Leonardo Pez
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En marzo, se cumplieron 30 años de la muerte de Miguel Ángel Peralta. Músicos santafesinos de distintas generaciones reconstruyeron su vínculo con el emblema del rock argentino, asociado históricamente a Los Abuelos de la Nada.
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“Federico y Miguel ya no están”. Aquello que cantaba Manuel Moretti dialoga con lo que Andrés Calamaro bautizó “la generación de los huerfanitos que ni se enteran” (“Paracaídas y vueltas”, 2015). Además de Moura y Abuelo, el año que transcurrió entre los meses de diciembre de 1987 y 1988 se llevó a Luca Prodan. El 26 de marzo de 2018 se cumplieron tres décadas de la muerte en la clínica de Munro de Miguel Ángel Peralta, uno de los integrantes de la línea fundadora del rock argentino, junto a Los Gatos, Almendra, Manal, Los Beatniks, Vox Dei, Billy Bond, Moris, “Pajarito” Zaguri, Tanguito y Pipo Lernoud, entre tantos otros.
Especiales en televisión, radio, y suplementos gráficos y virtuales; documentales; libros; algún que otro tributo; una plazoleta en Buenos Aires; una fundación con su nombre. Miguel, su recuerdo, está presente en el inconsciente colectivo argentino (el 25 de agosto se llevó a cabo el Festival Mariposas de Madera, curado por Miguel Grinberg). ¿Pero, cuál fue su impacto en los artistas santafesinos? ¿Sigue vigente la figura del Abuelo en la impronta de algún músico contemporáneo de estos pagos? ¿Cómo se debe leer su legado a la luz del tiempo? El Litoral dialogó con Hugo Trédici, Julio “Dippy” Segovia, Luis “Pollo” Sáez, Andrés Olivo, Agustín “Flaco” Ferrero y Gustavo Gabetta, exponentes provinciales de la música para intentar dar luz a una parte de la historia poco conocida.
Te corre de la norma
Fueron dos las veces en que Miguel Abuelo tocó en Santa Fe, ambas con Los Abuelos de la Nada. Según pudo reconstruir El Litoral, la primera tuvo lugar en el Predio Ferial en 1984, y dos años después, hubo revancha en la recordada confitería Danhes (San Martín, entre Junín y Santiago del Estero). Pero Miguel, solo, nunca tocó en la ciudad. Uno de los asistentes a ambos recitales fue Hugo Trédici, para quien “Miguel Abuelo no tuvo ningún impacto en los músicos de Santa Fe”. Sostiene el periodista que la impronta del paladín de la libertad ha logrado encarnadura en algunos exponentes del urderground nacional -Coiffeur, Gabo Ferro, Frankie Langdon- y agrega: “Los primitivos Abuelos de la Nada y el par de discos solistas que grabó en Mandioca pasaron prácticamente desapercibidos en la ciudad. Los grupos beat de aquel entonces tenían influencias del rock y el beat inglés y, a nivel nacional, de Spinetta, Manal, Nebbia y La Joven Guardia”. Más tarde, quien fuera conductor del legendario “Un ojo en la sopa” vuelve sobre sus pasos y agrega: “Puedo notar una mínima influencia en los inicios de La Naranja. Ellos tenían un toquecito más festivo, al estilo de las canciones que componía Abuelo, como ‘No te enamores nunca de aquel marinero bengalí’ ”.
El líder de La Naranja, Luis “Pollo” Sáez, enfatiza la apreciación de Trédici: “La música de los primeros cinco o seis años tenía influencias de Los Abuelos del retorno. Veo una conexión con canciones viejas como ‘El culito’ o ‘Descentralizarme’. Era la banda que más me gustaba: toda la historia con los caños, con la parte rítmica... eran muy libres para hacer música”. Y sobre Miguel: “Era un tipo muy histriónico, rompía esquemas”. Nacido en la época del revival de Los Abuelos, el cantante y guitarrista de Los Todopantalla, Andrés Olivo, coincide en esa percepción del artista que quiebra el estereotipo del rockero argentino. “Era misterioso el chabón. No sabés de dónde vino. Tuvo una metamorfosis corporal re loca: lo ves en los 60 con barba y parece otro tipo, y en los ’80 es re distinto. Va mutando, no sabés qué es... ¡Eso me encantó! Cuando sos chico, te interpela y te corre de la norma como músico”.
Influencia espiritual
Además de Olivo, El Litoral conversó con otro músico nacido en la década de los ’80: Agustín “Flaco” Ferrero. “A Miguel no lo siento como una influencia consciente. La identificación de mi voz con él me resulta un tanto ajena, pero es algo que otras personas reconocen. Quizá, algo ha quedado en el imaginario de cuando lo empecé a escuchar de chico. Tiene que ver con cuestiones tímbricas, maneras de cantar y matices que uso. En Astro Bonzo, había gente que me asociaba a Robert Plant o al Flaco Spinetta, pero otros, en una interpretación no tan inmediata, me decían ‘me hacés acordar a Miguel Abuelo’ ”.
Andrés Olivo profundiza y habla de una “influencia espiritual. Está en mi interior, aunque no se manifieste expresamente: su espíritu me toca en un momento y está ahí. Lo que siento con Miguel, con Lou Reed, es una ‘influencia’ en el recitado de la canción”. Músico pionero del indie cancionero en Santa Fe, el cantante de Los Todopantalla tiene un estrecho vínculo con la literatura, que se traduce en la lectura de Bolaño y Castañeda (entre tantos otros) y la escritura de algunos cuentos distópicos. Y en esto tuvo mucho que ver Abuelo: “Para mí fue como una puerta a la literatura. Me generó una sensibilidad de apertura a otras músicas, a que la intensidad no pasa sólo por el ruido, sino por la poesía. Me hizo leer a Leopoldo Marechal. Leí ‘Adán Buenos Ayres’ a los 15 años, y me abrió a poetas como Jacobo Fijman y Oliverio Girondo. Me gustan mucho las letras extensas que van viajando en una secuencia de acordes que siempre es la misma. Las letras son muy impactantes y su música es ultra ecléctica. Tiene una cosa de folclore y no es nada, a la vez. Es como un rock, pero distinto, que apoya a las letras, a la melodía y a la forma de interpretar que genera algo atemporal”.
Loco poeta
El rosarino Gustavo Gabetta fue parte de los inicios del rock argentino, con Los No. Pero su currículum de aquellos años beat, suma otra presea: haber integrado una de las bandas que acompañó a Miguel Abuelo en Francia. Y en la ecuación, incorpora a otro factor: su “hermano de la música y el pensamiento”, Carlitos Joannas. “La conexión se dio a través de Kubero Díaz en Saint Tropez (París), en el año 1975. Estábamos en el Bar Le Morván en el Odeon, y Miguel se apareció con una guitarra. Nos tomamos varias cervecitas y enseguida congeniamos en todo y, como yo era carne y uña con Carlitos Joannas, nos fuimos a zapar con Jorge Pinchevsky a la casa de un loco español que le decíamos Pirindolo. Creo que soy uno de los últimos que habló con Miguel ese día. Me pasó el teléfono del hospital su sobrino Chocolate Fogo y lo llamé. Una pena, pobre Miguel. Un tipazo y un artista irrepetible”.
Gabetta se emociona al recordar a sus dos amigos ausentes. “A Miguel lo atesoro como el más genial, brillante y loco poeta argentino del R&R junto con el amadísimo Flaco Spinetta”. Hugo Trédici coincide con él, sin saberlo, y suelta un “loco poeta”. “En los 80 lo vi en La Esquina del Sol, en Palermo, cantando con su guitarrita canciones de su primera etapa más alguna zamba. Me acerqué a conversar y me pareció un tipo locuaz, vivo, muy inquieto. Me contó quiénes eran los músicos que lo acompañaron en ese álbum grabado en Francia, me dio la lista de canciones, quiénes tocaron y me enteré de su amistad con (Julio) ‘Dippy’ Segovia”.
Segovia, ex baterista de la banda fundacional Them aclara: “Fue por accidente”. “Estaba viviendo en Barcelona en 1976, y decidí irme a Ibiza porque vino Morcy Requena (bajista de La Cofradía de La Flor Solar); me convocaron porque necesitaban un baterista. Me fui a Ibiza para tocar con Miguel Cantilo y Kubero Díaz. A los dos o tres meses fui al Puerto y ahí perdí el barco. Estaba con la batería y mis percusiones. Ahí me encontré unos flacos que eran argentinos”.
—Yo soy músico...
—Ah, yo también.
—¿Querés venir a parar a casa? Estamos viviendo en Rambla de Cataluña.
“Fui al apartamento y me encontré con Miguel Abuelo. Estaba dando vueltas. No sabía quién era. Mi amigo Aldo me lo presentó. Después, en Ibiza, fui con la Cofradía y no sé cómo me volví a conectar con él. Nos empezamos a frecuentar: él vino a mi casa. Yo estaba trabajando bastante bien en Ibiza. Después lo fui a visitar: tocaba la viola y cantaba, y yo con unas percusiones lo acompañé un poco. Armamos una banda... no sé si estaba él. Kubero Díaz estaba en batería, y en bajo, Cachorro López. La cosa terminó ahí, después nos veíamos en fiestas y cantábamos en conjunto. Cuando Los Abuelos vinieron a tocar a Santa Fe, lo vi después de tantos años: una alegría... Juliiito, qué lindo que viniste, me decía”, recuerda Dippy.
“Pollo” Sáez también tuvo un encuentro con Miguel, en La Falda Rock: “Esa noche cantó con la guitarrita, le tiraban con todo. Él puteaba a la gente”. Pero, lo más importante para el músico santafesino ocurrió antes del show. “Yo había acompañado a una periodista tucumana que lo iba a entrevistar en el Hotel Sans Souci. Me puse a hablar con Miguel, le conté ‘soy músico, tengo una banda’, y él me preguntó cómo se llama, y yo le respondí La Naranja (en realidad, estaba en formación la banda). Él me miró y me dijo -nunca me voy a olvidar- che, La Naranja, me gusta ese nombre. Cuando volví, le comenté a Ricardo (Rojas Molinas): si Miguel Abuelo dijo que era buen nombre, vamos a poner La Naranja”.
La elegida
Gustavo Gabetta y Dippy Segovia coinciden en destacar como su canción preferida “Mariposas de madera”. Para Hugo Trédici, la elegida es “Estoy aquí parado, sentado y acostado”. “Me voló la cabeza”. Andrés Olivo, se queda con “Oye niño”. ¿Por qué? “Me tocó a fondo. La música es folclórica: una zamba con un arpegio medio raro, y la letra me parecía alucinante. La escucho ahora y me parece re moderna, con palabras de ahora: velocidad, estallar. Sentía que hablaba de mí: ese niño encerrado, haciendo música, tratando de salir al mundo”.
Flaco Ferrero reconoce la condición de Miguel como padre fundador y “uno de los primeros frontman del rock argentino”, pero viaja unas décadas en el tiempo para elegir el clásico “Himno de mi corazón”. Para el cantante sanjustino, es “una de las composiciones más hermosas del rock, de una pureza absoluta, que retoma la energía del amor en su quintaesencia. Cuando preparamos la versión por la propuesta de Peces en el Aire, pude acceder a esa parte de la canción que tiene que ver con el momento en el que me encontraba para poder conectar con ella. En los ’80, no deja de ser una canción con tintes del movimiento hippie al que Miguel ha adscrito cuando fue a Europa. Hace a una cuestión medular, a la que muy pocos artistas han podido acceder. Es un himno, un manifiesto, un compromiso, un llamado a ir hacia adelante. No voy a poder cantar otra cosa que no sea lo que mi corazón diga. En el texto, confluye la mentalidad de los padres del rock argentino, pero esa energía se inscribe en un país que vuelve a la democracia después de muchos años de dictadura militar y de proscripciones. Y, a la vez, tiene un carácter atemporal. Me parece una poesía muy lúcida, plena y pura, con una vigencia increíble. La manera en la que Miguel canta ‘Himno de mi corazón’ tiene ese carácter de los ’80 que buscaba sintetizar, con la repetición de una vocal que lo hace ceremonial, como si fuera un llamado o una invocación”.