Roberto Schneider
Roberto Schneider
El teatro brinda, siempre, la posibilidad de desechar máscaras, de revelar el contenido real, de fundir en un acto las reacciones físicas e intelectuales. El rol del actor/actriz es un salirse de sí mismo y, así entendido, es una invitación al espectador. Ese acto puede compararse con el amor más auténtico. Y es en esa vertiente en la que se nutre, precisamente, Carolina Halsall para realizar un espectáculo sinceramente amoroso. “Soledad o un ángel roto” es el título de la propuesta basada en “Angeles rotos”, un texto del dramaturgo argentino Ignacio Apolo presentado en el Foyer del Centro Cultural Provincial con dirección de Fernando Belletti. A través del recorrido del mismo se transita por un vital y seductor camino donde se habla del amor, de la soledad, la locura, el poder, la importancia de sentirnos vivos y de cierta prepotencia de los sentimientos.
Sobre la elaborada y cuidada escenografía de Ruy Gatti aparece Soledad. No está sola, otras voces la habitan para reflejar, en parte, el devenir humano. Con tristezas, con pequeñas alegrías, con dolores. Y con mucha poesía, para conformar un fresco en el que se combinan la pena y la alegría para refirmar que la vida continúa, a pesar de todo. Soledad nos narra su historia y nos va contando sobre el silencio, la casa oscura, una ventana donde discurre la vida, la primavera, la plaza, las vecinas, el hombre, las mujeres, la magia.
La creación, especialmente cuando se trata del trabajo del actor o la actriz, significa y conlleva una sinceridad infinita, disciplinada. O dicho en otras palabras, el material utilizado en la creación no debería representar un obstáculo para el creador. Esto es lo que sucede con “Soledad, un ángel roto”, donde la esencia del texto surge intacta, sin divismos ni deformaciones por parte de la intérprete. Carolina Halsall es una actriz talentosa: rigor dramático, equilibrada expresividad y mucho sentimiento son los elementos puestos sobre la escena. El precioso vestuario de Natalia Langhi sirve, con pocos elementos, para los cambios. Una postura, un gesto y el perfecto tono de voz son el soporte para ir creando a todas las criaturas, iluminadas por las luces de Sergio Robinet.
La dirección de Belletti (también adaptador del original) es destacable. Junto con Halsall logran el preciso sentido del ritmo y el tiempo teatral tan difícil de lograr en otros en un espectáculo donde el ser humano, ese ser manuable y notable, esa criatura que camina con miedo y con amor por la reducida cornisa que lo obligará a caer hacia el cielo o el infierno, está presente para obligar a meditar acerca de la condición humana.