Mauricio Yennerich
Mauricio Yennerich
Para comprender, desde la racionalidad económica, las políticas de gobierno, resulta oportuno reconocer que en el vértice superior de la pirámide que congrega a quienes controlan el crédito y la disponibilidad de capital financiero, a escala global, se encuentran dos grupos con intereses que divergen. Esta distinción es importante porque su posición, en el esquema de relaciones de fuerzas internacionales, los capacita para influir en el nivel de precios, consecuentemente en el tipo de cambio, que es el precio que recibe la moneda extranjera, cuantificado en dinero nacional. Hay un grupo de inversionistas, en franca retirada desde que la gestión de Nixon implantó los primeros ajustes estructurales, que operan en el sistema financiero con actitudes proclives a la regulación, la transparencia, el largo plazo y mayores niveles de estabilidad en las relaciones y operaciones, hay otro grupo -la vanguardia de la hegemonía- cuyos desembolsos están sujetos a condiciones más informales y que posee una mayor voracidad. Este último, no tiene en su agenda el concepto de desarrollo, es decir, no considera que sus préstamos deban ser parte de una inversión, indicada como el momento en el que la tasa de empleo de mano de obra coincide o supera la tasa de interés del capital utilizado para generarlo.
Por lo tanto, en el vértice superior del sector que controla las finanzas, las pequeñas y medianas empresas y aquellas dedicadas a infraestructura para el desarrollo, no encuentran aliados. La responsabilidad de la Jefatura de la Administración Central, consiste en detectar quienes estarían dispuestos a financiar programas de inversión. Por lo tanto, cuando lea que “los mercados empujan el precio del dólar”, conviene pensar en estos argumentos.
Yendo al terreno concreto, si se observa lo que sucede en marco de las políticas monetarias, que son diseñadas, en gran medida por la Jefatura del Banco Central de la República Argentina (BCRA), notará que la pax cambiaria, que fue el vocablo utilizado para referir el reciente veranillo de quietud del precio del dólar en el orden de los , se vacía de sentido. La idea de un cambio de timonel, de Sturzenegger a Caputo, tuvo entre sus objetivos financieros, el de reemplazar un stock de Letras del Banco Central (Lebac), que son en pesos y “licuables” en caso de una devaluación, por un stock creciente de bonos en dólares. Recordemos que el BCRA viene sacrificando reservas desde marzo, en el orden de los US$ 500 millones en algunas semanas, de promedio y en esta que acaba de pasar, por US$ 395 millones. Este drenaje por momentos torrentoso, motivó intervenciones tales como la suba de los encajes y las subastas, pero, al parecer, nunca es suficiente. En último análisis, el problema parece ser el peso argentino. Se mera existencia. Si es así, se trata de un problema soberano de primer orden. La Casa Blanca propuso dolarizar la economía, lo ha hecho Hong Kong, Panamá y Ecuador y países como Francia y Alemania se han refugiado en el euro. Al parecer no confiamos en el peso y la confianza no se rompe porque sí. Pero eso es harina de otro costal.