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Toco y me voy: Una de turrones

Los turrones forman parte de una dulce tradición estacional y festiva. La gente los consume para las fiestas de fin de año, ese sopor etílico y gastronómico (y rara vez religioso) que va desde el veintipico de diciembre hasta terminar el stock.


Y el stock se termina invariablemente para esta fecha, con lo que asistimos compungidos a la despedida del adminículo que conocemos con el simpático nombre de turrón: no lo veremos más hasta diciembre próximo. Y por ahí a uno, allá en julio o en agosto, cuando hace frío, le entran nostalgias masticatorias y con gusto deglutiría un turrón entero para levantar el ánimo (y dicen que no sólo el ánimo) con castañas, avellanas, maníes (que, dicen también, suelen taponar el ánimo) y todas esas cosas ricas pensadas en el norte para sus frías navidades y no para las nuestras, tórridas.

Pero más allá de las ganas o no de consumir ése y otros productos (como la sidra, que a veces uno extraña en otras épocas del año) en cualquier momento, con los turrones ha pasado que la profusión de postres y comida en general, le desplazaron un poco el protagonismo central que tenían para las fiestas. Antes, en las visitas de fin de año entre familiares y amigos -antes, durante y después de las fiestas-, te servían pan dulce y turrones hasta con los mates. A toda hora, se sacaban esos viejos turrones duros, capaces de ser usados en la construcción por su consistencia y por su tamaño, y había que cortarlos usando el revés del machete de caza del tío Francisco o una buena cuota de pericia y fuerza contra el borde de una mesa, generando presión hasta quebrar. Hasta quebrar el turrón, las falanges o la muñeca o el mismísimo mentón (uno podía pasar de largo en el impulso y ser detenido sólo por el borde de la indestructible mesa familiar) del oficiante de la ceremonia.

Pero, les decía, el turrón era omnipresente hasta enero inclusive. Ahora, otros postres, otras tortas y la diversificación del turrón mismo, le disputan el terreno y lo mandan como artículo de escaso atractivo, recluido al fondo de la alacena, de la que irá saliendo poco a poco, conforme se terminen los otros manjares. Así que mientras el cordero, el pavo relleno (y acá está re lleno de pavos, ¿no?), los helados, las garrapiñadas y las almendras o castañas cubiertas con chocolate son ya un recuerdo (y a lo sumo una visita al médico o varias, a la carrera, al baño), los turrones sobreviven todavía y nos traen su doble mensaje: el de sus épocas de esplendor unos años atrás, y el de las fiestas recientes que ya quedaron sumergidas en el año que empieza con o sin nosotros. Y entonces sacamos y consumimos de a uno en uno los turrones recibidos o propios, mientras miramos una película, (no) lo escuchamos a Bonelli (que como dios, otrora Cavallo y algunos pocos más, están en todas partes y a toda hora), o jugamos a la oca: avanzá al otro párrafo.

Les decía que sobrevino también una notable desregulación y diversificación del producto. Antes, estaba caracterizado por ese turrón "clásico", blanco y duro, con maníes enteros. Una discusión familiar podía terminarse abrupta y dramáticamente con un turronazo bien puesto en el marote: más que comerlo, uno podía entrar en coma.

Ahora, en cambio, además de ése (que sigue teniendo adeptos entre muchos que no quieren tantas cosas raras adentro de un turrón), vienen los blandos y los semiblandos, al sesgo, oblicuos, hexagonales, los que tienen miel, chocolate, castañas de cajú, fruta abrillantada, distintas pastas, los de mondongo, de arroz, los diet (íja!), los de cualquier cosa: hay para todos los gustos. El blando (como la sidra o el ananá fizz sin alcohol) fueron especialmente diseñados para los nonos, so pretexto de que las dentaduras postizas mal podían con los duros turrones de antaño. Éstos no son menos fallutos, porque a veces en el énfasis de la mordida, igual uno puede ver, una fineza, cómo los dientes se van prendidos al turrón y ¿ustedes quieren, muchachos...? No, no, gracias.

Pero también, además de los desplazamientos arteros de dientes que no pudieron combatir la dureza o blandura del turrón de turno, me llama la atención el desplazamiento de sentido de la palabra. Turrón, turro, turronazo, turrero, turrito, hacen referencia al tipo que es falso, jodido, mentiroso, mendaz (que suena feo, pero que es una palabra fina), malandra, vividor, de vida dispendiosa. Un turro, bah. Y lo más notable lo aporta el diccionario de la Real Academia Española (empresa aparentemente no perjudicada por la devaluación), cuando refiere que turrón es, también, en sentido familiar y figurado, el destino público o beneficio que se obtiene del Estado. Juro que no voy a agregar ningún comentario. Pero, con tantos turrones, íal fin uno puede cumplir el sueño de tenerlo en cualquier época del año!

Néstor Fenoglio