Rogelio Alaniz
Creo que los intelectuales, y en particular los escritores, no han sido justos con Sábato. Las ironías de Borges y Bioy Casares han contribuido bastante a generalizar la imagen de un personaje afecto a la sobreactuación, ególatra y dueño de una escritura innecesariamente sobrecargada. Su muerte ha suavizado un tanto las críticas, pero continúa predominando el prejuicio de que se trata de un escritor para adolescentes o, peor aún, un escritor exitoso que carece de méritos literarios.
A las críticas literarias se han sumado las críticas políticas. A Sábato no se le perdona haber asistido a la reunión con Videla. Los mismos reproches no se le hacen a Borges porque siempre fue de derecha y, mucho menos, a Castellani porque pareciera que los curas pueden darse esos lujos. Digamos que los platos rotos de esa reunión los pagó Sábato. Algunos periodistas y escritores se ensañaron más allá de lo debido con esas críticas, escritores y periodistas que en aquellos años sabían muy bien que si les hubiera tocado caer presos o algo peor, Sábato habría sido una de las voces que se hubieran levantado reclamando por su libertad, como lo hizo siempre, antes y después de 1976, como lo hizo cuando los dirigentes de la Revolución Libertadora, a la que había adherido, comenzaron a fusilar y torturar en nombre de la libertad, posición que le valió una pelea, casi sin retorno, con Jorge Luis Borges.
Después están, como se dice, las cuestiones personales. A muchos les parecía una pose ese aire de angustiado, esa pose de torturado, como si pretendiera cargar sobre su cuerpo toda la angustia del mundo. Jean Paul Sartre no era muy diferente, pero claro, era Sartre. Siempre se le reprochó no haber practicado un poco más el humor, la ironía, como lo hizo Borges, por ejemplo. No lo hizo y tal vez no tuvo ganas de hacerlo, aunque quienes lo conocieron aseguran que era un hombre dueño de un humor sarcástico y, por supuesto, inteligente.
Lo conocí a Sábato en Santa Fe hace mas de quince años. La UNL le otorgó el doctorado honoris causa y tuve la oportunidad de conversar con él en dos o tres ocasiones. ¿Era admonitorio? No me pareció. Por el contrario, la imagen que tuve fue la de un viejo, la de un gran viejo. Tampoco me pareció trágico. No era un hombre lo que se dice, divertido; no era la carcajada el rasgo dominante de su personalidad. Tampoco tenía la obligación de ceñirse a ese rol, pero me impresionó como un tipo convincente un tipo que creía en lo que decía.
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