Estanislao Giménez Corte [email protected] http://blogs.ellitoral.com/ociotrabajado/ Todo el tiempo, porque es naturalmente un terreno propicio al error, o porque la presión del “vivo” no puede sino hacer surgir y multiplicarse a deslices y erratas, o porque no hay una verdadera preocupación al respecto, el periodismo choca de frente contra sí. Contra sus propios presupuestos. Con el sentido común. Contra su supuesta teoría a propósito. Con el lenguaje. Colisiona contra lo que debería ser. Contra lo que dicen los teóricos (no sus ejecutores) que debería ser. Pero ello es normal en toda profesión u oficio. Sólo que el carácter público de nuestro ejercicio hace que cada duro traspié devenga en alimento para la tribuna, manjar para la boca del escarnio público. Choca contra sí, el periodismo, como si la elaboración de una noción, categoría o procedimiento, quedase resguardado en manuales de tapas duras, como roído por telarañas, recordado muy vagamente, pero fuese imposible de aplicar en la práctica cotidiana. Todo el tiempo, a la inversa del mito de Narciso, el periodismo se observa en el agua oscura, turbulenta, del día a día. Y se espanta ante el rosario inacabado de yerros: la cantidad (de páginas, de horas, de medios) alcanza sólo parcialmente a bosquejar una explicación. Proporcionalmente, con tomar un sólo medio como caso podría elaborarse una muestra. Podemos avizorar perfectamente las respuestas de los involucrados: los periodistas dirán que no hay tiempo (para hacer y además reflexionar sobre lo hecho); los correctores dirán que no hay tiempo (para cuestionar a los periodistas por lo hecho). Los editores dirán que no hay personal; el personal que no hay tiempo. Y así, en un círculo vicioso de ribetes caricaturescos, el interesado lector halla a diario desastres aquí y allá. O el escucha atento se sorprende ante los tropiezos de los colegas. O vé cómo se divaga impunemente en un maremagnun más propio de la charla de café que del noble oficio de informar u opinar. Ello, que espantaría a los puristas de las formas, no necesariamente es un error en sí: el ejercicio del diálogo espontáneo es una de las cosas más interesantes de los medios electrónicos, ese ir y venir de la información dura a la elasticidad del pensamiento: el problema es la pereza olímpica de los interlocutores por dotar a ese diálogo de los elementos y recursos como para hacerlo interesante. En el periodismo, claro está, la norma, la doctrina y el orden pueden estallar por el caos de lo real. Hay que estar ahí, se me dirá. Hay que lidiar con los acontecimientos, sí. Pero ello no resuelve, en ciertos casos, las cuestiones de fondo. ALGUNOS ÍTEMS No crea el lector que el espíritu de esta nota es desplegar el dedo acusador ni levantar la voz aguardentosa para marcar el error del otro. Jamás. Consideramos que, como formas y soportes dinámicos de comunicar, los usos periodísticos en muchos casos no dependen de normas establecidas rígidamente, sino de los estilos propios del sujeto, que imprimen a su modo de hablar una particular resonancia o generan una particular empatía. El hallazgo o la maravilla están, muchas veces, en contradecir la norma y olvidar la teoría. La naturaleza de esta página pretende, a lo sumo, reflexionar en conjunto (graciosamente, pensará alguien) sobre algunos giros, como mínimo curiosos, del periodismo actual. Son, apenas, las apostillas de un consumidor de medios. Aspiramos a subrayar cómo esos modos de incorporar modismos, expresiones, flexiones, se hacen costumbre sin que ello amerite una reflexión propia, precedente o a posteriori. Esa rara impunidad del que se aposenta frente a una cámara sin considerar mínimamente las implicancias de ello. Con ese objeto, abrimos la discusión sobre algunos ítems, a los que podrían agregarse cientos. Aquí van: 1) La noticia como “cuantificación”. Es una curiosidad que se repite con inusitada frecuencia. Se trata de un rictus común en conductores y periodistas. Se dice: “Hoy es un día de (o con) mucha información (o con muchas noticias)”. ¿No es al menos curiosa esa aseveración? ¿de qué depende esa cantidad? En muchos casos, respondámoslo, sólo del criterio del productor o editor, o del medio. De modo que la cantidad de noticias sería al menos un concepto erróneo, ya que cada periodista podría modificar esa cantidad de acuerdo a su propia pericia. No hay tal cantidad, de hecho. Hay mucho o poco no dependiendo de fuerzas exógenas, sino del propio perfil editorial o interés del medio. Dicho esto, ¿puede alguien en su sano juicio considerar que puede existir una diferencia en la cantidad de noticias respecto del día de que se trate? ¿cuándo habría “poca” información? ¿Habrá “menos” noticias mañana por la mañana? En todo caso, lo que sí hay son acontecimientos más y menos importantes. Alguien dirá que esa expresión (“muchas noticias”) es una suerte de hipérbole que tiene como objeto llamar la atención y despertar la curiosidad. Sólo eso. 2) La mala fama de las malas noticias. Intrínsecamente, filosóficamente, una noticia no es ni buena ni mala. No tiene entidad moral en sí misma. Una noticia es lo que es (y perdón por el tono levemente metafísico): una descripción, un anuncio, una reflexión sobre lo acontecido. Por supuesto que es más grato al espíritu humano anunciar el desarrollo de un medicamento para combatir enfermedades que un atentado. Pero esa lectura es más propia del receptor ocasional y no del “productor” o editorialista. El productor no puede elaborar su grilla de acuerdo a esa distinción sino, eventualmente, de la urgencia que haya en tal o cual información. Pensar la información a partir de categorías tan lábiles e infantiles como lo bueno y lo malo nos recuerda espantosamente esa demarcación binaria que no tan lejanamente estableció cierto presidente norteamericano. Diríase que la urgencia de lo noticioso trasciende esa lectura elemental para pensar los fenómenos desde otras perspectivas más elaboradas y profundas. El optimismo desmesurado, por otro lado, ¿no es un poco sospechoso per se? El anuncio en catarata de “buenas noticias”, esa insistencia exagerada, forzada (que por ejemplo observamos en la locutora oficial de los actos de la presidenta de la Nación) ¿no genera un efecto bumerán, sólo por el propio énfasis sobre la noción de “buena noticia”? Una vez más, las buenas y malas noticias están todo el tiempo, en todos lados. Y en muchos casos lo que es bueno para unos es malo para otros, ese binomio de lo bueno y lo malo está sujeto a la perspectiva del lector. Los criterios de jerarquización hacen el resto. ¿Es bueno que se cierren las fronteras de inmigración? ¿es algo malo? Aquí la función del periodismo estaría puesta en la tarea de interpretar y explicar los fenómenos, no de categorizarlos como buenos o malos. 3) La utilización de códigos adolescentes. Que un periodista de fuste repita en sus emisiones radiales el término “nada” como conector casual o consecutivo. Que un periodista insista con el “todo bien”, con el “ok”, con el uso desmesurado de malas palabras, neologismos, sociolectos, tras la pretensión de acercarse al habla coloquial ¿no afecta los cimientos de un discurso que, sin pretender tener las formas académicas, sí quiere elaborar cierto estilo propio que no debería ser la copia de los modos adolescentes? ¿no es ridículo que adultos de larga trayectoria pretendan emular el habla de sujetos de los que están lejos etaria y existencialmente? Se me dirá: el habla circula y se instala en las personas por el uso. Bien, ¿no deberían los periodistas reflexionar, acaso mínimamente, respecto de esos usos y, en todo caso, pretender elaborar sus propios discursos sin la inclusión a destiempo de palabras, flexiones y modos que no les pertenecen? 4) Problemas de construcción. Muchos, muchísimos periodistas abren más o menos así la presentación de su tema del día: “Esta noticia tiene que ver”. Es una forma discursiva que presenta varias posibilidades de análisis. Primero “esta noticia” sugiere algo externo, algo lejano, como si el periodista se parapetara lejanamente respecto de lo que está presentando. Segundo: “tiene que ver”. Es extrañísimo. Porque la forma elemental sugeriría hacerlo de un modo completamente distinto, al reemplazar “esta noticia” por el sujeto del acontecimiento, directamente. Entonces: “esta noticia tiene que ver con el viaje de la presidenta” sería reemplazada por “la presidenta viajó”. Pero el problema aquí es, esencialmente, el “tiene que ver”. Diríase que ello se podría sustituir por cualquier forma verbal y el resultado sería mucho más esclarecedor: viajó, describió, modificó, anunció. Lectores e interesados podrían elevar esta enumeración a decenas. Esta observación no pretende ser condenatoria ni dramática. Es una opinión sobre cosas que vemos todos los días, minimizadas por la propia dinámica infernal de los medios. Señalarlas puede servir para algo. O no. Sirve al menos, creemos, para interpelar al que nos habla. Para decirle que nuestra escucha es extraordinariamente importante. Que el periodista tiene que ganársela. Que tiene que saber que, del otro lado del espectro, miles de anónimos jueces lo están evaluando. Y que su martillo es un botón.