ROGELIO ALANIZ Al Congreso Eucarístico no asistió el Papa, pero envió a su secretario de Estado, el cardenal Eugenio Pacelli, el hombre que pocos años después será conocido como Pío XII. Pacelli llegó a Buenos Aires el 9 de octubre de 1934. Fue recibido en el puerto por las más altas autoridades políticas y religiosas. El cardenal se alojó durante todos esos días en la mansión de doña Adelia Harialos de Olmos, ubicada en avenida Alvear y Montevideo. Adelia será recordada por su fortuna y su devoción religiosa, devoción generosa como lo confirman las donaciones hechas a la Iglesia Católica. Con respecto al Congreso Eucarístico, no sólo brindará su casa y su servidumbre al cardenal, sino que será una de sus organizadoras, tarea en la que estará acompañada por María Unzué de Alvear y María Mercedes Castellanos de Anchorena. En reconocimiento a su entrega estas mujeres serán honradas por el Papa con el título de marquesas pontificias. Ochenta años después la presencia de estos apellidos emblemáticos de la clase alta criolla, pueden dar pie a algún comentario suspicaz respecto de las estrechas relaciones de la Iglesia Católica con las familias de la oligarquía, como se les decía entonces. Esto fue así y sería necio desconocerlo. De todos modos, en ningún lugar del mundo es una novedad que la alta jerarquía eclesiástica mantenga relaciones privilegiadas con las clases sociales altas. Lo que no se debe perder de vista, es que estamos hablando de los años treinta, del dominio político del régimen conservador y de una iglesia que aún estaba muy lejos de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. No obstante, dos observaciones merecen tenerse en cuenta: la Iglesia Católica en estos años ya era una realidad plural y popular como lo van a demostrar las multitudes que se hicieron presente en el Congreso Eucarístico; por otro lado, si bien el hecho religioso merece ser analizado desde las perspectivas de las ciencias sociales, esas reflexiones no deben perder de vista o subestimar la especificidad de la fe, fenómeno que no puede reducirse a las determinaciones de la economía, la historia o la política. A todos los observadores les llamó la atención el orden que hubo en esa semana. Cientos de miles de personas deambularon por la ciudad y no se registraron incidentes significativos. Asimismo, tampoco hubo agresiones por parte de anarquistas y librepensadores. Sí, se sabe que días antes de iniciarse el Congreso, el presidente Agustín Justo mantuvo una reunión discreta con dirigentes socialistas, anarquistas y de la masonería. Allí, se arribó a un acuerdo de no interferir. Cuando quería, Justo era un maestro para realizar aquello que para otros era imposible. El martes 10 de octubre se hizo la apertura del Congreso en los jardines de Palermo y alrededor del Monumento de los Españoles. En la ocasión, se leyó una bula papal y se informó que Argentina fue consagrada al Corazón de Jesús. El jueves 11 se declaró Día de los Niños. Cientos de miles de chicos tomaron la primera comunión. Alrededor de la Cruz en donde se habían levantado cuatro altares, cuatro cardenales celebraron la misa. Ya en el segundo día fue posible observar algunas constantes. La voz oficial, la que llega a través de los parlantes es la del padre Dionisio Napal. El cántico que las multitudes repiten a toda hora es el siguiente, “Dios de los corazones, sublime redentor, domina a las naciones, enséñales tu amor”. Las consignas son significativas., “Lenin o Jesús” y la que quince años después será bandera de lucha de la oposición antiperonista. “Cristo vence”. Ya en 1934, la publicidad comercial era insoslayable, incluso para la Iglesia Católica, obligada a financiar un acto gigantesco. Allí, están presentes anunciando las bondades de sus productos Cervezas Bieckert, Cigarrillos Chesterfiled, Bizcochos Canale, además de YPF, Shell y Texaco. Vendedores ambulantes ofrecen estampitas, rosarios, sellos postales y prendedores. En el predio de la Sociedad Rural ubicado a pocos metros del Congreso, se puede almorzar por $ 1,50. Desde algunos edificios puede contemplarse el espectáculo de la multitud. Las mujeres, con mantilla; los hombres, de saco, corbata y sombrero; los militares, con sus uniformes de gala; los cardenales, con sus capelos; las niñas de comunión, vestidas de blanco; los chicos, con sus trajecitos y el moño, en el brazo. Ese día, a la tarde, se celebró ,la primera asamblea. Hizo uso de la palabra monseñor Pedro Farfán, obispo de Lima. Para después de las veinte horas estaba prevista “La noche de los hombres”. Según los cronistas, más de 200.000 hombres marcharon desde la Plaza Congreso hasta Plaza de Mayo. Allí hubo una misa de comunión general celebrada por cuatro obispos. ¿Por qué lo de los hombres? En la Argentina de entonces era un lugar común decir que la fe era practicada por las mujeres, mientras que los hombres se desentendían de esos menesteres. La convocatoria del 11 de octubre apuntó a probar lo contrario, que más allá de las modalidades con las que se practica la fe, los hombres eran mayoritariamente religiosos. El viernes 12 de octubre fue una de las jornadas más importantes del Congreso. La fecha es significativa porque el propósito era rescatar el origen católico e hispánico de la Argentina y los pueblos latinoamericanos. A la tarde, se realizó la segunda asamblea, ocasión en la que habló el obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo y Garay. “Cristo Rey en la vida católica moderna”, fue el título de su discurso. A la noche, ceremonia de gala en el Teatro Colón, ceremonia a la que asiste el presidente de la Nación y el cardenal Pacelli. Allí hizo uso de la palabra Gustavo Martínez Zuviría más conocido por sus lectores como Hugo Wast. Algunas párrafos de su discurso merecen citarse para tener una imagen aproximada de cuáles eran las ideas dominantes de los católicos en esos años. “¿De dónde viene el hombre, adónde va, por qué existe el dolor? Inútil interrogar a la filosofía escéptica y pretenciosa. Inútil preguntar a la confusa ciencia. Londres contesta de un modo, Berlín del otro, Moscú de cien, sólo Roma, que es la madre de las naciones civilizadas desde hace veinte siglos responde con la misma palabra inmutable y sencilla. Porque Roma es la Iglesia y la Iglesia es el Papa infalible”. El sábado 13 estuvo dedicado a la Virgen de Luján, patrona del Congreso. Ese día en Palermo se estima que alrededor de siete mil soldados recibieron la comunión. A la tarde, se realiza la tercera y última asamblea del Congreso. En la ocasión, habla monseñor Nicolás Fasolino, obispo de Santa Fe. “Cristo hoy en la historia de América Latina y especialmente en la República Argentina”, es el tema elegido. El domingo 14 es el “Día del triunfo eucarístico mundial”. Las informaciones hablan de alrededor de un millón de personas en Palermo. El locutor oficial en cierto momento anuncia que desde Roma, Pío XI impartirá la bendición a todos los presentes. Durante un instante muy breve se escucha en absoluto silencio la voz del Papa. La procesión de la tarde desde la Iglesia del Pilar hasta la Cruz de Palermo supera el millón y medio de personas. El cardenal Pacelli habla a la multitud y con ese acto se da por concluido el Congreso Eucarístico Mundial. Al día siguiente Pacelli se va del país. Una larga caravana de autos lo acompaña desde avenida Alvear hasta el puerto. A modo de balance podría decirse que el Congreso Eucarístico Internacional fue el hecho religioso, social y, de alguna manera, político, más importante de la década y para muchos católicos, el más importante del siglo. Decir que la Argentina liberal llegó a su fin en esos días sería una exageración, pero sí es verdad que el Congreso marcó un cambio de paradigma ideológico en la Argentina. El proceso no se dio de la noche a la mañana, pero lo cierto es que a partir de ese momento la Iglesia Católica será un actor insoslayable de la vida nacional.