Darío Pignata
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“Escuchen jugadores... dirigentes... No caguen a la gente... que siempre está presente”. Se sabía, algún día tenía que pasar. Porque si es cierto que no hay mal que dure 100 años, también es real que no hay paciencia en el mundo que se banque la insoportable levedad de un equipo que —aunque Sava, lógicamente, diga lo contrario— parece resignado y condenado.
Una anécdota: en la semana, luego de las desubicadas declaraciones de Guillermo Marconi (dijo que San Juan y Unión están descendidos; y que el otro descenso sale de Independiente y Quilmes) como titular del Sadra —uno de los gremios que pone árbitros—, saltaron todos... menos Unión. Es que 26 partidos sin ganar quitan hasta las ganas de hacer lo que hace la mayoría en la Argentina: quejarse de los árbitros.
En el tridente de partidos que lleva Sava al frente del equipo, Unión invirtió la receta y se envenenó igual. Antes, con Arsenal y Godoy Cruz, salió a “matar” de entrada y se desinfló en el complemento. Ayer fue al revés, durmió la siesta de movida y cuando intentó despertar en el segundo tiempo ya era demasiado tarde.
“Entiendo los insultos de la gente”, admitió el capitán Juan Pablo Avendaño, por primera vez reprobado: jugó mal, regaló la pelota del segundo gol y se fue expulsado. Completito.
Pero Avendaño no perdió solo el partido. Nunca pierde un solo jugador. Y en ese primer tiempo de ofertas por temporada fueron varios los que terminaron con el puntaje en rojo, como era antes. No es por hacer demagogia, ni querer quedar bien con la gente para justificar los insultos, pero la verdad que hubo jugadores de Unión en esos primeros 45 minutos que generaron la duda de saber cómo se las ingeniaron para ser profesionales desde las cuestiones técnicas mínimas de base en este juego. En este punto, particularmente creo, no hay psicología deportiva que alcance.
De todos modos, en lo poco que lleva Sava, Unión se dinamitó como nunca antes había pasado en esos primeros 45 minutos letales. Intentar ver toques, gambetas, pases acertados o paredes, llevaban a una conclusión: sólo zafaba Franzoia.
El ingreso del habilidoso Damián Lizio genera la sensación de acierto en Sava por ir a buscarlo a Bolivia, algo que había generado —como mínimo— incertidumbre. Y ya que estamos con las comparaciones semanales en la ciudad de Garay: jugando así, como ayer, Lizio es para Unión lo que Messi para el Barcelona. No importa por qué no entró antes, lo que importa es que no debe salir más.
Esa versión light de Unión puso los pelos de punta, antes y después del parate. Aunque con las expulsiones se terminó todo. En realidad, se terminó con la jugada de Chiapello, porque si no entró ésa para descontar no iba a entrar ninguna otra.
Lo peor que deja la tarde de ayer es la Des-Unión entre los propios tatengues, cuando en definitiva todos quieren lo mismo: que el equipo gane, tan viejo como el tiento. Discusiones en las plateas y hasta diferencias entre la Cándido Pujato con la parte más brava de la barra. Si bien era previsible que algún día podía pasar, es lo peor que le puede pasar.
Primero, porque varios de estos jugadores limitados en sus recursos técnicos la pasan peor: algunos ni siquiera acertaban pases de dos metros o un lateral. Segundo, porque Unión viene dando un ejemplo de inédito amor tribunero desde Santa Fe al país. Porque lo que dijo Marconi es lo que piensan muchos: que el equipo ya está descendido. Sin embargo, la gente llena la cancha todos los partidos y muchos hacen el aguante de visitante sin recibir nada desde hace casi un año. Tercero, porque el sentimiento del que es hincha de verdad nunca estará atado a una letra, sea la “A”, la “B” o la “Z”.
Unión es, para el hincha tatengue “veneno” como decíamos antes en el barrio, ese amigo del alma y de toda la vida que tiene una enfermedad incurable y se está muriendo de a poco. Cuando pasa eso, siempre surge un primer y único deseo: que sufra lo menos posible. Traducido en idioma de tribuna: dejar todo para ser lo más digno posible en medio de la adversidad. Que no es la primera y que no será la única. Tampoco la última.