Opinión: OPIN-03

Los impiadosos rigores de la crisis

Por Rogelio Alaniz

"Donde había sociedad vuelve la jungla, la música se convierte en ruido y los pensamientos en charlatanería". Rudiger Safranski


Se sabía que tarde o temprano la Corte Suprema de Justicia iba a dar la nota. Ellos a su manera también están acorralados y no hay nada más peligroso que un tramposo asustado. Su reacción se veía venir pero al gobierno lo tomó por sorpresa. La respuesta de Duhalde no fue mala pero podría haber sido mejor. En política como en la vida todo caballero debe saber que ciertas virtudes no se deben enunciar, sino ponerlas en práctica. Así como ninguna mujer despierta no debe creerle a un hombre que pondera sus atributos viriles, ninguna sociedad debe creerle a un presidente que necesita decir que no es débil para impresionar.

La actitud de la Corte Suprema de Justicia demuestra que la inmoralidad como el cáncer, una vez que se inició, es difícil extirparla. Después de haber hundido a la justicia en una cloaca, los señores se acuerdan de los derechos de los ahorristas. Hasta ayer, sistemáticamente votaron lo que el poder les pedía. Amenazados por el juicio político, ahora su exclusiva fidelidad es con ellos mismos y con su jefe, es decir con Carlos Menem.

Que nadie se llame a engaño. Ningún ahorrista va a cobrar un peso con este fallo. Por el contrario, lo que esta decisión provoca es la quiebra definitiva de los bancos nacionales y el posible fortalecimiento de la banca extranjera. Con este fallo, los jueces no sólo intentan salvar sus privilegios, sino que juegan a favor de la dolarización y en contra de los intereses nacionales. Hasta ayer, eran nada más y nada menos que unos despreciables canallas. Hoy agregan a su currículum la condición de traidores a la patria.

Hace un mes, Duhalde se parecía al Perón del '45, ahora se está pareciendo cada vez más a De la Rúa. Capítulo aparte se merecen las gestiones de Carlos Ruckauf en Estados Unidos. Allí nuestro canciller estuvo más cerca del autor de las relaciones carnales que de Rodríguez Giavarini. Es más, hasta podría decirse que sus gestos de obsecuencia cortesana transformaron a Guido Di Tella en un rústico y combativo dirigente tercermundista.

Duhalde declaró hace unos días en una revista que nunca le mintió a su mujer. Sus declaraciones a favor de la fidelidad matrimonial nos conmueven, pero estaríamos mucho más conmovidos si además de no mentirle a doña Chiche se decidiera a no mentirnos a nosotros. El presidente debería saber que si a un buen marido católico no le está permitido disfrutar de dos amantes, a un político popular no se le debería permitir mantener amores a la hora de la siesta con los mismos a quienes acusa de los peores pecados.

Nadie le exige a Duhalde que regrese a 1945, entre otras cosas porque no hay espacio para semejante retorno. Pero así como no es posible repetir la experiencia populista, tampoco se puede volver a la tortuosa diplomacia de De la Rúa cuyos resultados nos condujeron al infierno en el que ahora estamos hundidos.

Ni populismo tercermundista ni relaciones carnales. Una salida no es posible y la otra nos ha hecho la vida imposible. Duhalde ha insinuado que su deseo es encontrar un camino alternativo, pero hasta ahora lo que ha hecho es decirle al pueblo y a los poderes económicos lo que cada uno quiere escuchar. Así es posible que por un tiempo deje conformes a todos, pero más temprano que tarde lo que logrará es dejar disconformes a todos. Abraham Lincoln advertía que el principal error que un político debe evitar es el de pretender quedar bien con todo el mundo.

Honestamente no creo que a esta altura de los acontecimientos sea posible encontrar una salida desde el interior de un sistema que no funciona y en el que cada vez son menos los que creen en él. Según la lógica del proceso, los argentinos marchamos hacia un desenlace que puede sintetizarse en la siguiente alternativa: dictadura o fundación de una nueva república democrática. Creo que los argentinos de bien debemos trabajar a favor de la democracia, pero no podemos ignorar que si no se logra una salida en esa dirección, la dictadura será la solución propuesta por los autoritarios.

Ninguna sociedad puede eternizarse en el desorden. La política repudia el vacío y cuando éste se produce, lo que hay que discutir es quién lo llena y no cómo hacemos para seguir vegetando en la nada. Cuanto más tiempo demoremos en dar una respuesta al caos, más condiciones se van a crear a favor de la dictadura.

Algunos dirán que exagero porque hoy no hay condiciones para una salida autoritaria. Hace tres meses se decía que a pesar de la crisis, la Argentina andaba bien porque su sistema financiero era seguro. La respuesta está a la vista. Uno de los rasgos de las crisis es la aceleración de los tiempos. Si en diez días cambiamos cinco presidentes, nadie puede asegurar que si seguimos en esta dirección dentro de tres meses o de tres semanas el huevo de la serpiente alumbre su repugnante criatura.

Mi amigo Chiquito Uleriche me decía que en la isla hay una clase de pájaros que percibe con relativa anticipación la llegada de la inundación. El azul del cielo es perfecto, el agua corre mansa como siempre, una canoa se dibuja en el horizonte y la mayoría de los pájaros juegan con los camalotes o cantan en la copa de los árboles. Sin embargo, estos pájaros presienten en el cuerpo la tragedia. No pretendo hacerme el raro, pero no somos pocos los que percibimos en la piel algo parecido.

Se habla de imprevisibilidad, de caos y de anarquía. Lo que no se dice es que el desorden está instalado en el poder y no en la sociedad. No son los ciudadanos los imprevisibles o caóticos, sino los dueños del poder. La anarquía está arriba no abajo. Los que han demostrado su incapacidad para gobernar son los gobernantes, no los gobernados. Por razones más o menos conocidas, el régimen ha ido firmando su propio certificado de defunción. El corralito bancario es un juego de niños al lado del inmenso e implacable corral que ha levantado el poder decretando su irrevocable parálisis.

Si un sistema político es un articulado conjunto de instituciones respaldado por la credibilidad de la sociedad, lo que hoy existe es una caricatura del sistema y en más de un caso su negación. Ya es grave que la gente haya dejado de creer en las instituciones, pero más grave aún es que a los titulares del poder les pase lo mismo.

No sé cómo se podrá salir de la trampa que tendió la Corte Suprema, pero sospecho que para salir de la trampa del sistema cada vez se impone con más fuerza la propuesta de fundar una nueva república con instituciones renovadas y políticos creíbles. Si persistimos en esta senda, me temo que cualquier intento de salida va a ser sistemáticamente bloqueado.

Justamente, lo que da cuenta de la profundidad de la crisis es la incapacidad del sistema para encontrar salidas. Un conocido político europeo del siglo pasado decía que la crisis existe cuando los de arriba no pueden gobernar como antes y los de abajo no quieren seguir siendo gobernados como hasta entonces. Algo parecido nos está pasando a nosotros.