Opinión: OPIN-04

Los conjurados

La tempestad y el crimen se han conjurado, la tierra se estremece... (J.L. Borges, a propósito de Macbeth)


Un pensamiento que se lanza tras el examen del Hombre debe reprobar toda mentira, aunque tal ejercicio desbarate el método, bien que uno se topa con la necesidad de autoexaminarse, contradecirse y comenzar una y otra vez, pues durante siglos la mentira ha sido el caldo de cultivo de la especie, razón que nos obliga a vivir cotidianamente al acecho de "nuevas" pautas reflexivas. A menudo caemos en morosas especulaciones procedentes de un descuido sustancial: olvidar que el universo humano ha dispuesto ya de suficiente tiempo para organizar, coordinar y estructurar, a nivel mundial, las acciones denigrativas y criminales de los conjurados. Aunque las estadísticas suelen detectar menos verdades que cifras, reconocemos que la amalgama de células confabuladoras ha logrado un éxito tan arrollador, que el humanismo, la cultura como cualidad del ser, ética, estética y remotas aspiraciones de libertad, igualdad y fraternidad, semejan antiguallas consubstanciadas con el ámbito de la retórica. Sus precavidos rumores auténticos parecen encapsulados en salas de velatorio.

La Corrupción material, del lenguaje y del pensamiento, ha logrado por fin, fraguar cimientos sólidos de convergencia, desde donde toma impulso, se distribuye y configura el "destino" de la especie. La rosa de los vientos los ve acudir a citas que prometen acciones interdisciplinarias entre mafias de diversos colores y procedimientos. Son los nuevos caballeros Templarios; no es permitido imaginar sus fauces de caníbales y sus tretas asesinas. En cuanto a su accionar, es tan visible que suele confundirse con honestos procederes. Pero la violencia que suscita no es sólo física sino moral: de ahí su eficiencia. El espíritu violento que ha dominado históricamente a los argentinos, por ejemplo, se manifiesta al presente con nuevo estilo. Sus lacónicos pronunciamientos y vejaciones dejan al descubierto sólo la punta de la nariz: ¿a quién pertenece?, ¿quién es quién? De tanto en tanto la evidencia es irrefutable, pero los más permanecen, como ratas, ocultos en sus cloacas, exponiéndose a la luz vestidos, a menudo elegantemente, al punto de parecer humanos y (íay!) distinguidos.

Así las cosas, percibimos sólo las porquerías, bien que éste es un país de cerdos abstractos, mutantes, cuyos gruñidos, convertidos en lenguaje paralelo, han contaminado la atmósfera del país en planos vitales y metafísicos. La totalidad y la armonía del hombre se han convertido en vanas fragmentaciones. Hay claras señales de asfixia. Asediar la respiración es operación peligrosa: el cacerolazo puede transformarse en otra cosa. Los conjurados para dar muerte a la dignidad están promoviendo, con procederes nefastos, la organización de conjurados para la Vida. Cuando estos últimos adquieran real conciencia, no sólo de sus derechos sino de su fuerza, la guerra que se desatará a continuación tendrá como objetivo, no ya los comunes y perversos a que estamos acostumbrados, sino la salvación de la especie, su regeneración ética y estética. Por ahora, una porción de idiotez generalizada impide vislumbrar el futuro. Pero algo comienza.

Antaño, en épocas no tecnificadas, los bandos contaban con hombres cuyos medios se parecían tanto, que uno se pregunta si sus fines no serían los mismos. Juan Manuel de Rosas declaraba hacia 1835: "Ya lo verán ahora. El sacudimiento será espantoso y la sangre correrá en porciones". Por su parte, el general Lavalle (al que Sábato dedicó una cantata), cinco años después, arengaba a su tropa: "Es preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin piedad". Lo ocurrido en la década del '70 reedita estas performances con una metodología inédita (en el país), importada, digamos.

Al presente, los medios han cambiado. Sarmiento habló de civilización y barbarie. En el prólogo a Recuerdos de provincia, Jorge Luis Borges señala que "La sola diferencia es que la barbarie, antes impremeditada, instintiva, ahora es aplicada y consciente, y dispone de medios más coercitivos que la lanza montonera de Quiroga y los filos mellados de la mazorca". Que la nuestra es época de barbaries insólitas es un diagnóstico convertido en lugar común, algo digerido y desdichadamente amonedado a la costumbre. La situación actual de nuestro país constituye un efecto absolutamente merecido, casi insignificante en relación a lo que ocurre en otros países desventurados del planeta. El error consiste en pensar que salir de la crisis (lo que seguramente sucederá), revertirá los fundamentos del Hombre y la Civilización y el cielo descenderá sobre nuestra patria como la mano de Cristo sobre los enfermos. Desmembrar la sólida estructura de los conjurados requiere de una (a su vez sólida) conciencia universal que se apropie igualmente de medios efectivos pero distintos, a fin de no caer en lo mismo que deploramos. ¿Cuáles son estos medios? Seguirán siendo utópicos y enigmáticos hasta que aquella eventual conciencia forme un cuerpo indestructible de conocimiento y sensibilidad, motores de una acción solidaria regeneradora. Casi nada.

Schiller postulaba que no sólo existen sujetos aislados que desarrollan una mínima parte de sus dones, sino que el resto, como plantas marchitas, apenas se adivina en débiles huellas. En suma, es la fragmentación de la que se aprovechan las organizaciones depravadas, conspicuos dirigentes de la desdichada tragedia humana (no olvidemos que suelen darse tragedias venturosas). énicamente una saludable interacción social, con adecuada razón instrumental, contrarrestaría el ordenamiento parasitario, apático y rígido, a causa de la catástrofe que padece por un lado, y que por otro comienza a intuirse como infección total, incluso en personas que procuran, por comodidad o indiferencia, desconocer los fundamentos. Esta docilidad e ignorancia social se muestra tan promisoria, que calificarla de extravagante sería piadoso. Desde luego, habituados a una lógica de autodestrucción y teniendo en cuenta que aún sin proponernos caemos en arbitrariedades, la lucha contra los conjurados llevaría siglos. Poco importa. Hace tiempo ya que ha comenzado. El enemigo vislumbra una fuerza movilizada por el hartazgo, lo que equivale a menoscabar en algún punto su soberbia dominante. Empeñarse en convencer al Otro mediante la intimidación verbal, no sirve para nada. La "redención" (valga) devendrá de una acción paralela, infatigable y, sobre todo, lúcida. Erradicando de sus filas a quienes asumen conductas acomodaticias, oportunistas, o, en nuestro caso, entreguistas en relación al país, la cultura se desprende de inmundicias y emanaciones de letrina, adquiriendo el vigor y el aroma de las sencillas verdades.

Si nos preguntamos por qué, en un mundo desquiciado, hablamos de cultura en un sentido estético-intelectual, de razón teórica formando unidad con una visión práctico-moral y juicios éticos básicos de convivencia, la respuesta no merece siquiera enunciarse: se halla bajo un resplandor que encandila.

La aridez y el absurdo, que con tanta frecuencia hallamos en el paisaje de la existencia, se debe a que por allí pasó la Muerte.

Carlos Catania