Marie Le Pen, líder del Frente Nacional.
Por Rogelio Alaniz
Marie Le Pen, líder del Frente Nacional.
Rogelio Alaniz Alguna vez se dijo que Jean Marie Le Pen asustaba a los franceses. Repetir lo mismo hoy sería una exageración. Los resultados de las recientes elecciones así lo demuestran. El Frente Nacional se ha normalizado, ha dejado de ser la aventura de un extremista de derecha, de un nostálgico de los tiempos de Petain o de los comandos de la OAS, para transformarse en un partido “respetable”. Convengamos que Marine Le Pen hizo lo suyo. Digna hija del padre, la mujer ha demostrado ser una maestra en el arte de producir actos políticos efectistas. ¿Antisemita? Reunión con los dirigentes de la comunidad judía. ¿Nazi? Expulsión inmediata de un militante que osó salir en una foto con la esvástica en el brazo. El maquillaje es importante, pero no oculta los rasgos del verdadero rostro. Cuando en el extranjero le preguntan su opinión sobre el mariscal Petain, el jefe del colaboracionismo nazi en Francia, la señora contesta, muy suelta de cuerpo, que ella no va a opinar en contra de Francia y de sus líderes históricos. El maquillaje tampoco impide la lucha contra los inmigrantes, el principal y, para algunos, exclusivo caballito de batalla de los lepenistas. Convengamos que en el repudio a los inmigrantes, el Frente Nacional no está solo. Los trabajadores franceses lo apoyan porque ven en esos inmigrantes un peligro para sus empleos o los responsables de su desocupación. Lo apoyan los propietarios rurales de la Francia profunda; los estudiantes amigos de vivir emociones intensas y esa pequeña burguesía rural y urbana que ayer detestaba a los judíos como hoy detesta a los musulmanes. También lo apoyan Alain Delon y Brigitte Bardot. La nacionalidad francesa -dicen- se obtiene por herencia o por méritos. Desocupados, delincuentes, rufianes, fanáticos religiosos de signo extranjero no deben entrar o deben ser expulsados. Convengamos que el argumento es tentador. Sobre todo cuando con números en la mano se demuestra que Francia no está en condiciones de brindarle seguros sociales a todo el mundo. Y sobre todo cuando también con estadísticas en la mano se prueba que un porcentaje no menor de los inmigrantes son portadores de violencia y marginalidad. El Frente Nacional liderado por Marine se presenta como lo nuevo. Para muchos es el cambio, el cambio de la incompetencia y corruptela de los socialistas y la derecha tradicional. También el cambio ante las ineficaces e inútiles políticas contra el delito. El lepenismo, en estos temas, no vacila en proponer soluciones clásicas para su familia ideológica: mano dura y pena de muerte ágil y expeditiva. En definitiva, el Frente nacional se presenta ante los franceses como una solución autoritaria y populista a la crisis de representación, de legitimidad y de identidad nacional. Sus consignas son repetidas como loros por multitudes. El fascismo y el populismo han sido maestros en el arte de excitar a las multitudes con consignas fáciles o de presentar problemas complejos como si fueran un juego de niños que sólo la incompetencia liberal es incapaz de resolver. ¿Son fascistas? Ellos lo niegan. Es más, todos los esfuerzos de Marine se orientan a hacer del Frente Nacional una fuerza política integrada al sistema, el tercer partido político de Francia. No son nazis, pero no le hacen asco a participar en reuniones a las que asiste el nutrido elenco de partidos y partiduchos de extrema derecha que en los últimos años pululan por toda Europa. Marine Le Pen por lo pronto no renuncia a nada. Ni a ganar respetabilidad burguesa ni a mantener la adhesión de su tradicional militancia extremista. Sus opositores los siguen acusando de nazis y fanáticos de derecha, pero más allá de las palabras, el Frente Nacional es hoy una expresión política de signo populista con toda la retórica y los tics propios de esa tradición, tradición que en América Latina, y en la Argentina en particular, ha recogido tantas adhesiones. Marine Le Pen fue calificada por periodistas y analistas políticos como la Evita francesa, una caracterización que a ella no le resultó para nada desagradable. En este sentido, sus elogios a Perón y Evita han sido sugestivos y probablemente sinceros. A la figura de Evita, la señora el incorpora la de Juana de Arco. Votar por Marine es hacerlo por una santa y una mártir. Así cualquiera gana elecciones. Si como dice Laclau, el populismo es la constitución alrededor de un líder de un sujeto popular con demandas insatisfechas, el Frente Nacional se parece bastante a ese diagnóstico. Por lo menos, su retórica a los argentinos nos resulta bastante familiar: el ser nacional, la identidad de los franceses, ni yanquis ni marxistas, tercera posición. Sus críticas al FMI y la Unión Europea, el capital financiero y la Otan serían firmadas a libro cerrado por nuestros populistas criollos. Como Laclau, el lepenismo cree en ejecutivos fuertes y parlamentos débiles; como Laclau considera que las instituciones liberales sólo sirven para cristalizar privilegios de las plutocracias y como Laclau, Marine está fascinada por la democracia plebiscitaria. Conclusión: un argentino residente en Londres se está perdiendo la posibilidad de un buen empleo en París. La obsesión ideológica del lepenismo es el liberalismo. En ese punto no se diferencia demasiado del fascismo. El liberalismo, para los fascistas y los comunistas, es la fuente de todos los males. La reivindicación del individuo y de la libertad son crímenes imperdonables. Así lo consideraron a mitad del siglo pasado, así lo siguen considerando ahora. El odio al liberalismo va unido al odio a Estados Unidos, no por lo que los yanquis tienen de malo sino por lo que tienen de bueno. No concluyen allí sus obsesiones. Si el liberalismo es su obsesión ideológica, su obsesión social son los inmigrantes; y su obsesión política es el Estado, el Estado fuerte por supuesto. El partido se presenta también como un modelo de decencia pública. “Cabeza alta y manos limpias”, es su consigna. Sin embargo, cuando los lepenistas controlaron algunas municipalidades su desempeño no fue tan brillante y algunos casos fueron vergonzosos. Las denuncias por corrupción fueron abundantes y menudearon las denuncias por ineficiencia. En Francia no es sencillo hacer revoluciones de derecha o de izquierda. Los lepenistas comprobaron que es más fácil anunciar el Apocalipsis desde la oposición que ejercer el gobierno. Como balance de sus gestiones municipales lo que quedó fue el retroceso en materia cultural. Es que, fieles a sus tradiciones, los buenos lepenistas cada vez que oyen la palabra cultura acarician la culata de su Lüger. De todos modos, el problema en Francia no es Marine Le Pen, sino los partidos democráticos de derecha e izquierda. Marine existe y crece porque quienes están obligados a dar una respuesta republicana y justa a la crisis no lo hacen o lo hacen mal. En 2002, Jean Marie Le Pen se dio el gusto de derrotar al socialismo y participar en la segunda vuelta contra Jacques Chirac. Perdió por paliza. La seguridad de que en las elecciones de 2017 los franceses en última instancia se van a unir para impedir que gane el Frente Nacional tranquiliza a conservadores, liberales y socialistas. Yo, en su lugar, no estaría tan tranquilo.