Gabriel Rossini
Gabriel Rossini
El presidente Mauricio Macri aprovechó, hace diez días, la Cumbre del G20 en Buenos Aires para reunirse con dos de los banqueros más importantes del mundo: Jamie Dimon, presidente del JP Morgan, y Brian Moynihan, presidente del Bank of America, a quienes trató de convencer de que el año próximo será reelecto en primera vuelta.
Los dos argumentos sobre los que se sustenta el optimismo presidencial son la fragmentación de la oposición -que según estima irá dividida en dos o tres candidatos, uno de los cuales será la ex presidenta Cristina Kirchner-, y que se repetirá lo ocurrido en mayo de 1995, cuando Carlos Menem fue reelecto con el 50 % de los votos en un año en que la economía cayó el 4,5 % y el desempleo alcanzó un altísimo 18,6 %.
Más allá de lo que haga la oposición, que no sabemos si irá dividida o tendrá la “mala idea” de juntarse para ganar; para imponerse en primera vuelta Macri al menos debería obtener el 40 por ciento de los votos y que ninguno de sus rivales llegue al 30 por ciento. En este caso no sólo no perder ni uno de los 8.601.131 de votos que obtuvo el 25 de octubre de 2015 -obtuvo el 34,15 %- sino que debería sumar al menos 1.600.000 votos más.
Con la economía parada, caída de las ventas que recuerdan a la crisis de 2001, una inflación que estará cerca del 50 por ciento, “salarios pulverizados” como le reconoció a los banqueros, 33,6 % de pobreza en el país, 51,7 % de pobreza infantil y trabajadores formales por debajo de la línea de la pobreza, no parece probable que suceda. De hecho, las encuestas muestran cada día más una caída en la imagen y la aceptación presidencial y a su gestión, sobre todo en la clase media, la más afectada y decepcionada.
Una de las claves, dicen, es revertir la caída de la economía. ¿Podrá? Parece muy poco probable, pese a las repetidas promesas de que lo peor está quedando atrás. Hasta el FMI, el respaldo más fuerte que aún tiene el gobierno, ha predicho para el año próximo una caída del PBI de 1,9 por ciento, que seguramente será mayor, como todas las estimaciones que se hicieron hasta ahora, empezando por la lluvia de inversiones del segundo semestre de 2016.
Agitar el retorno del populismo, kirchnerismo, o como quiera llamarse lo que el oficialismo considera su opuesto, es un recurso agotado. El resultado de la próxima elección será la consecuencia de un proceso que se inició en 2015, que ha empeorado cualquier índice económico y social que se tome en cuenta, como consecuencia de errores propios y no de sucesos externos. De hecho, todas las economías de América Latina crecieron, menos la de Argentina, que caerá cerca del 3 % del PBI.
Es imposible entender la reelección de Menem de 1995 sin analizar los 15 años anteriores a ese hecho. La década del 80 en Argentina fue una tragedia: tablita de Martínez de Hoz, Malvinas, crisis de la deuda, efecto Olivera-Tanzi, PBI inferior al de 1974, inflación del 626 % en 1984, Plan Austral, economía de guerra, caída del 20 % en el valor de los productos exportables, Plan “australito”, cesación de pagos, Plan Primavera, festival de bonos, e hiperinflación en 1989.
De acuerdo al economista Pablo Gerchunoff, en la segunda mitad de la década del 80 el esfuerzo que se le hizo hacer a los países de la región para pagar la deuda externa, incluida la Argentina, fue de 4 puntos del PBI, un esfuerzo en términos relativos superior al que se le hizo hacer a la Alemania de Weimar y que para muchos historiadores fue el origen de la Segunda Guerra Mundial.
A partir de 1990, tras dos planes fallidos, uno de los cuales terminó en otra hiper y el Plan Bonex, por razones internas y externas como fue el fin de la Guerra Fría, la economía argentina creció hasta 1994 a un promedio del 8,8 % por ciento anual, que marcó el récord del siglo para un período de cuatro años, el consumo y la inversión lo hicieron el 10,7 % y la productividad el 7,3 %. En este contexto, ganó Menem y no por alquimias de algún laboratorio de marketing político, que en los últimos diez días hizo lagrimear al presidente dos veces.
Agitar el retorno del populismo, kirchnerismo, o como quiera llamarse lo que el oficialismo considera su opuesto, es un recurso agotado.