Area Metropolitana: AREA-01

Vuelta del Paraguayo:
sumidos en el abandono

Eduardo Salva. DEJADEZ. Los vecinos tiran los desperdicios en cualquier lado, aunque no hay basureros que los retiren. A veces los queman en las propias casas; otras, los arrojan al río.

La gente trata de sobrevivir entre la basura y los animales sueltos. Se sienten olvidados por el municipio y la vecinal. Conviven con olores desagradables y suciedad en grado extremo. La falta de trabajo hace que la escena sea desoladora.


La zona es hoy por hoy una postal de la desidia. La basura asume las más variadas formas: esqueletos de autos abandonados, yuyales, restos de comida, bolsas de residuos que desde hace meses esperan un destino; y hasta los escombros de algún banco de plaza tirados en medio del agua.

Todo permanece allí, intacto; abandonado al inexorable paso del tiempo. Alrededor, la gente trata de sobrevivir.

El río que los rodea no escapa a la situación: muchos vecinos arrojan sus residuos al agua, porque saben que nadie va a pasar a retirarlos si los sacan a la calle. Otros, optan por quemarlos. El olor que impregna el lugar es el reflejo de esa realidad.

La tierra de la calzada principal es el terreno propicio para la gran cantidad de perros -quizás supera al número de pobladores-, que deambulan entre chicos descalzos. Y los caballos sueltos también aportan su presencia.

Cuando se les pregunta a los vecinos qué necesitan, qué reclaman a la municipalidad, no saben qué contestar. "Esto siempre fue así", responde resignada Estela. Tiene 68 años y vive allí desde hace más de veinte.

"El basurero no entra, por eso dejo la basura al frente de mi casa, y después la quemo. A veces la tiro al río, porque todos los vecinos hacen lo mismo", reconoce.

Vive con su hijo de veinte años, albañil, que sólo esporádicamente encuentra trabajo. Ella cobra una pensión mínima, "una miseria que no alcanza para nada", sintetiza.

Sin fuerzas, sin bronca


La gente dice que la vecinal está abandonada y esperan en sus casas que empiece a funcionar. Aseguran que, cuando en la zona se distribuían planes Trabajar, todo estaba un poco más aseado. Pero ahora ni siquiera esos proyectos llegan.

Javier tiene 24 años y desde hace cuatro meses no tiene trabajo. Vive en la Vuelta desde hace cinco años.

El tampoco sabe qué contestar cuando se le presenta la oportunidad de hacer reclamos. "No sé, como nunca nadie viene...", balbucea, mientras piensa.

Vive en un rancho de chapas que se llueve cada vez que cae un aguacero. Su mujer, Francisca, con un chiquito de seis meses en brazos y otro de dos años al lado, lo miran de lejos.

La basura, como en el resto de los casos, va a parar todos los días al fondo de la casa. Después, se quema. "Todo el mundo tira al río, pero yo trato de quemarla. Antes tenía un pozo acá, pero ahora se llenó", cuenta, mientras señala el patio donde su hijo juega en este momento.

Cuando puede, Javier viaja hasta Santa Fe a vender pan. "Más que nada, necesito trabajo -asegura-. Acá no tenemos planes, así que cada uno se arregla con lo que puede".

Una vez que se animó a pedir, los reclamos brotan solos. "También necesito chapas para el rancho", comenta.

Los vecinos ya ni siquiera se preocupan en reclamar que un basurero pase, aunque sea un par de veces por semana, a retirar los desperdicios. Se resignaron a vivir entre los residuos, conscientes de que contaminan el río, reconociendo la propia miseria, pero sin fuerzas para intentar superarla.