se vote en el Senado el desafuero de Cristina Fernández. Ya votaron en contra del de de Vido, dando malas señales. Porque a éste, era muy difícil imaginarlo como “un combatiente de las causas populares”. Estemos atentos al próximo paso. Que será más veraz que cualquier antifaz ideológico.