Marcelo Bátiz - [email protected]
DyN
El decenio 2003-2012 que acaba de concluir estuvo signado por dos fenómenos, uno político, el otro económico, mucho más relacionado de lo que se cree, a pesar de que el relato oficial los presente como antagónicos e irreconciliables.
Son, respectivamente, el kirchnerismo y la soja. Dos viejos amigos a los que, por lo que se verá, el 2013 que comienza volverá a mostrarlos unidos por la necesidad. Es difícil, por no decir imposible, encontrar en la historia argentina una relación tan estrecha y excluyente entre un movimiento político y un producto de exportación.
Los cereales y la carne de los tiempos del “granero del mundo” (además de ser en rigor más de un producto) abarcaron décadas con diferentes expresiones partidarias. El trigo vendido a la URSS en la última dictadura tampoco fue tan determinante, tanto en divisas como en el tiempo transcurrido.
Una conjunción de circunstancias, como la caída del gobierno de la Alianza, la mejora de los términos del intercambio para los países emergentes, los avances tecnológicos en la agricultura y la incorporación de China al mercado del comercio mundial, fueron los que determinaron que el boom sojero pasara a ser una exclusividad del kirchnerismo.
Y si se revisan algunas cifras, se podría ser más preciso aún: la sojadependencia pasa a ser absoluta con el inicio de la gestión presidencial de Cristina Fernández. Paradojas de un discurso industrialista como pocos.
De acuerdo con el cruce de las informaciones del Indec y de la Cámara de la Industria Aceitera, la liquidación por exportaciones del complejo oleaginoso fue en 2003 de 9.450 millones de dólares, el 60,8 por ciento del saldo favorable de la balanza comercial.
Si el porcentaje es impactante, mucho más impresiona saber que, en realidad, fue el más modesto de la década que empezaba. La sojadependencia recién asomaba y ni el naciente kirchnerismo se daba cuenta de su importancia, al punto tal de anotar en su plataforma electoral de ese año que “una vez alcanzado el equilibrio fiscal y en la medida de las posibilidades presupuestarias se comenzará un proceso de eliminación de las retenciones a las exportaciones”.
El resultado final de esa década fue un superávit comercial acumulado de 128.451 millones de dólares, impulsado fundamentalmente por el complejo oleaginoso, que en el mismo período liquidó exportaciones por 170.560 millones de dólares.
Es decir que sin la soja y sus derivados, la década kirchnerista hubiera terminado con un déficit en la balanza comercial de 42.109 millones de dólares.