Pantallas y Escenarios: PAN-02

Simplemente cantando


En las palabras con que Virginia Tola manifestó a El Litoral su placer por el repertorio a interpretar junto a la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe, quedó sutilmente establecida la diferencia de compromiso musical entre un programa integrado con arias de ópera italianas y uno dedicado a Strauss y Mahler. Sin rozar siquiera por un instante el encanto y calidad del repertorio operístico más consagrado (¿Quién puede permanecer apático ante el "Sempre libera" de La Traviata?), para una intérprete que orienta sus pasos hacia lo más alto del horizonte lírico, otras deben ser las metas y otros los desafíos, sin renegar por ello del agrado más directo de los públicos.

Por ello, el primer aplauso para Virginia Tola en el concierto de cierre del ciclo de abono de la orquesta, corresponde a su decisión de incursionar en un terreno del que sólo salen airosos los que además de voz tienen talento interpretativo. La liederística alemana exige una profunda consubstanciación entre la semántica, sonoridad y rítmica del texto, con el tratamiento impuesto a tales detalles por el autor, teniendo como único recurso escénico la nobleza del gesto. O está todo en la voz, o ninguna teatralidad acude en auxilio del resultado.

La mirada perdida hacia la incomprensibilidad de lo infinito acompañando la pregunta "¿..no será esto la muerte?", de la cuarta de las "Cuatro últimas canciones" de Richard Strauss, fue uno de los numerosos detalles que, junto a una excelente fonética alemana, revelaron a una cantante capaz no sólo de resolver cuanto problema vocal enfrenta, sino de asumir temáticas de compleja profundidad metafísica. Cierto es que su voz crecerá hasta cobrar una densidad emparentada con la de una soprano wagneriana, pero la indiscutible dramaticidad que ya le es propia legitima su decisión de enfrentar este repertorio privilegiado. El actual momento evolutivo de Virginia Tola resultó ideal para "La vida celestial", que constituye el final de la Sinfonía Nro. 4 de Gustav Mahler, cuyo significado y encuadre estilístico interpretó con cabal definición de cada ingenua referencia del texto concebido con infantil inocencia.

Dos detalles conspiraron contra un mejor resultado general en las canciones de Strauss: la falta de adecuación dinámica de la orquesta, que recién llegó a partir de la última de las canciones -tocar suave es otro arte-, y la opacidad acústica de la Sala del Centro Cultural Provincial colmado de público. Con la cuarta Sinfonía de Gustav Mahler, la falta de esmero en el cuidado de los detalles dinámicos y tímbricos orquestales, quedó particularmente en evidencia en los dos primeros movimientos, especialmente en el caleidoscópico segundo, cuyo correcto ajuste camarístico reclama aún varios ensayos. Desde lo orquestal-interpretativo, la luz de esta sinfonía fue el excelente clima logrado por el director Carlos Cuesta en el inicio del tercer movimiento, y el adecuado entorno brindado al paradisíaco fresco sonoro con que Mahler pinta la vida celestial.

Mariano Cabral Migno