VIOLETTA EN SANTA FE

Planeta de las chicas

  • La protagonista del fenómeno televisivo de Disney se presenta con cuatro shows en el estadio cubierto del club Unión. Crónica de un fanatismo que genera millones.
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Con un despliegue multimedial digno de Disney, el espectáculo volverá a presentarse hoy en dos funciones, a las 17 y a las 20. Fotos: Manuel Fabatía

 

Natalia Pandolfo

npandolfo@ellitoral.com

“No sé si hago bien, no sé si hago mal”, se debate la adolescente de sonrisa angelical, y las chicas aúllan. Violetta protagoniza uno de los fenómenos mediáticos para niñas y preadolescentes más impresionantes de los últimos tiempos, en la línea de los productos del tipo Casi Ángeles o Chiquititas.

En julio, la porteña calle Corrientes se tiñó de violeta: la puesta llenó nada menos que 77 Gran Rex, algo así como 180 mil espectadores: tres River.

El huracán hizo escala ayer y hoy en Santa Fe, con dos funciones por día, a las 17 y a las 20. La ciudad fue la elegida para comenzar la gira del interior. A nivel internacional, la fiesta se inició en Paraguay, el 30 de septiembre.

Diccionario para quienes no tengan niñas en casa o a varios kilómetros a la redonda -es decir, para aquellos a quienes el título de esta nota no les aparece asociado a ninguna melodía-: Violetta es el nombre del personaje que interpreta Martina Stoessel, hija del histórico productor de Tinelli, Alejandro Stoessel, en el programa del mismo nombre, que se emite por Disney. Es una chica huérfana de mamá, amante del canto y el baile, que atraviesa su adolescencia con sus amigos del estudio On Beat, un papá sobreprotector, una madrastra maléfica, una rubia malvada (era eso o tonta, para rendirle honor al cliché) y una desbordante pasión por la música, que comparte con su finada madre. Y en el medio, claro, el amor: su eterna disyuntiva entre el bueno de León y el recio de Diego. “No sé si decirlo, no sé si callar”, titubea ella, y las chicas rugen.

Pins, mochilas, bolsos y bolsitos, medias, calzones, corpiños, paletas de tenis, pantuflas, cartas y cartitas y figuritas, remeras, gorros, vinchas, capas, pinturitas, diarios, sombreros, banderas, dijes, perfumes, calzas, credenciales, alcancías, revistas, almohadones, paraguas, carteras, ojotas, cartucheras, disfraces, pijamas, bandanas, chalecos, llaveros, pulseras, globos, orejeras y una enumeración infinita de sustantivos, digna de un poema de Joaquín Sabina: la hipercarismática chica de 16 años es una máquina infernal de generar dinero.

“Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que las industrias de producción de celebridades para el segmento preadolescente funcionan como relojes suizos: todo parece demostrar una maquinaria perfecta de venta y posicionamiento de ese producto”, dice la investigadora del Conicet Carolina Duek en la crónica “Violetta: ganancias sin apuestas”, publicada en la revista Anfibia. Para muestra basta un Unión.

Who’s that girl

Vendedor se pasea con sus chucherías con cara de desentendido-nena llora-mamá saca billetera: el circuito está más aceitado que nunca. Son las tres de la tarde y en la puerta del club florece el veranito de unos cuantos. Las tinistas -neologismo que define a las fanáticas de Tini, apodo de Martina- están exultantes. La cola es un eterno gusano violeta.

Media hora de retraso es demasiado para un estadio en el que más de 4 mil personas, en su mayoría pequeñas, contienen a duras penas la ansiedad. La mamá de Martina, Mariana, se convierte en pulpo para intentar firmar todos los autógrafos que le piden. De repente los alaridos repican en el tímpano como martillos: allí están, bailando sobre el escenario: León (Jorge Blanco), Diego (Diego Domínguez), Ludmila (Mercedes Lambré), Francesca (Lodovica Comello), Camila (Candelaria Molfese), Maxi (Facundo Gambandé), Andrés (Nicolás Garnier), Naty (Alba Rico), Broudey (Samuel Nascimento) y Marco (Xabiani Ponce de León). Y la etérea criatura, alta en el cielo, sonriendo siempre.

Si bien la puesta es más modesta que la que se presentó en Buenos Aires -el despliegue es más audiovisual que escenográfico: no hay columpio gigante ni silla voladora, ni gran cartera que aloja a la malvada Ludmila, ni plataformas que elevan a los artistas por sobre el escenario-, la parafernalia de Disney no deja de impactar: las coreografías funcionan con la precisión quirúrgica de un cirujano y el efecto multimedial es avasallante para un par de ojos de 6, 8, 10 años. Llueven los corazones de papel del color monopólico: todas son, por unos minutos, estrellas destinadas a brillar.

La trama también es distinta. De hecho, el show está organizado más en función de las canciones -que las voces finitas repiten con emoción incontenible- que de un hilo narrativo. La puesta porteña, en cambio, propone un argumento, un texto. Incluso con la presencia de Ezequiel Rodríguez, que interpreta el papel de Pablo, el profesor que encomienda una misión a los chicos del Estudio; y con la voz en off de Diego Ramos, el papá de la estrella, que no aparecen aquí.

Destinada a brillar

El programa televisivo no sólo es un éxito en Argentina sino en toda Latinoamérica, y también en España, Italia, Gran Bretaña, Francia, Israel, Rusia, Rumania, Bulgaria, Ucrania, Polonia y Turquía. La gira del show incluye Rosario, Neuquén, Córdoba y Mendoza. Luego visitarán Chile, Brasil, Uruguay, Venezuela y México.

Andy Bird, presidente de Disney International, confiesa en notas periodísticas que el fenómeno lo sorprendió: “En la Argentina, más gente fue a ver el show musical del programa que a los Rolling Stones” dice, impresionado.

La música -“En mi mundo”, “Ahí estaré”, “Algo suena en mí”, “Voy por ti”, “Euforia”, “Hoy somos más”, “Yo soy así”, “On Beat”, “Ser mejor”, “Peligrosamente bellas”, entre más de una veintena de temas- convoca a las chicas en un mismo canto repetido al infinito (y más allá).

Los padres y madres oscilan entre bailar, corear, acompañar, sacar fotos o esperar en el cantero de bulevar. Algunos sacan cuentas e intentan descifrar los motivos reales, profundos, del fenómeno. Tres papás conversan, hacen cálculos, buscan razones más allá de las evidentes, se alzan de hombros. Los designios del mercado son inescrutables.

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El dato

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