ARTE Y COMIDA
ARTE Y COMIDA
Édouard Manet y la cerveza

“La camarera con jarras”, de Édouard Manet.
Por GRACIELA AUDERO
¿Por qué anónimos autores de frescos o bajorrelieves del Egipto faraónico, Vélasquez o Picasso, Manet o Andy Warhol se han interesado por la alimentación? ¿Qué encierran escenas de fabricación de bebidas o comidas familiares, de cafés o cervecerías, de conjuntos de latas de sopa o de Coca-Cola? Toda la cultura. Porque la representación de la alimentación está ligada a la historia de los hombres. Son imágenes que relatan nuestra relación con el mundo en un encuentro insólito de la comida con el arte.
Tan fanático del ambiente de las cervecerías como de la cerveza, Édouard Manet (1832-1883), pintor francés, registró varias escenas, entre 1878-79, que transcurren en el agitado panorama de la Brasserie Reichshoffen en París, donde se servía cerveza alsaciana en jarras mientras un grupo de bailarinas danzaba casi desapercibido ante un público socialmente heterogéneo. En una serie de flashes, el artista capta el encanto acogedor del local: “El aguardiente de ciruelas”, “Bebedores de cerveza”, “En el café”, “La camarera con jarras”... En estas obras, el autor propone primeros planos de un detalle de la cervecería con concierto y varieté, desplazando su punto de vista al descentrar y fraccionar el campo visual. No busca equilibrar sus composiciones sino que interviene espontáneamente en medio de escenas sin importarle que las mismas se prolonguen más allá de lo que vemos. En cada cuadro, nos brinda una parcela anárquica y discontinua del lugar. Observamos que la cervecería prosigue más allá del lienzo. Cada obra es un episodio preciso y limitado, que encierra un flash pictórico. Lejos de estar frente a las cosas, nos permite participar en ellas. En aquella época, el amontonamiento de gente en cervecerías, cafés y restaurantes imponía a cada consumidor una visión fragmentada de la agitación que lo rodeaba, y Manet restituye a través de imágenes aproximadas, rápidas, esa sensación de confusión y desorden. Sin dudas, sus encuadres son la gran novedad respecto del arte que precede al impresionismo. Para la crítica, Manet es el primero en sentir que los desplazamientos rápidos debidos a las locomotoras a vapor y el bullicio de las multitudes urbanas necesitaban un cambio en la mirada del artista orientado hacia la abreviación.

“Café-concert”, de Édouard Manet.
Aunque siempre quedó al margen del grupo impresionista por no pintar al aire libre, Manet merece el lugar de precursor y fundador del movimiento por su combate a favor de la observación directa de la naturaleza y los espectáculos de la vida contemporánea para renovar la inspiración y la técnica. Mas no sólo renueva temas y técnicas sino que, además, hace un sutil análisis de las relaciones entre los personajes del cuadro, que permanecen extraños e indiferentes entre sí. Sus parejas, a veces acompañadas por terceros, no se comunican explícitamente. Parecen seres separados, pero físicamente próximos. El pintor da la misma importancia a los dos protagonistas, pero en esquema disimétrico. La imprecisión de la pareja -¿novios, esposos, desconocidos?, ¿enojados, aburridos, desdichados?, ¿yuxtaposición de soledades?- es la manera que Manet emplea para romper con la preocupación narrativa de sus antecesores. ¿Por qué Manet se interesó por las relaciones de pareja? Es evidente que no desconocía los medios para expresarlas: miradas, gestos, posiciones corporales... ¿No creía en la comunicación entre hombres y mujeres? Nunca lo dijo. Sin embargo, nos hizo una confidencia involuntaria al repetir las mismas imágenes de pareja. ¿Y la repetición de instantáneas de la Brasserie Reichshoffen? Tampoco lo dijo. Pero no ignoramos cuánto perseguía ciertos ambientes sublimes a sus ojos. Y en esas escenas de cervecería, también imagino un homenaje a los inventores de la taberna: los mesopotámicos, quienes junto a los egipcios son los primeros bebedores de cerveza conocidos.
Fabricada desde hace seis mil años en la Mesopotamia y en Egipto, la cerveza era una bebida a base de cereales fermentados, especialmente cebada, a la que se añadía miel, frutas, especias o hierbas. Con la lupulización a partir del siglo XI, el mejoramiento de la fermentación base en el siglo XV, y la refrigeración, malteado industrial, filtrado y pasteurización en el XIX, la cerveza adquiere mayor calidad, alcanza éxito planetario, y su consuno no deja de crecer.
El Antiguo Testamento sólo menciona la vid y el vino. Sin embargo, sitúa el Paraíso terrestre entre el Éufrates y el Tigris, en la Mesopotamia, donde la primera bebida fermentada fue la cerveza. Se cree que los babilonios no conocieron la fermentación láctica, y únicamente utilizaban la alcohólica tanto del mosto para producir cerveza como de la uva para el vino. Bebida corriente de ricos y pobres en la Mesopotamia de la Antigüedad, la cerveza reinó sin competencia a pesar de que, según el historiador Jean Bottéro, las tablillas cuneiformes escritas en sumerio y en acadio (descubiertas hace pocos años en la Babylonian Collection de la Universidad de Yale, en Estados Unidos ) confirman que la vid, originaria de la región sirio-armenia donde la plantó Noé, fue aclimatada en suelo mesopotámico, y el vino apreciado por sus habitantes.
Por su lado, los egipcios del tiempo de los faraones debieron disfrutar varias bebidas, pero sólo representaron dos de ellas fermentadas: la cerveza y el vino. De lejos, la más significativa fue la cerveza, cuyo método de elaboración está grabado en la tumba tebana del gobernador Antekofer, durante la Dinastía XII (1991- 1785 a.C.).
En la Antigüedad, todos los pueblos de la cuenca del Mediterráneo consumían las dos bebidas. Pero si babilonios y egipcios tomaban mucha cerveza, más tarde griegos y romanos prefirieron el vino, cuya propagación sería favorecida por el cristianismo.