Opinión: OPIN-01

Un país destrozado


La noticia no deja de sorprender y emocionar. La gravísima crisis que vive la Argentina repercute en todo el mundo y miles de personas comienzan a dar muestras de solidaridad a través de campañas y donaciones organizadas por entidades religiosas, organizaciones intermedias, clubes de fútbol y hasta grupos de toreros.

Y no se trata de una exageración. El primer paso en este sentido lo llevó adelante Cáritas de España y, sólo en un domingo, los católicos de aquel país colectaron alrededor de seis millones de dólares para la Argentina.

Pero esto no quedó allí, ya que algunos clubes de fútbol decidieron destinar parte de sus recaudaciones a la ayuda o directamente donar de sus propias arcas importantes sumas de dinero para paliar la crisis que, al parecer, les ha tocado el corazón.

La Asociación Mensajeros de la Paz organizó en las afueras de Madrid una corrida de toros donde se pagaron entradas que oscilaron entre 10 y 80 dólares. Todo el dinero recaudado fue enviado a Buenos Aires.

Pero España no es el único país donde la gente se conmueve por lo que ocurre aquí, en el sur de América.

En Italia se producen reacciones similares. Hasta el momento, distintas provincias tendieron una ayuda económica a la Argentina y otras regiones adelantaron que adoptarán la misma actitud solidaria.

Si se suma la colaboración enviada en materia de medicamentos, comida, cooperación para pequeñas y medianas empresas, becas universitarias y dinero en efectivo, la ayuda asciende a millones de dólares.

Los italianos eligen especialmente a los descendientes de su tierra que hoy viven en la Argentina para que sean los receptores de la colaboración. La ayuda llega desde Bari, Trento, Calabria, la región de Emilia Romagna (Bolonia), la Campania de Nápoles, la región sureña de Basilicata, la provincia de Lucca en la Toscana y la región del Piamonte. También se esperan envíos desde Lombardía, Pesaro, Sardegna y Friuli Venezia Giulia.

Mientras esto ocurre, algunos medios radiales de Buenos Aires hace días que vienen realizando encuestas callejeras en las que la mayor parte de los consultados afirma sentirse "avergonzada" por el hecho de que el país esté recibiendo este tipo de donaciones.

La Argentina está destrozada y a nivel internacional se la suele comparar con los países más pobres de Latinoamérica o con algunas naciones africanas. Las estadísticas no mienten: un 20% de la población está desocupada, cifra que asciende peligrosamente si se cuentan los semiocupados. Por eso hay catorce millones de pobres y, entre ellos, seis millones de indigentes.

¿Por qué sentirse avergonzados al recibir ayuda? Las respuestas reflejan que todavía persiste un sentimiento de soberbia y orgullo herido por aquel pasado de riquezas que ya no existe, que se esfumó por la corrupción, la ineficiencia y los errores históricos que los argentinos hemos acumulado durante décadas. Hoy se sabe cuál es el precio de la infinita suma de desatinos.

Por otro lado y sobre la base de lo ocurrido durante las últimas décadas, surgen temores acerca de quién se hará cargo de distribuir la ayuda y de qué manera se aprovecharán los recursos que llegan.

La realidad argentina muestra que, hasta ahora, la ayuda social se diluía en el camino colándose por los intersticios de la burocracia y el clientelismo político. Así, en vez de llegar plenamente a los que más necesitan, terminaban en manos de punteros políticos, piqueteros "profesionales" o acomodados del viejo sistema de poder corrompido que tanto colaboró para que se produjera la debacle.

Todo indica que las donaciones seguirán llegando para ayudar a millones de personas que realmente no encuentran salida en un país que ya no ofrece respuestas. Este será el efecto inmediato de la ayuda.

Pero tal vez este tipo de campañas solidarias organizadas en el exterior tenga un efecto secundario sobre el pensamiento de millones de argentinos que se niegan a reconocer la realidad que vive el país y siguen reclamando las bondades de un sistema y un status que ya no existen.

Mientras no se avance en la aceptación de este nuevo escenario, resultará muy difícil salir adelante. Sólo cuando cada uno de los argentinos comience a reconocer la mísera situación del país otrora rico, podrán comenzar a converger los esfuerzos para la definición de programas que cuenten con el suficiente respaldo para su instrumentación. Entre tanto, la racionalidad debe vencer al prejuicio ideológico, la solidaridad debe imponerse al individualismo cerril y la redefinición de un proyecto común debe desplazar a la fragmentación insidiosa y desintegradora del país que ha dejado de existir en los términos que conocíamos y teníamos de referencia.