Roberto Schneider
Roberto Schneider
En la mitología griega, el mito de Caronte era el barquero de Hades, encargado de transportar las almas de los difuntos en su barca. Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, tras lo cual Caronte accedía a llevarlos sin cobrar. Ese mito es retomado por el dramaturgo tucumano Carlos María Alsina para escribir “El pasaje”, obra presentada en la Sala Marechal del Teatro Municipal con dirección de Fabián Rodríguez. Es uno de los mitos más perdurables porque trata de las inquietudes esenciales del hombre en todo tiempo y lugar: el amor, la muerte, la memoria, el olvido, el ansia de detener el flujo inexorable del devenir.
Alsina otorga al mito un sentido político: esa barca, la Argentina, no tendrá sosiego hasta que la Justicia aplaque el clamor de los muertos sin sepultura. Conviene entonces recordar que la memoria guarda, prolijamente, todos los recuerdos. Para que irrumpan en la conciencia en determinadas circunstancias. No siempre aparecen en los momentos más oportunos porque ellos habitan una jungla gobernada por sus propias leyes. En “El pasaje” algunas veces es el presente el que convoca los recuerdos y suele convertirlos en conductas. Es en el universo alsiniano en el que tres personajes navegan atravesando un río; entre Eros y Tanatos el autor condensa por un lado un espacio indefinido por tener la cualidad del tránsito y por el otro ese tránsito marca dos extremos, vida y muerte.
Los diálogos entre la mujer, el hombre y la enfermera los conducen por diversas edades del pretérito. Hay espacio para las confidencias. El presente deja pocas esperanzas para estos personajes que, compulsivamente, continuarán recriminándose las mismas cosas, siempre con diálogos de profunda poesía. Cada uno de ellos tiene características propias y entre los tres aparece también con nitidez la relación entre víctimas y victimarios.
Fabián Rodríguez acierta en la traslación del texto de Alsina porque construye lo mejor del espectáculo: respetar su alto carácter poético. Nada es altisonante y el viaje por ese río (el de la vida pero también el de la muerte) marca el fuerte itinerario por el mundo propuesto por Alsina. La actriz Silvia Montrul maneja las difíciles aristas de su atribulado personaje. Tiene fuerte presencia escénica y una voz intensa. Está bien acompañada por Ana Belén Speranza y Leandro Jara, que expresan también corporalmente el universo espiritual de sus roles.
Rodríguez domina el lenguaje de la escena, apoyado por la musicalización de Fabián Pínnola; el acertado vestuario de buen gusto y la utilería de Lucía de Frutos y el exacto diseño de la planta de luces de Sergio Robinet. La totalidad se impone por el rigor teatral del texto, por la exquisita dirección de Fabián Rodríguez y por la armonía de las actuaciones y los rubros técnicos.