Opinión: OPIN-05

Opinión

Aquella melodía del progreso

Por Gabriela Redero

El almanaque desgranaba los días de 1876 y un empresario colonizador imaginaba pueblos en la pampa gringa. Pensaba estratégicamente la creación de una nueva comunidad en las tierras que había comprado a Mariano Cabal. Con sueños sembrados en la férrea voluntad inmigrante, Guillermo Lehmann fundaba Pilar hace 124 años.

La pampa gringa era entonces suelo y cielo. Y un puñado de cabezas trabajando de sol a sol. En tres años, Pilar ya sumaba 300 habitantes, pronto tuvo gobierno local y las vías ferroviarias surcaron el pueblo. El ramal Pilar-San Francisco del Belgrano prometía movimiento de gentes y mercancías.

Esta historia naciente y con promesas de progreso se completaría más tarde con la instalación de los talleres del ex ferrocarril Santa Fe, que significaría trabajo y esperanzas de desarrollo para las comarcas de la zona.

En ese contexto de crecimiento surgieron las primeras fábricas: para procesar el rico producto de la cuenca lechera nacieron las cremerías y para aprovechar la destreza que exhibían los operarios de los talleres ferroviarios se crearon incipientes herrerías. Pilar aparecía como la comunidad más floreciente de Las Colonias.

Pero tiempo después, con los talleres del ferrocarril ya desmantelados, el fantasma de la desocupación acechaba a los pilarenses. Fue así como, decididos a rescatar al pueblo de la desesperanza, los pobladores más influyentes decidieron atraer capitales a la aldea.

En una tertulia nocturna, de la que participaron el cura de la época, Venancio Cruz, el maestro del pueblo, Máximo Manetti, y los ciudadanos Antonio Tebernier, Francisco Pochettino, Silvio Levrino, Sebastián Miloni, Domingo Oliva y el Dr. Lépore, se acordó la necesidad de crear una fuente laboral que refundase Pilar.

El resultado de las gestiones posteriores fue la fundación de la única fábrica de pianos que existió en Sudamérica durante mucho tiempo. Era 1939 y el santafesino José María Alcaide comenzaba a multiplicar su método artesanal de construcción de pianos.

El principio

"En 1938 se hizo una exposición industrial y comercial en San Justo, donde se iniciaron conversaciones con Alcaide para instalar aquí la fábrica. ƒl era afinador y tenía en proceso un piano que presentaba en esa muestra. Así surgió la fábrica Alcaide", recuerda Herison Chiosso, palabra autorizada en la materia.

Durante 38 años y 28 días, Chiosso fue operario de esa planta desde donde salieron pianos para el país y el mundo. En sus épocas de mayor producción -entre 1961 y 1966-, la fábrica llegó a terminar casi 1.200 instrumentos por año.

"Cuando Alcaide se retiró en 1943 o 44, pasó a llamarse La Primera SA. Hasta entonces era la única en Sudamérica, aunque después se fundó una en Rosario, pero no duró demasiado porque fabricaba un piano que no era de mucha calidad", aclara Chiosso.

En La Primera se cumplía un prolongado proceso de fabricación que abarcaba desde la llegada de las diversas variedades de madera, nacionales e importadas, hasta la terminación y afinación del instrumento que salía de planta listo para ser ejecutado.

"Acá se hacía todo, inclusive los armazones de fundición, que estaban a cargo de la familia Gatti, que comenzó siendo una subsidiaria de La Primera y hoy es la principal fuente de trabajo de Pilar", cuenta Herison, y revisa un cuaderno de hojas amarillentas que, a modo de diario personal, cuenta su historia y la de la fábrica.

Trabajo de artesanos

El método de fabricación era totalmente artesanal e incluía desde la compleja maquinaria que mueve el encordado hasta la más fina terminación para el mueble que recubre el mecanismo sonoro.

"El piano es un reloj construido en madera -define Chiosso-. Tiene todo un proceso de mecanismo que implica perfección. Los aceros que se utilizaban acá, tanto para los ejes como para el encordado, eran todos aceros suecos y los casimires con que se cubrían algunas partes se traían desde Inglaterra".

"La fábrica se dividía en distintas secciones: la carpintería gruesa, la herrería -donde se hacía el matrizado de clavijas y la perforación del armazón-, la de armado de los puentes y la caja armónica, la carpintería, la de encordado -donde se construían las bordonas del piano, con el acero y el cobre-, la de enchapado -donde se le ponía el traje a la madera- y la de rearmado, en un sector".

"En otro, estaban los que fabricaban las máquinas, las perforaciones de los mecanismos, el teclado, le daban el lustre y el terminado. También se hacía acá la afinación, que dejaba los pianos listos para que se pudieran tocar".

Rollizos de algarrobo, cedro brasilero, mara boliviana, viraró, petiribí, guatambú, pino Brasil, álamo y ébano llegaban desde uno y otro lado del Atlántico hasta Pilar. De allí, y después de un proceso que demandaba más de 2 años, se exportaban pianos a las más afamadas casas musicales de Europa.

En el país, se abastecía de instrumentos a clásicas firmas del rubro, como Canale Hnos., de Córdoba; Pianolandia, de Mendoza; Establecimiento Musical Paneli, de Bahía Blanca; Casa Soprano y Antigua Casa Núñez, de Buenos Aires; Inlawer, de Eldorado, Misiones; y Casa Alvarez, de Santa Fe, entre muchas otras.

El ocaso

En 1976 Pilar cumplió cien años. Y el Centro de Residentes Pilarenses en Santa Fe participó de la celebración. Tenía entonces 1.200 integrantes; familias del lugar que habían decidido emigrar en busca de otros destinos.

Ese sólo dato grafica claramente cómo los pilarenses abandonaron progresivamente aquel ideal de progreso que los vio nacer. La Primera no estuvo al margen de esta realidad. Dejó de funcionar en marzo de 1992. "Por mala administración -asegura Herison-. Mientras estuvo la gente que la creó se cuidaron todos los detalles de la fabricación, pero después, cuando se transfirió la mayor parte de las acciones a una firma nacional -Burmeister-Lamberghini-, ellos pusieron al frente de la fábrica a gente que no conocía el tema y desmejoraron la calidad del instrumento".

El último dueño era de Buenos Aires. Después de mantenerla un tiempo en agonía, decidió cerrar sus puertas. Hoy, aquella fábrica que representara a la Pilar espléndida yace bajo un férreo silencio pueblerino.

"Faltó que la dirigencia del pueblo saliera a defenderla -opina Herison-. Hubo una reunión en el Centro Cultural, en la que estuvieron dirigentes políticos y de las entidades intermedias, y se nombró una comisión para intentar evitar su cierre. A 8 años de aquello, todavía le deben la respuesta a la gente".

El presente

Las paredes de La Primera proyectan hoy la silueta de un pueblo que no pudo ser, la sombra del sueño de grandeza de Lehmann y los colonizadores, que se esbozó, pero se desdibujó con el tiempo.

"Pilar es un pueblo fantasma. No hay esperanza y la gente no tiene interés. Acá estamos en una cuenca lechera muy rica, cientos de miles de leche diarios salen de aquí y no se elabora un litro. Vienen los camiones de las principales industrias lácteas y se llevan todo. No se industrializa nada", se enoja Herison.

"Pilar perdió el tren de la historia. Nosotros somos más antiguos que Rafaela, los primeros nacimientos ocurridos en esa ciudad se inscribieron acá porque allá no había Juzgado. La civilización vino desde el sur y desde el oeste. Y hoy no tenemos nada", dice Chiosso.

"Hubo una sucesión de oportunidades que perdimos. Rutas que debieron pasar por aquí, el ferrocarril Central Argentino que debió atravesar Pilar, empresas que se quisieron instalar y por falta de decisión de los pilarenses no lo hicieron. En realidad, vimos pasar el tren y nunca nos subimos".

Los pianos de Pilar hoy ponen música a una elegía. La de aquéllos que, como Herison, nacieron en el pueblo, lo vieron crecer y hoy asisten, sin bajar los brazos, a un presente que añora el ruido del trabajo: la musicalidad del progreso.

Pianos y amor

La seductora musicalidad de un piano al desnudo fue la escenografía que dominó buena parte de la vida de los 172 operarios que llegó a tener la fábrica de Pilar. La cortina sonora de los teclados creó la atmósfera ideal para el nacimiento del amor entre Herison, nieto de lombardos y piemonteses, y Blanca Bermúdez, también trabajadora de La Primera.

"Yo entré el 2 de octubre de 1947 y salí el 31 de octubre de 1985. Trabajé allí 38 años y 28 días. Tuve la suerte de haber entrado en la sección terminado, pero comencé barriendo, calentando los coleros, lijando los mecanismos... fui aprendiendo todo. Después estuve en el armado del piano y terminé conociendo todos los pasos. Fui jefe de la sección terminado y capataz", se enorgullece Herison.

En el momento del lustre, las manos femeninas eran calificadas para el trabajo fino, y era allí donde se colocaba al piano las distintas marcas, tanto de fábrica como las de cada comprador. Blanca fue una de aquellas operarias y hoy, jubilada, voltea las hojas de un álbum de fotos junto a su esposo, como asistiendo a la proyección de una vieja película que los tuvo como protagonistas.