Opinión: OPIN-02

El bautismo de fuego de los granaderos a caballo

Por Luis Eduardo Chizzini Melo (*)


Este combate primero y único de los granaderos conducidos por el general San Martín, de sólo quince minutos, engloba un sinnúmero de aspectos que lo proyectaron a la historia.

Fue el corolario de la misión impuesta a su jefe, a quien el gobierno le había reconocido poco tiempo atrás su jerarquía militar; y el inicio para el Ejército Argentino de una heroica trayectoria continental, en una operación sin precedentes que llegara hasta los muros de la histórica Lima al conjuro de la libertad americana.

Conocidas las incursiones de tropas realistas por el río Paraná, y derrotado el general realista Vigodet por Rondeau en el Combate de Cerrito, el 31 de diciembre de 1812, concentra sus esfuerzos en reorganizarse y consolidar el dominio de la Cuenca del Plata. San Martín con sus granaderos recibe en resumen la orden de explorar los movimientos de la Fuerza Naval y reforzar en caso de ataque la Guarnición Santa Fe. No le imponían una actitud ofensiva, sino que dejaban a su criterio las decisiones tácticas. Siguiendo a la escuadra que ingresa por el Paraná recorrieron 420 kilómetros a un promedio de 80 kilómetros por día, cuando los promedios conocidos en la época (en Europa) eran de 100 km cada dos días. Esta marcha puede compararse a la realizada por el general James Stuart del Ejército Confederado (del Sud) en la guerra de la Secesión Norteamericana en 1862, quien recorrió 208 kilómetros con un promedio de 70 kilómetros por día.

Esto sin tener en cuenta que nuestro general, acompañado por Angel Pacheco, se adelanta a su tropa y, disfrazados de paisanos, se aproximan para observar al enemigo. Este hecho anecdótico destaca la instrucción militar y conducción que transformó a los jinetes gauchos en Granaderos a Caballo, logrando realizar la marcha más rápida de la Historia Militar hasta el momento.

San Martín instruía a su gente en forma personal, hecho que complementaba con manuscritos. Uno de los más importantes fue el Código de Honor, redactado al organizar el regimiento, buscando la manera de hacer previsible el accionar de sus hombres basado en una cualidad moral, que los lleva a cumplir con el deber en un marco de dignidad. Fiel ejemplo de lo expuesto fue el sargento Cabral, quien luego de salvar al Padre de la Patria pronuncia la frase: "Muero contento, hemos batido al enemigo", o quienes llegan a concretar con gran esfuerzo la Campaña de los Andes para liberar Argentina, Chile y Perú, como es el caso de José Félix Bogado, botero paraguayo, que aparece en San Lorenzo y regresa a Buenos Aires 13 años después con el grado de Coronel al mando de los últimos siete granaderos. Al decir de Alberto Palco en su libro Hechos y glorias del General San Martín: "Son las reliquias del glorioso cuerpo".

Más allá de la ponderable y admirable participación de los padres franciscanos, existió un testigo, el comerciante inglés Juan Parish Robertson, cuyo relato figura en su libro Letters on Paraguay, escrito en colaboración con su hermano Guillermo y publicado en Londres en 1834, quien lo presenta en su faz humana y con la generosidad que lo caracterizaba, dejando traslucir la caballerosidad del trato, la preocupación por el prójimo y la seguridad en la concepción del plan a ejecutar por el Padre de la Patria, y finalizando su relato con una reflexión propia del tiempo que se vivía: "Esta Batalla (si batalla puede llamarse) fue en sus consecuencias, de gran provecho para todos los que tenían relaciones con el Paraguay, pues los marinos se alejaron del Río Paraná y jamás pudieron penetrar después en son de hostilidades".

Es importante reflexionar sobre los hechos que rodearon la vida del Libertador, sus actitudes frente al prójimo y a las vicisitudes. Con las palabras supo convencer, pero con su ejemplo y sacrificio personal supo arrastrar en pos de objetivos superiores. Hoy los Códigos que rigen los procedimientos están escritos. Quizás lo más difícil sea respetarlos y cumplirlos.

Finalmente, en homenaje a aquellos grandes hombres, no deberíamos descartar desempolvar el término honor y fomentarlo, no simplemente pregonándolo sino evidenciándolo con el ejemplo personal, como lo hiciera en su momento el General San Martín.

(*)Presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana.