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Matrimonios y algo más

Mujeres de 30 y pico que van quedando afuera de las posibilidades del matrimonio; parejas que se divorcian pocos meses después del nacimiento del primer hijo; viejas ideas acerca de lo que es la sexualidad que no alcanzan para definir la diversidad actual, son algunos de los signos distintivos de esta época.


Según la sicoanalista Ana María Fernández, investigadora y docente de la UBA, uno de los factores que retratan esta época "es algo que comienza a verse claramente: mujeres que no van a entrar nunca en el aparato conyugal, no porque no quieran, sino porque no van a entrar, como los jóvenes que nunca van a entrar en el mercado laboral; es distinto ser despedido del sistema laboral que no haber entrado nunca, acá es lo mismo".

"Son mujeres -continuó- de treinta y pico, profesionales, cultas, inteligentes, autónomas, sin una situación económica desastrosa ni tampoco maravillosa; algo hace que ellas no encajen, y no saben qué es ni de qué se trata, pero quieren entrar y viven con un gran déficit personal el hecho de ser las "descartadas".

Esto se ve mucho, es un rasgo de época.

La experta señaló que incluso este rasgo ya se observa en chicas de veintipico, "en las que se ve que les va a costar, que no encajan, y sin embargo a esa chica no se la ve demasiado distinta de otra, de su amiga que está siempre de novia".

Las descartadas


Fernández precisó que en los '60 era impensable que "una chica no tuviera un noviazgo o una pareja importante, la gente hacía su camino al interior de una relación sentimental". Entre las mujeres de 30, consideradas "descartadas del sistema" matrimonial, y las de 50 divorciadas, también `descartadas', la situación es diferente "y en este caso podría entenderse más", dijo.

"Uno podría pensar -continuó- que las de 50 son mujeres con mucha autonomía mental, personal y económica como para poder estar con un varón que por su generación es mucho más patriarcal; o se podría pensar que si no tiene todas esas virtudes de autonomía, esa mujer tiene tal resentimiento por sus fracasos sentimentales que no tiene posibilidad de estar más fresca para armar algo, y queda descartada".

En cambio, los hombres "reciclan con mujeres más jóvenes, parecería que piensan menos y disfrutan más", acotó. Mientras hay mujeres, y hombres también, que van quedando afuera de las posibilidades del matrimonio, las parejas hoy se separan cada vez más jóvenes, como otro rasgo de época.

"Yo veo en mi trabajo clínico gente que tiene un bebé y rápidamente se divorcia. Cada vez esa institución, su sentido y sus normas, se acomoda menos a la gente", dijo Fernández.

En este sentido, destacó que las mujeres -al hacer referencia a los años 60 donde se empieza a quebrar la idea de llegar vírgenes al matrimonio- armaron un `enpowerment' (hacerse de poder) alrededor de su sexualidad.

"Pero armaron un imaginario romántico -y a la vez doméstico- de la sexualidad, desoyendo y aun creyéndose superadoras del modelo masculino que tenía instituciones separadas para la pasión y el matrimonio.

"Ellas quieren -dijo- el máximo de plenitud sexual en la protección del paraguas matrimonial, con lo cual estallan los matrimonios, que no fueron inventados para la pasión, porque la pasión es errática y por lo tanto no puede ser la llave de la continuidad de esa institución, base de la sociedad, según el liberalismo".

La homosexualidad


Otro signo de época es -según la especialista- el hecho de que no se puede pensar más en términos de `la' sexualidad, como sinónimo de heterosexualidad, donde habría un lado oscuro y perverso que sería la homosexualidad, "este modo de pensar la homosexualidad también es histórico-social", acotó.

"La construcción sociohistórica del varón con los grandes prototipos de lo masculino, potente, valiente, arrojado, duro pero tierno, exigió la creación de un modelo de mujeres sensibles, emotivas y frágiles, que siempre necesitaron de esa protección", expresó. Y dentro de este esquema, subrayó que "también se construyó un modo particular de homosexual, el `marica'; el afeminado es una construcción homosexual de la modernidad, y es sólo aparentemente extrasistema".

"Pero ese marica -continuó-, afeminado, que copia a la mujer, también ha ido cambiando, hay hoy una homosexualidad viril muy expuesta, de gimnasio; cambia la estética homosexual, y también dentro de estos cambios, se ve un gran desarrollo de la bisexualidad".

"Me parece que estalló aquella idea de `la' sexualidad y habrá que pensar en `las' sexualidades, lo cual trae muchas complicaciones a la hora de pensar la teoría, en relación a la ética y a la moral, y también en relación a los abordajes clínicos", finalizó.

Entre erotismos, reclamos y desencuentros


"Creo que las prácticas eróticas han ido más rápido que el cambio de las mentalidades", destacó la psicoanalista Ana María Fernández.

-¿Cómo se explica que esta búsqueda de placer por parte de la mujer, dentro del matrimonio, genere desencuentros?

-En el plano de las relaciones heterosexuales, lo que está modificándose es una sexualidad femenina que conquista espacios de actividad erótica versus aquella pasividad del modelo tradicional; esto que parecería un tema estrictamente de las prácticas amatorias es, en algún sentido, un tema político, porque para que una mujer pueda desarrollar prácticas en las que pueda disfrutar del placer de la pasividad y también el de la actividad, necesita un varón que también esté dispuesto a explorar su pasividad y que también pueda ofrecer todo su cuerpo al juego erótico y no sólo un placer sexual fálico genital; y esto trae muchos fantasmas a los hombres y mujeres de nuestra cultura, aún jóvenes, porque en él aparece el fantasma de la homosexualidad y en ella, el de la "puta", fantasma que todavía existe.

-¿Hay una demanda detrás de ese erotismo?

-En el trabajo clínico con parejas se ve frecuentemente este tipo de casos, con mujeres que ya han conquistado este "enpowerment" erótico, que al mismo tiempo van desarrollando -por esta fricción que se produce al vivir como un derecho el goce sexual al interior del matrimonio- situaciones complicadas: ellas van desarrollando una demanda tiránica -afectiva más que sexual-, quieren todo de ese hombre. El empieza a ser cada vez más huidizo; tal vez interpreta que la demanda es sexual más que afectiva. Si él está subjetivado con la idea de que debe ser siempre potente, lo puede garantizar cuando él es el que la desea, pero si está a merced del requerimiento de ella, no puede garantizar ese slogan masculino de los años 40. Entonces, a medida que él se corre, ella despliega demandas cada vez más incomprensibles, cada vez más tiránicas. Y entonces, en la masividad de la demanda, queda desoído el núcleo de verdad del reclamo.

-¿Y cuál es esa demanda?

-Es una demanda imposible de satisfacer, porque ¿qué pide ella cuando pide?, y ¿a qué se niega él cuando rehuye?, esto es lo que queda como el desencuentro en esa relación; a mí me parece que ése es uno de los desencuentros eróticos heterosexuales más fuertes que vemos hoy. Ninguno de los dos se entera qué hay en la base de ese desencuentro, un desencuentro acerca de qué hacer con las potencias eróticas de cada uno.

Marta Gordillo (Telam).