Ignacio Andrés Amarillo
Luego del éxito de “Desencajados”, Darío Sztajnszrajber y Lucrecia Pinto vuelven con este concierto filosófico, donde Platón dialoga con Spinetta, Charly García, los Redonditos de Ricota y Soda Stereo. Será el sábado, en doble función. En exclusiva, el filósofo dialogó con El Litoral sobre la propuesta y sobre los debates del presente.
Ignacio Andrés Amarillo
Darío Sztajnszrajber llega a Santa Fe para presentar su espectáculo “Salir de la caverna: filosofía & rock” junto a Lucrecia Pinto, luego de las múltiples y exitosas presentaciones de “Desencajados”. El filósofo desarrolla la alegoría de la caverna de Platón de manera pedagógica interactuando con el público junto a una banda de rock que interviene con un repertorio de canciones del rock nacional. Será el sábado a las 21 y a las 23.30, en el Centro Cultural Provincial Paco Urondo (Junín 2457).
Las entradas se pueden adquirir online en www.eventbrite.com.ar, o personalmente en boletería de la sala. Los precios son: platea y palco preferencial (fila 1 a 9) 0; platea y palco (fila 10 a 17) 0; generales (planta alta) 0.
Sztajnszrajber le concedió un tiempo a El Litoral para explayarse sobre esta iniciativa y sobre los principales debates filosóficos de la actualidad.
Música y filosofía
—“Salir de la caverna” es una nueva propuesta en la línea de “Desencajados”. ¿Qué particularidades tiene este espectáculo y qué temáticas se abordan?
—Está en la misma línea, pero más que una obra de teatro es un recital de filosofía y música. Tiene la misma estructura de diálogo entre la filosofía y la canción, pero es un espectáculo más rockero, que busca complementar el desarrollo del relato de la caverna con un repertorio de canciones del rock nacional que de algún modo son resignificadas en función de lo filosófico.
Es más el desarrollo de una serie de preguntas reflexivas alrededor de ese relato literario fascinante de Platón, que nos hace recapacitar sobre cuál es el lugar de nuestra normalidad, de nuestra realidad, y cuánto estamos de algún modo determinados por poderes que nos exceden.
Mientras voy desarrollando esas preguntas con mucha interacción con el público (cosa que en “Desencajados” no hay”) la banda de rock (a la que se le suma un teclado que no estaba) va haciendo temas de Divididos, los Redondos, Soda (Stereo), Charly (García), Spinetta, etc.
—¿Cómo fue que pensaron con tu compañera Lucrecia en buscarle la vuelta a un “concierto filosófico”?
—Me gusta “concierto filosófico”, o “recital filosófico”. Lucrecia lidera a este grupo de músicos, de algún modo intentaron entrar en un diálogo con el guión filosófico, y ver de qué modo canciones muy clásicas en el rock nacional pueden releerse a la luz de los planteamientos. Entonces nos encontramos con temas como “Prófugos” de Soda, que dice: “Estar así despiertos es un delirio de condenados”. Y para nosotros es una gran metáfora de la filosofía; como lo es la historia del “Capitán Beto” de Spinetta, que decide romper con el sentido común y salir en un viaje sin destino.
Es a partir de visualizar cómo dos géneros podrían estar hablando sobre las mismas cosas que decidimos entrar en esta sinergia. Que obviamente ayuda mucho desde la divulgación, a que las cuestiones filosóficas no sólo se entiendan más sino que se vivan desde el arte, con una sensibilidad que muchas veces la argumentación fría pierde.
—¿Cómo se encuentra el disparador o el remate musical para cada segmento o contenido?
—En realidad, se va encontrando en cada canción a partir a veces de la letra y a veces de la propuesta musical del tema un acompañamiento hacia la cuestión existencial que en ese momento estamos abordando. Cuando tratamos la cuestión de cómo el poder se manifiesta en nuestro tiempo, haciendo una lectura de la caverna de Platón a través de la lente de (Michel) Foucault, y llevándolo muy al llano (a tratar de ver este panóptico foucaultiano inmerso en cada una de nuestras prácticas cotidianas) irrumpen casi sin pensarlo los acordes de “Vencedores vencidos” de los Redondos: que no sólo desde la letra sino desde la propuesta musical termina potenciando las distintas sensaciones existenciales promovidas por el desarrollo conceptual.
Dilemas
—En sus espectáculos abordan la muerte, la opresión del hombre por el hombre, la tensión entre libertad, seguridad y felicidad, entre otros temas que pueden ser angustiantes. ¿Cómo te plantás a la hora de hacer “disfrutable” temas tan angustiosos?
—Creo que hay una falsa dicotomía entre angustia y felicidad. A partir de ahí diría que podemos releer la pregunta desde otra perspectiva: si la angustia existencial que provoca la filosofía puede generar algún tipo de realización, por lo tanto acercarnos a la felicidad. Porque si no, hay que partir de una idea de felicidad preimpuesta, por un sentido común de que ser feliz es no tener problemas. Cuando lo que planteamos desde la filosofía es todo lo contrario: es problematizar una realidad que por ahí el poder necesita plantear como carente de problemas, como “en paz” o “en armonía”, para de ese modo imponer un tipo de lectura de las cosas como si fuera el único.
Entonces esta angustia genera una sensación de libertad, y aunque la cosa no cierre y perturbe, hay algo en esta perturbación que tiene que ver con la realización, por lo tanto está más cerca de la felicidad de lo que suponemos.
—Has sido docente universitario, secundario, televisivo y escénico. ¿La enseñanza y divulgación de la filosofía es una especie de militancia para que “cambie algo”?
—Creo que la docencia es un ejercicio de transformación. Un docente inspira a que el otro se transforme, entonces lo podés leer como un tipo de militancia; pero no como un tipo de militancia productivista. No sé si los que somos docentes estamos buscando que el otro se direccione a lo que uno previamente pretende. Ésa sería una lectura más utilitaria, donde pensamos la docencia como formación en el peor de los sentidos de la palabra: imponerle al estudiante con el que uno conecta en el aula.
Esto sería una especie de militancia abierta, donde buscamos el resquebrajamiento del sentido común. Después, cada uno irá hacia dónde quiera, pero en principio, es salirnos del guión que otros escriben sobre nuestras propias vidas.
Ser en el mundo
—¿Puede ser que hayamos pasado de tiempos en que esperábamos que la filosofía cambie el mundo a una era en que queremos ver cómo manejar nuestra relación con el mundo y nuestra propia subjetividad?
—No sé. Creo que obviamente son tiempos donde por ahí las utopías modernas están resignificadas. No creo que se hayan perdido en términos de utopías; sí me parece que hay un cambio focal donde el lenguaje moderno está en algún punto retrayéndose y aparecen otras formas de plantear la transformación. No creo que se renuncie a cambiar el mundo, sino que se produce un desplazamiento de cuál es ese ideal, de hacia dónde se quiere cambiar.
Creo que hoy la filosofía de la deconstrucción provoca una apertura inusitada, que por ahí proyectos del siglo pasado, en nombre de cambiar el mundo, se planteaban dogmatismos arbitrarios que negaban la posibilidad de la diferencia. Seguían planteando un universo cerrado, un ser humano realizado, desde el paradigma de la verdad: que no deja de ser la clave de la instrumentación de cualquier poder.
Por eso, hoy la deconstrucción perturba, molesta tanto: porque quita definición, la realidad posibilita cualquier cosa. Sobre todo la desidentificación permanente con esos patrones con los que el sentido común viene construyendo nuestra identidad.
—De todos los “grandes temas”, ¿cuál ves como más presente en la discusión cotidiana de las personas?
—Creo que hay una mezcla: hay temas filosóficos que se cuestionan a lo largo de todos los tiempos; como creo que obviamente, como decía Baudelaire, el maquillaje o el ropaje de las épocas va haciendo que los mismos temas se vayan planteando de modos distintos.
Creo que la cuestión tecnológica es muy actual y amerita una reflexión fundamental: va modificando en el día a día nuestra relación con el otro, con las cosas y con nosotros mismos. Se suele colocar a la cuestión técnica en un lugar secundario, pero existencialmente es fundamental.
Los tres grandes temas de la filosofía, que son el amor, la muerte y Dios (o el más allá), siguen presentes pero pensados desde la materialidad de nuestro tiempo.
Dimensiones políticas
—Hace un tiempo hablaste del retorno de lo político, yendo por delante de la política (una distinción laclau-mouffiana). ¿Creés que están más “prendidas” las bases que las estructuras de la política formal?
—No lo sé. La revuelta feminista me parece que es un indicio alentador u optimista del retorno de lo político desde un lugar distanciado de la política tradicional. Los grandes proyectos o movimientos que triunfan en la política tradicional son los que se presentan como críticos de la misma. Como formas de antipolítica, de despolitización o de retraimiento a la mercantilización de la existencia como forma del vínculo social. Cierto individualismo exacerbado que siempre encuentra en un otro la responsabilidad de nuestros males.
Pensé que hay un aire más comprometido con el otro, más deconstructivo, que me animo a llamar de izquierda en función de esas dos grandes vertientes, que de algún modo la revuelta feminista representa y permite una lógica diferente en términos políticos. De ahí a cómo esto puede plasmarse después en términos de democracia institucional no lo sé. Evidentemente, sigue habiendo como esa distinción: la democracia continúa por los canales institucionales y hay que ver cómo esa representatividad de la política que está por fuera de la política termina plasmándose en votos electorales concretos.
Sobre todo de acá a 2019 en la Argentina, y al mismo tiempo tenés el caso Brasil, que muestra hasta qué punto ese retorno de lo político no alcanzó o no se tradujo en una posibilidad de desplazamiento hacia lo electoral de esa representatividad. Tal vez ahí está el problema: la crisis de la política tradicional supone por parte de los sectores más progresistas una desconfianza que los deja afuera; y de parte de los sectores más de derecha una utilización de esas estructuras para la instalación de su proyecto de poder.