Mirtha Paulina Flores era ama de su casa en barrio San Agustín II. Su marido era un vendedor ambulante que no dejaba faltar demasiado a los cinco hijos que tenían. Pero un día él no volvió a la casa y Mirtha se encontró sola con sus hijos, sin saber muy bien qué hacer ni adónde ir. Tenía 42 años y las puertas del trabajo se le cerraban cada vez que las golpeaba. Cuando el hambre comenzó a hacer estragos en su familia se arrojó a un mundo desconocido y peligroso, el del cirujeo. Fue hace siete años.
En 1997, la Municipalidad santafesina decide disponer un espacio para el Relleno Sanitario para eliminar el sistema de cielo abierto, una idea que si bien era bien recibida por la mayoría de los vecinos de la ciudad, dejaba sin el acceso a un mínimo recurso a una comunidad de cirujas que contaba con más de 170 familias.
Así las cosas, los cirujas de aquella cava se organizaron y protestaron ante la Municipalidad con pancartas para pedir una solución a su problema. En el despacho del entonces intendente, Horacio Rosatti, le plantearon al titular municipal la necesidad de acceder al nuevo relleno sanitario para ganarse la vida y, de ser posible, en mejores condiciones sanitarias. Germinó un proyecto. En 1998 se constituyó la Asociación Civil Dignidad y Vida Sana, conformada por 120 personas -"ex cirujas"- sostenes de familia que aún hoy llevan adelante el Taller Modelo Experimental de Clasificación de Residuos Sólidos Urbanos.
�Por qué Dignidad y Vida Sana? Mirtha, presidenta de la Asociación, responde: "Al nombre lo elegimos entre todos, en la primera asamblea. Sentíamos que el trabajo que hacíamos antes no era digno pero que comenzaba a serlo por todos los elementos con los que íbamos a contar ahora. �Sabés? No es lo mismo trabajar en la cava con la basura a la rodilla que estar parado al lado de una cinta con guantes y barbijo clasificando. La vida sana fue lo que más ganamos porque antes se nos enfermábamos nosotros y los chicos, además del peligro que es en sí un basural. Esto de ahora es otra cosa".
"Preclasificar permite ahorrar volumen y energía mientras que el reciclaje tiene objetivos ambientalistas y humanos por ser una actividad sostenible para todo una comunidad de familias que no estaba organizada", opina Jorge Aimi, subsecretario de Medio Ambiente del municipio local.
Hoy en la planta, todos cumplen jornadas laborales de seis horas, utilizan guantes y equipamiento especial para manipular residuos, y se respeta el plantel de 120 socios trabajadores activos y una lista de espera.
La gente que antes vivía en carpas que se armaba con las mismas bolsas de residuos en el relleno anterior, que dejaba los bebés debajo de un árbol del basural mientras peleaba con otros cirujas por un buen cartón o unas latas de gaseosa abolladas, ahora no se ensucia las manos, lleva sus chicos al comedor comunitario que funciona junto al taller y sabe que todo lo que haga es en beneficio de todos, porque la ganancia de las ventas de material a los centros de manejo de material reciclable (generalmente de Buenos Aires) se reparte en partes iguales.
Martín Gainza, actual secretario de Servicios Públicos piensa que "una de las características de la marginalidad es que uno se vuelve individualista, vive para saciar su hambre y el de su familia, pero ellos se constituyeron en una asociación civil, lo que les da un sentido de pertenencia. Ya no es un individuo marginado, hacen las cosas en conjunto con grandes niveles de solidaridad y organización".
La organización no sólo fue interna a la hora de encarar esta iniciativa. Para establecer esta relación con el Estado, las familias con el asesoramiento de una asistente social y una licenciada en cooperativismo, constituyeron la asociación, obtuvieron la Personería Jurídica y la inscribieron en el Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad. Para las operaciones comerciales que incluyen la facturación de cada venta de material, debieron obtener un número de CUIT en la Afip.
"Nosotros, al principio lo único que le pedíamos a Rosatti era un tanque de agua y luces por la noche", recuerda Mirtha sin negar que "al principio costó mucho todo, porque la gente no creía en los políticos, pensaban que la Municipalidad nos iba a sacar del relleno para que salgamos en la calle. Sin embargo de a poco vieron que se hacían planes de vacunación para los hijos o campañas de prevención de enfermedades, que la idea era otra. También costó que se respeten horarios, en cambio hoy llegan media hora antes tanto al turno diurno como al de la noche".
De las 250 toneladas diarias que recibe la planta ubicada en Peñaloza y Callejón El Sable sólo 30 al mes tienen valor comercial, muy por debajo de la media anual que alcanza las 80. La crisis económica, el bajo poder adquisitivo de la gente y el desempleo que arrojó en masa a cientos de improvisados nuevos cirujas o cartoneros a la calle impactaron directamente en las bolsitas que llegan al relleno.
El rendimiento es bajo, pero es lo que hay. La gente que trabaja en la planta cree que es mejor esperar a que cambien los vientos que cobrar un plan del gobierno, que es mejor compartir la iniciativa con otros que mirarse el ombligo, que la dignidad es algo más que una palabra de pancarta.
El 1° de mayo de 1886 un grupo de obreros de una empresa estadounidense reclamó la reducción de la jornada laboral a ocho horas con una huelga que costó la vida a un grupo de trabajadores. Los "mártires de Chicago" tuvieron su reconocimiento tres años después, en París, cuando el Congreso Internacional de trabajadores aprobó la celebración del Día del Trabajo cada primero de mayo en honor a ellos.
La historia de éstos y otros tantos obreros que lucharon por su dignidad, marcó una senda en la historia que sólo puede ser transitada por aquellos que entienden el valor de creer en que la construcción de un mundo mejor está en las manos de cada uno, todos los días. Más de un centenar de personas, en el norte de la ciudad, es el ejemplo de que se puede creer más en su trabajo que en la miseria que los rodea.
El Taller Experimental hasta marzo de este año recibió un subsidio de 24 mil pesos por mes, que se utilizaba para aumentar el ingreso de los asociados en un 50 % y reparación del equipamiento. Esa ayuda provenía del Fondo del Conurbano que, como fue ampliado por seis meses, abre expectativas por parte del municipio de recuperarlo.
"Esta es la única experiencia de este tipo, en cuanto a la relación municipio-asociación en el país que subsistió durante seis años de trabajo", apunta Aimi. "Creemos que la planta cumplió un ciclo en el que tuvo beneficio material y una fuerza de trabajo que permite pensar en nuevos pasos como pueden ser dar un valor agregado al residuo clasificado, llegar a mejores compradores o sistemas que abaraten el flete".
Según el titular de Medio Ambiente, la intención del intendente Balbarrey es contactarse con la Nación para conseguir "un sistema de financiación que permita mejorar el sistema de trabajo actual e introducir actividades que mejoren el valor final del producto, no sólo desde el punto de vista de la planta sino desde la calidad de materia prima que procesa la planta; pero todo necesita inversiones y por más que la Municipalidad tenga la decisión política, no hay fondos para llegar a la escala que queremos".
Mauro Cabrero, representante del municipio en la Asociación, especificó que se necesita una prensa enfardadora hidráulica, con la cual se podría pasar de cinco a doce fardos por día para "trabajar más, mejor y evitar el acumulamiento de residuos en la planta". Otras obras que serían bienvenidas son el pavimento de la playa de maniobras, autoelevador con aparejo para fardos, depósito para material a granel, un galpón para prensado y acopio de materiales.
Araceli B. RetamosoFotos: Luis Cetraro