EL INCIDENTE LITERARIO
EL INCIDENTE LITERARIO
Ser como el Guadiana

La imagen del río Guadiana, que en un tramo desaparece como si estuviese seco para luego reaparecer y hacerse caudaloso, tiene una conexión con la creación poética. Foto: Archivo El Litoral
Santiago De Luca
Un poeta casi desconocido, que estuvo veinte años sin escribir, confesó que para él la poesía no tenía nada que ver con una carrera, con un desarrollo, con una evolución o con una maestría que uno adquiere con los años, sino que se asemejaba a un imprevisible soplido espiritual. Claro que esta última palabra cada uno la puede entender según su cosmovisión del mundo. También hoy desde un paradigma materialista hay filósofos que hablan de ese soplido espiritual como la configuración más sutil de átomos que nos da forma.
El poeta José Hierro, en un congreso que lo trajo a Mar del Plata, habló también del soplido irregular de la poesía. Según esta concepción de la poesía y de su escritura, hay un doble movimiento. Un surgimiento repentino en la superficie que habría que saber captar y, sobre todo, un ocultamiento, un retraimiento, que sería necesario transitar. Durante esta veda, el silencio sería lo aconsejable.
Muchos escritores hablan de los períodos de sequía y dan testimonio de la parte de no escritura que tiene la escritura. Estos períodos podrían velar algo muy fértil. Hay un fenómeno subterráneo que sucede durante ese tiempo. La imagen del río Guadiana ha servido para imaginar este fenómeno de invisibilidad de la creación. Este río desaparece a la vista, se hace subterráneo, para emerger con mayor fuerza. La imagen del río, de casi todos los ríos, le conviene a varias facetas de la poesía. Pero el Guadiana tiene una particularidad. El río Guadiana desaparece. Ser como el Guadiana es una expresión de la lengua española que equivale a decir que algo sucede de manera irregular. O un fenómeno o situación desaparece y reaparece de improviso.
Según la hidrografía, la corriente superficial del Guadiana desaparece en Armagasilla del Alba y reaparece en la región que se denomina Ojos del Guadiana. Un brote de agua en la superficie. En realidad, se trata de múltiples fisuras en la roca subterránea que hace que el agua se deslice por un sistema acuífero para emerger luego. Pero la imagen del río subterráneo o invisible es exacta. De repente, los ojos del Guadiana vuelven a lagrimear (un sonido nos hiere) y poco a poco un pequeño manantial se convierte en un gran cauce que corre al mar. Tener el privilegio de contemplar ese espectáculo es el incidente literario.
Los poetas míticos (como Juan de la Cruz) hablan de “la noche oscura del alma” para evocar este período que hay que atravesar de retraimiento, de desconcierto, de perturbación y aniquilamiento temporal de la visibilidad. Y es en la noche oscura del alma donde la palabra se “purifica” y pasa la prueba del silencio. Es verdad que algunos se han perdido en esa noche. Otros no han regresado del silencio como en el caso de Rimbaud. Pero aquellos que lo han atravesado, han encontrado un cauce más caudaloso.
Disfruto de la lectura de los tratados de retórica, de Quintiliano a Roland Barthes. Sin embargo, su utilidad, que es importante, tiene un límite infranqueable. No puede indagar en aquel tramo en que la palabra se hace como el Guadiana y abandona la superficie. Hay un dicho del árabe marroquí, ser como el viento en la red, que de algún modo expresa este vaivén. Los proverbios tienen codificado un saber poético que atravesó los túneles sumergidos del tiempo. Aunque es imposible capturarla, como el viento en la red, es posible pensar la creación poética (a condición de no querer fijarla) y actualizarla en cada lectura que nos pide que sea en voz alta.
La poética de las poéticas es estar atentos cuando esa humedad sopla en los textos para volver a mojar los pies en el río. No hay evolución, no hay dibujo que seguir. Aparece de forma discontinua, cuando aparece. Si es que aparece. Sin embargo, está y es. Un torrente que no deja dormir o un silencio que puede durar años. Nada más ineficaz que la escritura poética para realizar lo que se entiende por carrera profesional. Quien se presenta a sí mismo como poeta, como su carrera profesional, además de provocar que los demás se sonrojen, no está atento a la metáfora que enseña el Guadiana.
Se puede escribir narrativa por encargo, muy buena y muchos escritores lo hicieron y lo hacen y a veces es un estímulo muy productivo. Pero para la poesía no. Salvo, como siempre, algunas excepciones. No hay previsión meteorológica que nos pueda anticipar cuándo soplará ese viento que necesitamos para que la metáfora aparezca en nuestros oídos.
Juan de la Cruz compuso el Cántico espiritual de memoria, componiendo auditivamente verso a verso, cuando estaba preso y no podía escribir. Silencio y fertilidad. Se podría especular con un ritmo que necesita de tiempos fértiles y tiempos secos. Pero ni siquiera una simetría en este terreno se puede garantizar. Cuando lloran los ojos y llega la fertilidad hay que celebrarlo.
La imagen del río Guadiana, que en un tramo desaparece como si estuviese seco para luego reaparecer y hacerse caudaloso, tiene una conexión con la creación poética. Quien atraviesa la noche oscura del alma, seca por fuera porque está cultivando aguas íntimas que florecerán un día con otra vitalidad, tendrá algo que cantar.