Pantallas y Escenarios: PAN-02

El coraje de un niño y una pasión


El cine inglés vuelve a insistir en ubicar sus filmes en los difíciles días de la era Thatcher, aunque aquí todos los problemas sociales en que están inmersos los mineros de ese pequeño pueblito donde se sitúa la acción, sea sólo un telón de fondo. Así, se verán durante el metraje el andar de una huelga y algunas manifestaciones, a manera de un coro lejano que puntea en la sensibilidad de Billy Elliot, un niño de once años cuyo padre manda a aprender a boxear en un gimnasio que comparte un estudio de danzas.

Nuestro pequeño protagonista, que ya baila boxeando, no tardará en inclinarse por la danza y demostrar grandes aptitudes, ampliamente apreciadas por la profesora de turno, que no sólo lo ayudará en el aprendizaje sino que se convertirá en una presencia fundamental en la vida de Billy, que vive huérfano de madre. Pero pronto soportará las presiones de esa moral convencional que pone en tela de juicio esa actividad para un hombre, tanto en la casa como en todo el pueblo. Y allí empiezan a aparecer la figura del padre y su hermano mayor.

En realidad este planteo no excede la temática de muchos filmes que aparecen como testimonios de distintas épocas y sociedades. Pero aquí el debutante Stephen Daltry (prestigiado director teatral londinense), echa mano a una estructura narrativa que realza y convalida toda una suerte de convenciones y hasta de lugares comunes, haciendo que este personaje no sólo sea el eje de la historia sino también el espejo en donde todo ese momento histórico y social se refleje nítidamente.

En la experiencia de este preadolescente está todo, desde su rebeldía incondicional hasta la difícil inserción en un medio que lo desborda y expulsa. Conquistar todo eso equivale casi a torcerle la mano al destino. Sin conceder un palmo de ventaja, Billy responde con su cuerpo. Para explicar por qué le gusta bailar, contesta simple y conmovedoramente "porque desaparezco"; para expresar su bronca a su padre sólo atina a bailar delante suyo, con la fuerza y la desesperación de un elegido.

El filme de Daltry tiene un montaje elocuente y muchas escenas hermosas: la profesora explicando su arte con la música de Tchaicovsky, la del padre (un notable Gary Lewis) y el hermano confundidos en una lucha con lágrimas y confusiones, y casi todas en donde interviene Jamie Bell, que le otorga a su Billy Elliot una intensidad rara, patética y hondamente humana, como si en él convivieran los tormentos del infierno y la mansa y cálida ternura de los que saben dar antes que pedir, aunque a veces lo hagan con la furia de los vientos.

Juan Carlos Arch