Bajo el mismo techo
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Convivir entre nietos, padres y abuelos puede ser complicado. Se necesitan establecer reglas claras para evitar conflictos. ¿Cómo enfrentarse a este fenómeno que hoy resurge en nuestra sociedad?
En medio de la incertidumbre y el desconcierto social, la gente intenta paliar, día a día, la crítica situación económica que se está viviendo.
En este momento, donde los salarios se mantienen intactos o, peor aún, tienden a reducirse, mientras la vida resulta cada vez más cara, la mayoría de la gente busca alternativas para subsistir.
Es común que personas de la clase media se vean obligadas, por ejemplo, a abandonar su vivienda para reducir gastos y ahorrarse la cuota mensual del alquiler, impuestos y expensas.
De esta forma, "algunas familias nucleares se van convirtiendo en extensas porque comienzan a vivir juntos bajo un mismo techo". Sin embargo, "no se puede afirmar que en nuestro país o más precisamente, en Santa Fe, se esté generalizando este modelo familiar", comenta la doctora en sociología, Silvia Montenegro.
Para la profesional, "es más correcto pensar que se trata de situaciones coyunturales que responden a la imposibilidad económica de vivir en una casa aparte, antes que a una tradición cultural que supone que el modelo extenso es lo deseado".
Más allá de que la crisis económica se pueda prolongar en el tiempo, "esto no es visto por los sujetos involucrados como algo ideal", remarca la doctora Montenegro.
En la clase media, esta situación de familia extensa, podrá ser subjetivamente vivenciada por quienes deben ajustarse a ella como una situación pasajera, después de la cual volverán a formar la familia nuclear. Esto repercute en dos dominios básicos: el primero se refiere a la territorialidad de los individuos. En un grupo humano, los usos de los espacios son culturalmente pautados y, principalmente en gente de determinado nivel cultural, las normas relativas al cuidado de la intimidad individual son generalmente valorizadas y estructuran la vida cotidiana. Por lo tanto, al dejar de lado una territorialidad basada en la convivencia de un núcleo restringido para compartir los espacios con otros se pueden generar conflictos. "Es normal que todos compitan por establecer o redefinir sus propios territorios. Además, es posible que aquellos que estaban anteriormente establecidos en el espacio de una casa, se vean avasallados por los nuevos miembros de la familia extensa".
El segundo está relacionado con la modificación de la estructura de roles. Por ejemplo, "en muchos casos, los hijos que ya habían formado otra familia nuclear y vuelven a vivir con sus padres, se conviertan nuevamente en hijos, en cuanto es probable que los padres los reencuadren en ese rol. A la vez, éstos en algunas circunstancias, pueden reasumir ese papel debido a que encuentran ciertos beneficios, como por ejemplo, compartir el cuidado de los hijos, las tareas del hogar y los gastos cotidianos. También los nietos pueden ver en sus padres y abuelos roles similares muy difíciles de diferenciar. Si esto sucediera, podrían aparecer problemas de autoridad.
En la medida en que las personas son más autónomas, mayores son los desajustes para adaptarse a la situación. "Esta clase de individuos prefiere afrontar diferentes sacrificios antes que tomar la decisión de sumarse a otro núcleo familiar y adoptan esta determinación sólo después de tener la certeza de haber agotado otros recursos posibles para solucionar el problema".
Sin embargo, también existen situaciones en las que las personas son mucho más dependientes de lazos primordiales y prefieren emprender ese camino en primera instancia antes que afrontar sacrificios económicos. En estos casos, "si la convivencia es armoniosa, tal vez no retornen al modelo de familia nuclear".
Más allá de esto, Montenegro sostiene que la adaptación a este nuevo tipo de familia también debería pensarse en términos generacionales. A los niños les puede resulta más fácil, dado que aún están en la etapa de socialización primaria donde prevalece la internalización de las normas de la familia, sean éstas trasmitidas por padres o abuelos, cualquiera sea su forma.
Una situación similar puede darse también en los abuelos, debido a que por lo general, "ellos están en una etapa donde se valora la compañía y se siente nostalgia del grupo familiar y existe mucho interés por compartir actividades con los demás integrantes de la familia", dice la profesional.
En cambio, los adolescentes o jóvenes son los que seguramente pueden presentar mayores dificultades para adaptarse. Ellos se encuentran en una etapa de socialización horizontal (amigos, compañeros de estudio, relaciones entre iguales) y suelen reclamar ante la invasión de sus espacios. Por eso, procurarán identificar con claridad de dónde proviene la autoridad, con la cual se puede eventualmente confrontar o conciliar.
Asimismo, la situación más difícil se suele presentar en los adultos que regresan con sus hijos a vivir con sus padres, porque sobre los primeros recae el mandato cultural de constituirse como nuevo núcleo familiar independiente.
En términos generales se puede mencionar que el principal inconveniente que se presenta en muchos de estos casos está relacionado con un conflicto de poder. Si los territorios no quedan establecidos de antemano, si los estilos de vida son muy diferentes, si no existe el respeto hacia la intimidad ajena o si se ejercen formas de autoritarismo, la convivencia se construirá sobre bases que perpetuarán el conflicto.
Por ejemplo, "en el caso de una pareja con sus hijos que retorna a vivir con los padres del esposo o la esposa, pueden ocurrir situaciones conflictivas cuando el dueño de la casa demuestre, por diferentes medios, que su poder es cuestionado o avasallado por los nuevos integrantes de ese hogar", comenta la profesional.
A la vez menciona que los inconvenientes se pueden suscitar a nivel del deterioro de las relaciones de los miembros de la familia extendida, si éstas se establecen sobre bases poco claras de convivencia y se van estructurando por medio de luchas y competencias cotidianas por establecer y crear normas y reglas.
Por lo tanto, "las ventajas sólo existen en la medida en que la convivencia es armónica y se establezca sobre reglas claras", recalca Montenegro.
Si así sucediera, se observaría el beneficio económico al existir una ayuda mutua y un desarrollo de la solidaridad entre los miembros de la familia extensa, compartiendo el cuidado de los hijos y la organización de la casa. De esta manera, se dividen las tareas entre aquellos que permanecen más tiempo dentro de la casa y los otros miembros que deben trabajar fuera del hogar.
Desde el punto de vista sociológico, el individualismo no es sinónimo de egoísmo, sino que "es aquel valor de la modernidad que permite que nos consideremos individuos separados, que nos observemos y relacionemos mutuamente como personas autónomas, tejiendo lealtades que superan los lazos primordiales, organizándonos en asociaciones, grupos, etc.", destaca la especialista.
En culturas no occidentales, como por ejemplo en aquellas en que existen sistemas de castas, la persona se considera holísticamente parte de un todo más amplio, dentro del cual operan todas sus relaciones, y el individualismo se manifiesta en forma no predominante.
En cambio, el modelo de familia nuclear está pautado como forma para preservar el valor del individualismo, restringiendo el número de relaciones internas apenas a una relación de alianza (la establecida entre la pareja) y a otra de consanguinidad (padres e hijos), permitiéndonos construir más allá de los lazos familiares todas las otras relaciones que tornan viable una sociedad.
Más de un conocido, familiar o amigo hoy vive este fenómeno social en carne propia. A medida que pasa el tiempo y las soluciones a la crisis no llegan, se engrosa la lista de las personas que son protagonistas de esta realidad asfixiante.
En este mes, Susana tiene que dejar el departamento que alquila. La decisión ya está tomada y ella junto con su marido y su hijo de casi dos años se trasladarán a vivir junto con su suegra.
Ella tiene 28 años y un montón de proyectos que por el momento, han quedado en el camino: "Trabajé en una empresa durante 5 años". Cuando apenas ingresó a ese ámbito laboral estaba soltera y ese estado civil junto con sus capacidades le permitieron ubicarse en un puesto importante. "En ese momento, yo les convenía a los empresarios y me pagaban un buen sueldo que me permitía mantener mi independencia, viajar y hasta dar una mano económicamente en mi casa materna", relata Susana.
Sin embargo, cuando se puso de novia, la cosa empezó a cambiar. Luego se casó y cuando dio la noticia de que estaba embarazada, desde la misma empresa le dieron a entender que tenía un techo y que no iba a poder seguir creciendo en su desarrollo laboral.
Desde hace un año, más o menos, los empresarios decidieron hacer una reducción de personal y en esa lista "estaba yo", comenta Susana.
"Me despidieron en mayo de 2001 y acordamos el monto que finalmente me pagaron como indemnización. Ahora estoy cobrando el seguro por desempleo que llevó tiempo tramitarlo y recién hace dos meses que lo percibo".
Ante esta realidad y la profundización de la crisis, "el alquiler se nos fue por las nubes y ya no lo podemos pagar". Además, "a esto le tenemos que sumar otros gastos como el alquiler de la cochera para guardar el auto, las expensas e impuestos y el dinero de mi marido ya no nos alcanza para afrontar todo". Por eso, "decidimos ir a vivir a la casa de mi suegra. No es lo que uno más quiere en la vida, pero sabemos que tendremos que poner un poco de voluntad de cada lado para que la convivencia sea lo más armónica posible", reconoce.
Esto implica "toda una movida" para todos los integrantes de mi familia y para mi suegra también. Nos tendremos que adaptar a esta nueva forma de vida, ya que deberemos recortar algunas libertades que teníamos antes cuando cada uno vivía en su casa".
La especialista señalan que, teniendo en cuenta los problemas más recurrentes, para no construir una familia extensa de características conflictivas se podrían tener en cuenta las siguientes medidas preventivas:
Diciembre del año pasado fue el mes clave en el que se observó que una importante cantidad de santafesinos rescindieron los contratos por medio de los cuales mantenía alquiladas sus casas o departamentos, según lo informado por la Cámara Inmobiliaria de Santa Fe.
"En muchos casos lo hicieron como medida de precaución ante los efectos que podían ocasionar la inflación y la posible trepada del dólar", menciona el titular de esta entidad, Alfredo Migone.
Más allá de que el porcentaje varía de una inmobiliaria a otra, se puede decir que en la mayoría de los casos, las bajas de alquileres se dieron entre un 20 y un 30 por ciento respecto del año anterior.
Por lo general, esta realidad afecta a las familias, que al verse obligadas a achicar los gastos, decidieron dejar la vivienda donde se alojaban y pasar a convivir con otro familiar. En cambio, esto no sucede con los estudiantes, que prefieren juntarse con otros chicos para formar un grupo más grande y no perder la independencia que fueron logrando con el tiempo al estar en un departamento.
Ivana Zilli