Opinión: OPIN-04

Cartas a la Dirección

Divagaciones sobe peludos


Señores directores: En nuestros campos abundan una serie de desdentados, orgullosos descendientes del gliptodonte, con gruesa coraza articulada protectora. Probablemente el más popular sea el peludo, que es un armadillo o quirquincho de hirsuta pelambre originaria de su apelativo ya que de pelos estamos hablando. Cuando se ve en peligro excava con tremenda velocidad cuevas que le representan hogar y protección, de las cuales es muy difícil y laborioso sacarlos al encogerse en forma de bola, aumentando su diámetro y aferrándose con caparazón y garras a las paredes. Cuentan que los paisanos lugareños, expertos en su cacería, ya que constituye un manjar en su precaria alimentación de charque, mate y galleta, utilizan una maniobra irrespetuosa para con su condición de fósil viviente y su investidura arqueológica y que está más vecina a la Urología y a la Proctología que a la Cinegética, tironeándolos de la cola le introducen el índice en el ano y parece ser que así aflojan su asidero y es posible extraerlos... Efectúan los cazadores tacto rectal empírico y eficiente, que nada tiene que ver con Esculpaio ni con Eros ni con Sodoma.

El "Peludo" Irigoyen. A nuestro querido bien recordado primer presidente, radical y democrático Dr. Don Hipólito Irigoyen lo llamaban "el Peludo" y no era precisamente por los pelos, que no le abundaban, sino por sus hábitos, pues era muy difícil que abandonara los límites de su humilde casa de la calle Brasil (más o menos como ahora, ¿no?). Mi señora es extremadamente hogareña y cuesta trabajo hacerla superar la puerta de calle, enfrascada en los avatares de la cotidianeidad, tratando de solucionar los múltiples y variados problemas de los familiares próximos y lejanos, que son muchos, dedicando el resto del día a coser, tejer y leer. No creo que quede en la vecina Biblioteca Mariano Moreno algún libro que no haya pasado por sus manos.

Desde hace varios años padece de una hipoacusia. Cuando le propongo hacer un tratamiento o utilizar algún poco visible y práctico aparatito, me responde: -íNo, por favor! ípara lo que hay que escuchar! Estoy bien así y estaré mejor a medida que progrese la sordera.

Me pregunto si no tendrá razón, como es habitual. Por otra parte es un excelente consuelo para nosotros, los jovatos, al ver que va disminuyendo la agudeza de nuestros sentidos. Con la disminución contemporánea de la visión nos ahorraríamos el ver y escuchar diariamente chabacanerías y agresiones verbales y visuales por TV. Está como para pensarlo porque conllevaría una manera de vivir mucho más tranquilos y sonrientes en una época de apremios de toda índole y de ceños fruncidos. Alberto Niel. Ciudad.