Ignacio Andrés Amarillo
La obra pivota entre la épica literaria y vital de Alfonsina Storni, una vida de privaciones y luchas mitificada por el tiempo y el arte; y el drama cotidiano de Juliana, un “bichito raro” de 16 años en 1984, atrapada entre su diferencia de las otras chicas, los secretos familiares y “la educación sentimental”.
Ignacio Andrés Amarillo
Gustavo Palacios Pilo y Juan Candioti son, qué duda cabe, la dupla creativa por excelencia del musical en Santa Fe. Cierto es que no tienen mucha competencia, pero eso es una virtud: sólo la fe de Palacios en que “aquí podemos hacerlo” (contrariando a otro viejo musical) permitió que en los últimos tres lustros, de la mano de Operetas Sólo Musicales exploraran diferentes registros, en un arco que va desde la primigenia “Gallitrap” a la reciente “Septiembre”, puesta “definitiva” de una creación de años atrás.
Planos
Entre esos márgenes se mueve el programa artístico de Operetas: entre el musical épico lloydwebberiano, con su lirismo, sus coros multitudinarios y su despliegue visual, y las variantes modernas de la disciplina, post “Rent” o “Casi normales”. En “¡Soy! esa Alfonsina” (sobre la que ya se explayara Roberto Schneider en estas páginas), Palacios (autor y director general) parece haber logrado unir los extremos, en una obra que trabaja en planos superpuestos (narrativos, melódicos, escenotécnicos, que pivotan entre la épica literaria y vital de Alfonsina Storni, una vida de privaciones y luchas mitificada por el tiempo y el arte; y el drama cotidiano de Juliana, un “bichito raro” de 16 años en 1984, atrapada entre su diferencia de las otras chicas, los secretos familiares y “la educación sentimental”.
Como en “Las horas”, la película de Stephen Daldry basada en la novela de Michael Cunningham (que vinculaba a la indómita Virginia Woolf con una insatisfecha lectora de la “generación silenciosa” estadounidense), la historia de Alfonsina funciona como relato por sí mismo y como inspiración en el “terrenal” relato sobre la muchacha y sus circunstancias.
El logro de la puesta está en la articulación de los planos, de figura a fondo y a los cruces sobre el escenario: se recurre aquí también a las estructuras móviles, esta vez como sutiles biombos receptivos del mapping de Javier Manso.
Pero también está en la partitura: Candioti (compositor y director musical) elige una instrumentación aparentemente sencilla (Alejandra Bontempi en piano, Luisina Gioria en flauta, Eduarto Rabufetti en batería y Patricia Hein en violoncello) para dar unidad conceptual a un score que va desde el dramatismo en la muerte de Horacio Quiroga hasta el tono Disney en la canción de la alocada Pía “¿Por mí?”, llegando a los coros contrapuntísticos del ensamble sobre el final del primer acto (“Caricias perdidas”).
El segundo acto hace dialogar las temporalidades, en planos escénicos que imbrican y se vistean pero se funden en la música, hasta llegar al “frente a frente” de Alfonsina y Juliana (“Brazos amantes”).
Hay equipo
El elenco tiene una estructura híbrida, con algunos intérpretes fijos y otros rotativos, conocidos como los equipos Verde y Naranja; se consigna aquí la actuación del Verde, que fue el del estreno. El mismo se apoya en la frescura de Elisa Candioti (hija del compositor) como una Juliana aniñada y querible, con su crescendo de emoción; y en el estudiado porte trágico de Yamila Manzur como Alfonsina.
Alrededor florecen interpretaciones como la de Mauricio Arce como Germán (el atribulado profesor de literatura), Micaela Aguirre en la piel de Pía (chica sufrida bajo la máscara de una Sharpay de “High School Musical”) y Mario Beney como un Quiroga sufriente como personaje de ópera decimonónica. Acompañan María Inés Aiello como Sofía (madre de Juliana) y María José de la Torre (la “tía” Carla); el resto del ensamble secunda con solvencia, con dirección vocal de Dalila Rocchia.
Con todos estos elementos, la dupla creativa nos lleva a recorrer la tensión entre la épica de los grandes nombres y los dramas cotidianos: nuestra pequeña épica personal.