Remo Erdosain Quito, el mozo, oyó que hablábamos de los linchamientos y se sumó a la mesa. Raras veces lo hace, pero cuando se anima habla como si estuviera dictando cátedra. —Yo estoy de acuerdo con lo que hace la gente. A los ladrones y asesinos hay que tratarlos como se merecen -arrancó. —¿Y qué es lo que se merecen? —Se merecen la cárcel, pero como nadie los mete presos y si los encierran salen al otro día, lo que se merecen es meterle bala o colgarlos de un árbol -respondió. —¿No te parece que se te va la mano? -pregunta Abel, algo inquieto. —Llevamos años con la mano quieta -contesta-, motivo por el cual a veces es necesario que se nos vaya la mano. —Yo soy de los que creen -digo- que el linchamiento no resuelve nada y agrava todo. Es un retroceso político y moral para una sociedad, es la regresión a la tribu, a la horda. —Y además es un delito -agrega José-, linchar es un homicidio calificado y los que lo hacen deben ir en cana. No son vecinos, son asesinos -dijo Zaffaroni, ironiza Marcial con su inefable sonrisa. —El problema -acota Abel- es que ni los ladrones ni los linchadores en esta Argentina que vivimos están presos. El problema es que la ley no se cumple y los que tienen que hacerla cumplir miran para otro lado. —Los que no miramos para otro lado somos nosotros -interviene Quito-, la gente que trabajamos y que sufrimos a los ladrones. La cosa es sencilla: si la policía no nos defiende, nos defendemos nosotros mismos. —Insisto, no creo que ésa sea la solución. —Vos porque pagás policía privada para que haga el trabajo sucio -replica Quito- pero los laburantes, los que no podemos pagar policía privada nos arreglamos como podemos. —A vos Quito ¿te parece justo que cincuenta personas maten a patadas a un ladrón? —Para mí no es justo ni injusto, para mí es uno menos. —¿Y nunca se te ocurrió preguntarte qué pasa si se equivocan? —Nosotros no nos equivocamos. Pero además no somos nosotros los que empezamos la violencia. La empezaron ellos. Nosotros trabajamos, criamos a nuestros hijos, vivimos con nuestra mujer, hacemos las cosas como podemos y después vienen estos tipos y te roban, te desfiguran a golpes, te matan. Para colmo de males, a los que meten presos los largan enseguida y siguen robando y matando; le roban a un anciana jubilada, agarran a un viejo de ochenta años y lo desfiguran a golpes, asesinan a un pobre tachero para sacarle dos mangos y después resulta que nosotros somos los malos, porque reaccionamos para defendernos de los criminales. —Por lo que yo leo -dice Marcial-, ustedes no linchan a criminales, se la agarran con rateros de poca monta. Así cualquiera es justiciero. —Yo quisiera saber -agrega José- si serían tan guapos con asesinos armados. —Con estos términos de discusión no vamos a llegar a ningún lado -digo-, yo creo que no podemos permitir que los ladrones sigan impunes y tampoco podemos permitir que la gente ande linchando por la calle como si estuviéramos en el Lejano Oeste. —En el viejo Lejano Oeste -corrige Abel- porque en el Oeste de las películas de John Wayne hay linchadores, pero siempre hay un sheriff que se opone a ello y se juega la vida para que el reo sea juzgado por un jurado. —Yo pregunto -dice Abel- ¿qué nos pasa a los argentinos? ¿Cómo es que llegamos a esto? —Un politólogo te diría que se está rompiendo el contrato social, y cuando esto ocurre el hombre se transforma en lobo del hombre. —Muy prolijo y culto, pero el argumento no me convence, lo veo muy lejano, a lo que nos pasa todos los días, muy lejano y abstracto. —Ese es el otro problema -digo-, dejamos de creer en los buenos razonamientos y nos dejamos dominar por la cultura del instinto, de la necesidad. Una sociedad civilizada es la que se propone precisamente dejar atrás el atavismo, la subcultura de horda y proponer en su lugar la reflexión, el razonamiento, la contención. —Todo muy lindo -insiste Quito-, ¿pero qué hace mi vecino al que lo asaltaron seis veces en tres meses y la policía nunca llega a tiempo y cuando mete en cana a alguno, al otro día lo largan? —Tanta impunidad no hay, porque si no las cárceles no estarían llenas de presos -digo. —El problema de fondo -exclama Abel- es que en este país mucha gente vive mal, mucha gente está postergada, mucha gente carece de contención, no trabaja ni estudia, son “ni ni”. En una sociedad así, a nadie le debería llamar la atención que pase lo que está pasando. —¿Pero no era que estábamos viviendo bajo los beneficios de una década ganada, beneficios prodigados por el mejor gobierno de los últimos doscientos años? -susurra Marcial. —Ustedes siempre encuentran un pretexto para atacar al gobierno popular -retruca José. —Como te parezca mejor -contesto-, pero lo que no cierra es que la presidente diga que la responsabilidad de la inseguridad la tiene la pobreza y la falta de inclusión social, después de diez años de gobierno nacional y popular. —No se pueden hacer milagros -suspira José. —Nadie pide que hagan milagros, lo que pedimos es que hagan lo que tienen que hacer: dar la batalla contra el delito en serio. —Con un tipo como Zaffaroni, eso va a ser muy difícil -observa Marcial. —¿Por qué decís eso? —Muy sencillo -explica Marcial encogiéndose de hombros-, a Zaffaroni nunca lo oí decir una palabra contra los delincuentes; por el contrario, los defiende, dice que son víctimas del sistema, que en las cárceles están los inocentes o los giles. El hombre habla mucho pero nunca lo oí decir una palabra contra los delincuentes, pero apenas empezaron las acciones de justicia por mano propia, salió a la cancha prometiendo cadena perpetua. Flor de tipo Zaffaroni: garantismo para los asesinos y mano dura para los vecinos. —Ustedes son muy “leídos” y muy cultos, pero yo -dice Quito- lo único que sé es que si no nos calentamos nosotros para defendernos nadie nos va a defender. Acá hasta que no quede claro que los violadores de los derechos humanos son los delincuentes, nada se va a arreglar; acá hasta que no haya un policía como Patti al frente de la institución, nada bueno se va a hacer en serio. —Con Patti o sin Patti -dice Abel-, lo que hace falta es una Policía que funcione. —La Policía funciona -exclama Quito-, lo que pasa es que la viven frenando, los dejan sin combustible, sin vehículos, sin chalecos antibala, sin armas. —¿No te parece que estás exagerando? -pregunta José. —No exagero, me quedo corto -responde Quito. —Nosotros no vamos a ceder a la barbarie -afirma José-, la solución al delito es la ley, no el linchamiento. Lo que pasa es que ustedes siempre tan civilizados y tan cultos ahora están a favor de la barbarie, porque lo único que les importa es ponerle palos a la rueda del gobierno. —Acá los que le ponen palos a la rueda del país son ustedes -dice Abel-, son ustedes los que han creado el precedente de burlar la ley, los que ejercen la violencia atacando a los opositores, los que prometen ir por todos. —No comparto -concluye José.